Los piratas son Disney y sus aliados cercanos de la llamada industria de las telecomunicaciones y de la información: ATT, Verizon, Comcast y Time Warner. Los cuatro gigantitos de las telecomunicaciones.

El reclamo de neutralidad

Saquémonos por un momento los pajaritos que Disney y Hollywood nos han metido en la cabeza. Mientras usted se deleita con las facciones y la apariencia física de Johnny Depp, los estrategas de Disney hacen lo que siempre han hecho: pensar como ideólogos del imperialismo y meterle a todo el mundo las manos en el bolsillo, adentro, bien adentro. Y si de paso lo enajenan aún más de la realidad en que vive, pues usted le ha pagado por los pajaritos que lleva en la cabeza. ¿De qué hablo? Hablo de que la verdadera batalla de piratería este verano no se está librando en las salas de cine de Estados Unidos o América Latina, sino en la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, por sus siglas en inglés). ¿Y cuál es el tesoro? Nada más y nada menos que una subasta proyectada de 700 megahertz en la Internet de banda ancha.

Los amiguitos de Disney –como en los cuentos de hadas- se han unido para, mediante la fuerza de su poder económico, quedarse con todo lo que puedan. Verizon, hay que recordar, tiene los derechos de distribución en la Internet de los programas de Disney y –mediante un acuerdo especial- niega acceso en su banda a aquellos que infringen en los derechos de autor de Disney. Bajo este arreglo, Verizon actúa efectivamente como un espía de Disney en su computadora personal. La ley prohíbe que esto se haga sin una orden judicial, pero igual lo hacen estos piratas de la vida real. Pobrecitos los amigos de Disney; sólo controlan el 98% del acceso al mercado de banda ancha. Ayúdelos, por favor: no deje de ver Pirates of the Caribbean y comprar los juguetitos y otras mercaderías.

Si lo que usted quiere es saber cómo piensa un pirata, olvídese de Jack Sparrow y del capitán Héctor Babossa. Mire, en su lugar, a lo que Verizon, Comcast, ATT, Time Warner y Disney tienen en planes para usted (y su familia) cuando en el futuro quiera usar la Internet. Hasta ahora, en la Internet ha prevalecido lo que se conoce como el principio de neutralidad. Bajo éste, las compañías que controlan la Internet no pueden discriminar en base al contenido de la información, la fuente o la propiedad de la misma.

Usted logra acceso a su servidor y una vez allí, pasa de una fuente de información a otra con mucha facilidad. Y si alguien quiere poner una página digital -y hasta cobrar por su uso- lo hace con relativa sencillez, pagando una prima no muy alta. Bueno, pues, eso es lo que le molesta a los amigos de Disney. Ellos quieren que la Internet sea como la televisión en cable; es decir, que usted compre un “package” con los lugares que puede visitar. Y, como puede imaginarse, serán las compañías las que decidirán cuáles sitios digitales entrarán en su contrato y cuáles no.

¿Pero cómo es esto posible? ¿No es acaso la Internet un lugar en que el libre acceso está garantizado? De nuevo, dejemos los pajaritos para las reseñas de películas. Aquí se trata de la piratería real. Y en ésta, los piratas malos tienen amigos verdaderamente poderosos. En el año 2005, Disney y los cuatro gigantitos de las comunicaciones, lograron que la FCC pusiera fin a toda reglamentación de la Internet de banda ancha en Estados Unidos. Para eso, contaron con la ayuda de dos o tres abogados que justificaron distinciones en donde en realidad no las había. Así, desde 2005 la FCC distingue entre servicios de telecomunicaciones y servicios de información.

Los primeros están sujetos a reglamentación por la FCC, incluyendo el no poder discriminar en el tráfico de información. La Internet ligada a la tecnología conocida como “dial-up” es un servicio de telecomunicaciones. No así la Internet por cable, de banda ancha en línea o satelital. Estos son servicios de información, que escapan a la reglamentación gubernamental estadounidense que prohíbe discriminar en cuanto al contenido y la fuente de información.

¿Qué impacto inmediato tendría todo lo anterior sobre su posible acceso a información como usuario de la Internet? Para empezar, el único lugar de acceso libre sería el sistema lento de “dial-up”. Si usted quiere moverse rápidamente (surfear, dicen algunos) con rapidez, tendrá que comprar un “package” en la banda ancha, pero sólo podrá ver lo que su proveedor quiera. Si usted desea poner su propia página digital, tendrá entonces que pagar una prima altísima por estar en banda ancha. De lo contrario, se queda en la banda “ flaca.” ¿Y qué pasará con la tecnología de “dial-up”, controlada como está por las mismas compañías que controlan la de banda ancha? Bueno, que desaparecerá más rápido que el barco de Jack Sparrow. O sea, que usted quizás tenga que leer su publicación de izquierda de nuevo en forma impresa.

