La noticia que despertó el pasado 28 de junio a Colombia, sobre la muerte de once de los doce diputados de la Asamblea del Valle del Cauca que fueron secuestrados en el 2002 por las FARC, además de hacernos pensar sobre el delicado curso y tratamiento del Acuerdo Humanitario, nos hace reflexionar desde nuestra práctica sobre la forma y el manejo que se hace de la noticia y la información.

Ignacio Ramonet, cuando recrea lo acontecido en la dictadura de Nikolai Ceausescu en Rumania, habla sobre cómo una secuencia de imágenes en primeros planos -donde se podían ver huesos humanos en medio de la tierra- daba a conocer que el dictador tenía un campo de concentración privado, información que inmediatamente se lanzó al aire y circuló por el planeta entero, con comentarios aleatorios de horror.

Pero ahí no quedala cosa. Ramonet va al fondo de la noticia y lo que hace es una crítica a la forma de construcción de la verdad, dado que estas imágenes no pertenecían al supuesto campo de concentración, sino a un cementerio que estaba siendo reestructurado para otros usos. Con todo esto, Ramonet nos hace pensar sobre la posibilidad de un código de ética frente a la dictadura de la información. Traigo a colación este tema porque casi todos los días Colombia amanece en medio de noticias trágicas, las mismas que en su gran mayoría carecen de confirmación y verificación de fuentes.

El pasado 28 de junio, por ejemplo, cuando eran las 11:13 a.m., aún se seguía en ascuas porque la información que estaban dando medios locales -de toda índole- no era verificable. Para sorpresa de las audiencias, sin la confirmación necesaria, en medios del mundo entero ya se había dado como cierta la muerte de los once diputados del Valle del Cauca, produciendo un revuelo que sigue alimentando la maquinaria de terror que se moviliza mediante representaciones continuas, que fijan y marcan las identidades como un todo estático. Habría que peguntarnos a quiénes conviene y qué implicaciones tiene fijar a los pueblos monolítica, reconocible y universalmente.

El loop de la obscenidad

Todos recordaremos ese caos repetido de impresiones visuales que situaban la tragedia del 11 de septiembre como el acto aterrador de todos los siglos, cuya magnitud histórica resulta menor comparable a la matanza de casi seis millones de personas, con la llegada de los colonizadores a lo que hoy conocemos como América, acompañada de la exfoliación de todo un continente, África: su gente, sus epistemes, lógicas y recursos.

Sólo un plano cerrado en contrapicado, repetido de manera constante una, dos, tres, infinito número de veces hasta la transparencia, nos puede sugestionar al punto de pretender el olvido de los contextos de violencia, en los que la matriz eurocéntrica moderno-colonial ha forjado sus fundamentos patriarcalizados, racializados y heterosexualizados, anclados todos ellos en el siglo XVI, con un proceso de larga duración hasta el neoliberalismo actual.

Lo informativo entendido como un hecho naturalizado y escencializado ha permeado de manera dominante las prácticas periodísticas. ¿Con qué nos quedamos nosotros, que hacemos parte de la equívocamente llamada “gente del común”? Con un escueto número de sucesos como estos:

· En la página web de Resistencia Nacional [1], revista de las FARC, se publicó el siguiente comunicado: “El gobierno intenta bloquear nuestros servidores de Internet, tratando de evitar la denuncia de los trágicos hechos, que sus fuerzas militares acompañadas de bandas paramilitares, y con el apoyo descarado de mercenarios extranjeros, cometieron con el acto irresponsable de rescate militar, el cual ha culminado con la muerte de un grupo de prisioneros en poder de las FARC-EP, que estaban listos para el intercambio humanitario. Última actualización” (28-06-2007 a las 16:59:27).
· El drama personal de doce familias, apostando por la paz y la esperanza de que no sea cierta esta información.
· Publicaciones de titulares de El Tiempo con contenidos como este: “Muerte de ex diputados secuestrados fue confirmada por guerrilla de las FARC en su sitio en Internet”.
· Radios locales, específicamente la 94.9. FM, que desde las cuatro de la mañana no paró de transmitir el acontecimiento.
· Canales de televisión como Caracol y RCN, cuyos reportes indolentes versaron sobre el drama de los familiares.

No obstante, en la situación delicada del país, la 14.30 AM decidió no sumarse a ninguna de estas formas de representación, que juegan con los sentimientos y las subjetividades de la sociedad civil, dejándola en medio del conflicto a nombre de la inmediatez. Frente a esta dictadura de la información, que de manera sucinta hemos detallado, nuestra propuesta consiste en no emitir ninguna nota ni información, previa verificación de los acontecimientos y las fuentes: a través de la suma de las voces del conflicto.

¡No podemos, ni queremos seguir alimentando el imaginario que de manera dominante circula en torno a Colombia como una maquinaria de terror!

Los conflictos que se viven en el país nos vuelven vulnerables y nuestro compromiso es ético, para el ejercicio de nuestra práctica ética -que siempre debe estar en construcción- necesitamos profundizar todas las posiciones y contextos que conforman lo que llamamos ¡noticia! En otras palabras, renunciamos a la inmediatez, a la obsolescencia o como dicen en estas tierritas ¡a la chiva! Por tanto, informaremos menos y comunicaremos más, lo cual implica tomar partido por los procesos y la investigación. Estos mismos criterios los estableceremos en lo correspondiente a nuestros compromisos satelitales. Queremos comunicar con sensatez, profundizando y analizando los contextos, desde las voces que se entroncan en la vida cotidiana de nuestro país, pero sobre todo entendiendo que existen políticas de verdad que hay que deconstruir / reconstruir, desaprender / aprender. En eso consiste el propósito actual de nuestra comunidad, en decolonizar las formas dominantes de ser, estar, saber y hacer.