Tan serio como eso es el asunto. El New York Times, del 1 de marzo de 2007, lo explica del siguiente modo: “Los usuarios de la Internet pueden obtener hoy acceso a cualquier portal digital en igualdad de términos. Los portales internacionales y nacionales, las páginas digitales de grandes corporaciones y los blogs personales, todos ellos aparecen en la pantalla del usuario del mismo modo cuando sus direcciones son escritas en el buscador. Cualquier persona puede subir una página y transmitir a todo el planeta […] Las compañías de teléfono y de cable, sin embargo, quieren ahora crear una Internet de dos carriles, uno lento y el otro rápido. Las compañías que paguen una prima alta lograran que sus páginas en la Internet lleguen a los usuarios en forma rápida. Las compañías y usuarios que no puedan pagar, transitarán en el carril lento.”

¿Qué pueden hacer los usuarios de la Internet? No mucho, si siguen pendiente a las películas tontas de Disney y compañía; mucho, si aprovechan el acceso libre que todavía prevalece en la Internet. Así, por ejemplo, el pasado 23 de marzo de 2007, la FCC solicitó comentarios al respecto de si debe permitirse la no neutralidad en el uso de la Internet, cosa que favorece a Disney y sus amigos de las telecomunicaciones. Decenas de miles de personas han expresado su oposición a que dos o tres compañías gigantescas de la información dicten la pauta de cómo ha de funcionar la banda ancha.

De hecho, existe una coalición conocida como Savetheinternet.com, a la cual se han unido grupos de derechos civiles e intereses tan poderosos como Google, Microsoft Amazon, Earthlink y Yahoo. La American Civil Liberties Union (ACLU), la Service Employee Union (SEIU) y Democracy for America también han dicho presente. Vale la pena orientarse sobre el tema y unirse a sus esfuerzos por lograr alguna reglamentación que proteja el acceso libre a la Internet.

Además, varias organizaciones de consumidores y de la prensa alternativa –entre ellas Media Access Project, Public Knowledge, Free Press y Consumer Union- están pidiendo que al menos 50% del espectro se reserve para Internet libre. Una encuesta llevada a cabo por esta última organización en enero de 2006, reveló que dos terceras partes de las personas que usan Internet en Estados Unidos están seriamente preocupadas con el modo en que las grandes compañías de telecomunicaciones bloquean y controlan el acceso a la información y los servicios.

La piratería de Disney

Otra cosa importante es ser más cuidadosos al hacer reseñas de las películas de Disney, cuyo desdén por las culturas minoritarias es legendario. Consideremos a este respecto el estreno reciente de Pirates of the Caribbean, At the World’s End. Cierto es que Johnny Depp es un artista entretenido y no mal parecido. Y quizás hasta sea posible que esta película esté “repleta de elementos de leyenda que adornan una historia fantástica.” Pero de ahí a decir que encierre un mensaje progresista es otra cosa. Esa no es ni ha sido nunca la agenda de Disney. Comencemos por aclarar que Pirates of the Caribbean no es una trilogía de películas “inspiradas en una de las atracciones de un parque de diversiones.” Ese es otro de los pajaritos de Disney. Mucho antes de que Johnny Depp llegara a Hollywood (e incluso naciera), estaba Douglas Fairbanks.

Después de su extraordinario éxito en 1920 con la película super racista de La marca de El Zorro, Fairbanks decidió seguir cultivando las historias de aventuras con personajes estereotipados. En 1924 produce y actúa en El ladrón de Bagdad. En 1925 hace ambas cosas nuevamente en Don Q, el hijo de El Zorro. En 1926 produce, escribe e interpreta El pirata negro. Esta película fue uno de los grandes éxitos taquilleros del cine mudo. Junto a Fairbanks aparecen en escena Billie Dove (la mujer blanca y hermosa que hay que rescatar) y Donald Crisp (el jefe de la banda de piratas). El pirata negro fue la tercera película hecha en dos colores Technicolor.

¿Cómo compara Pirates of the Caribbean con la película de Fairbanks? La comparación es injusta. No hay un solo aspecto en que The Black Pirate no sea superior a la trilogía de Disney. La trama de la cinta de Fairbanks es superior; también la actuación, la escenografía, la música y por supuesto la intensidad de las escenas de acción. No voy a detenerme en las múltiples escenas que Disney roba descaradamente a Fairbanks sin darle crédito alguno. Literalmente, lo piratea. Por ejemplo, el barco de Fairbanks en 1926 es negro y la princesa que hay que salvar lleva en su pecho un medallón que la identifica. Con Disney, el personaje de Will Turner se une a los piratas para rescatar a su padre; en la obra de Fairbanks, para vengarlo.

Además, están las escenas de los cuerpos en el agua y la de la subida al tope del mástil con el cañón y la soga. Incluso el capitán Héctor Babossa es un plagio vergonzoso de un personaje de The Black Pirate; eso, en todos los detalles, desde la vestimenta y el sombrero, hasta la cojera y el mono. La cinta de Disney adolece de falta de color, de originalidad y de personalidad de los personajes. En la de Fairbanks, por el contrario, los piratas son realmente maravillosos y creativos. Las tomas subacuáticas son una obra de arte. Finalmente, está el propio Fairbanks.

De nuevo, la comparación no es justa: Fairbanks era un actor muy superior a Johnny Depp. Fairbanks creó la imagen del pirata que vencía a los demás con trucos, inteligencia y astucia, siempre con una sonrisa burlona en la cara. Proyecta, como Depp, una cierta feminidad, pero lo hace de manera mucho más genial. Además, Fairbanks era un gran atleta, espadachín y acróbata. Las piruetas y acrobacias que hace en The Black Pirate son increíbles. No usaba dobles. Johnny Depp no podría ni soñar con hacer algunos de los trucos que Fairbanks hace en su película de 1926. La escena en que este último captura un barco sin la ayuda de los demás piratas es físicamente imposible para alguien que no sea un atleta de primera. Y cuando Fairbanks sube al tope de un mástil con una persona al hombro y usando una sola mano para agarrarse de la soga, no usa un doble (como sí hace Johnny Depp).

El doble, por supuesto, no hace ni la mitad de la acrobacia de Fairbanks. En realidad, no hay muchos actores de Hollywood que puedan hoy hacer esta escena por sí solos; simplemente no los hay. Como historia de amor, la obra de Fairbanks es también muy superior a la de Disney. No hay un segundo aburrido en la cinta. En fin, incluso con sus efectos especiales, Pirates of the Caribbean resulta una producción artísticamente mediocre frente a The Black Pirate. Y eso que la cinta de Fairbanks es muda. Ya lo dijo el propio Disney al reflexionar sobre el significado histórico de su obra: “Nunca he dicho que mis creaciones sean arte; lo que son es parte del negocio de espectáculos, de la manufactura de entretenimiento.” Y en los negocios, como sabemos, todo cabe.

Hollywood y la manipulación mediática

Ahora bien, no se trata tampoco de escoger entre Fairbanks y Johnny Depp. Pirates of the Caribbean y The Black Pirate son producto del mismo medio ambiente: Hollywood. Y la agenda de Hollywood ya la sabemos: producir, mediante la manipulación del arte, ideología enajenante y favorecedora de los intereses imperialistas de Estados Unidos. Sobre todo, Disney y sus amigos siempre han buscado manufacturar conceptos ideológicos desmerecedores de las minorías étnicas, además de visiones que proyecten deformadamente a los países de Africa, Asia y América Latina. The Black Pirate, probablemente la mejor película de piratas de todos los tiempos, se estrenó precisamente en 1926, era en que Hollywood sienta sus bases de desarrollo a gran escala, haciendo en no poca medida películas despectivas de las minorías y clases oprimidas (exceptuando por supuesto a Charles Chaplin).

De esa época son La marca de El Zorro, las primeras grandes películas de Tarzán (1918-1930) y King Kong (1933). Hollywood nace, se expande y desarrolla, en no poco grado, fomentando los estereotipos raciales y étnicos. La versión de Scarface de 1932, que proyecta a los trabajadores inmigrantes italianos como faltos de moral, es también un gran ejemplo. Recordemos, Sacco y Vanzetti fueron ejecutados en 1927.

Un arreglo entre piratas

En The Black Pirate, Fairbanks habla de “la compañía de piratas” para describir la unión de los piratas en una organización inescrupulosa motivada por la búsqueda de riquezas y tesoros. Parecería que está hablando de Disney y sus amigos de las telecomunicaciones en los albores del siglo XXI. Se trata, como hemos visto, de verdaderos piratas que no reconocen otros códigos de conducta que aquellos que brotan de la acumulación de capital.

Es importante reconocer, entonces, que el enemigo a que nos enfrentamos en la batalla en contra de la manipulación mediática, no es tan sencillo como a veces se piensa. No se trata tan sólo de los medios de prensa y difusión tradicionales. Ahora el escenario se ha desplazado hacia la Internet. El objetivo de Disney y de las grandes corporaciones de cable y teléfono es –mediante acciones que no son sino actos de verdadera piratería- bloquear el libre acceso a la tecnología de banda ancha y transformarla, de un lugar de amplio flujo de información, a un instrumento de enajenación sistemática de las masas.

Vamos a tener que trabajar bien fuerte, obviamente, para evitar que Hollywood y Disney nos metan más pajaritos en la cabeza y nos roben de una de las invenciones potencialmente más revolucionarias del mundo contemporáneo.

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