El magnate de los medios de comunicación por fin ha conseguido robarle el puesto al fundador de Microsoft, pero su victoria es amarga.

Los tiempos cambian y la riqueza ya no es ‘el no va más’. Hoy en día, el ganador es el más generoso y Bill Gates sigue siendo el número uno. Carlos Slim se ha visto en la obligación de concursar en una nueva liga: la de ‘la buena imagen’. Por ello, incrementó considerablemente sus actividades filantrópicas.

El año pasado, cuando la revista Forbes le concedió el título de segunda fortuna del planeta, Slim había anunciado que planeaba donar cerca de 10.000 millones de dólares a obras de caridad en cuatro años. La noticia había sido bastante bien recibida en México, un país donde más del 50% de la población vive en la pobreza.

Pero sería interesante analizar los motivos de tamaño desinterés por lo material. Los más indicados para satisfacer nuestra curiosidad son los Gates. Grandes gastadores, Bill y Melinda dan más que la Organización Mundial para la Salud. Las cifras son impresionantes: la Bill & Melinda Gates Foundation es la ONG más grande del planeta con un presupuesto de 30.000 millones de dólares.

En 1997, Ted Turner (fundador de la CNN) había dado mil millones de dólares a las Naciones Unidas y había criticado el pequeño universo de los súper ricos, denunciando que no daban casi nada a sus conciudadanos. Pero Bill Gates hizo mucho más que esto: entregó sus acciones de Microsoft (21.000 millones de dólares) a su fundación.

Numerosas personas se preguntaron entonces si el trabajo filantrópico de Gates no era también una forma de mejorar su imagen. En aquella época, la coyuntura no iba muy en su favor. En 1997, el Gobierno americano le acusó de no respectar sus leyes anti monopolio.

En efecto, Microsoft se comportaba en el mercado como un depredador despiadado que quería aumentar a toda costa sus ya extraordinarios beneficios. Luego, otros aguafiestas asociaron su altruismo a las masivas desgravaciones fiscales que conseguía con la fundación.

Pero las críticas no pudieron acabar con la nueva imagen que Gates se había forjado a golpe de millones. La estatura moral de este gran personaje empezó a crecer y se elevó hasta el mito cuando decidió dejar su puesto de director general de Microsoft.

Entonces, dejemos a Gates sobre su altar de perfección y volvamos a la ira de Ted Turner cuando criticaba la poca generosidad de sus amigos ricachones. Según sus cifras -y son rigurosamente ciertas- los ricos dan aproximadamente el 2% de lo que poseen. Los pobres son más generosos, dan el 3%. Esta cifra nos permite escapar definitivamente del problema bizantino: “Bill, ¿ángel o demonio?” ¿Podrían los millones de Bill, de Carlos, de Ted o de George Soros cegarnos? ¿Cómo explicar que se hable tanto de su generosidad si en proporción dan menos? ¿Por qué los medios de comunicación siguen alabando a esos señores sin ningún tipo de pensamiento crítico?

Las corporaciones y los grandes capitalistas olvidan decir a los consumidores que el dinero que entregan, de una forma o de otra, vuelve siempre a su punto de partida y el de Gates no es una excepción.

Una filantropía contradictoria

Por un lado, Bill Gates salva vidas en África, por el otro, su fundación trabaja con cobayas humanas en Nigeria, Camboya, Camerún, Tailandia, Botswana, Malawi y Ghana. Un día, Bill da fondos para la emancipación de los jóvenes negros americanos, otro declara que la tortura en China no es obstáculo para su negocio.

Gates da enormes sumas de dinero para informatizar África, porque el peor enemigo de Microsoft es el software tipo Linux, gratuito en la red... Parecería una teoría de la conspiración, pero fue el propio Gates quien dijo sobre sus productos en China: “Cada año se venden tres millones de ordenadores en China pero la gente no compra software. Lo harán un día. Y ya que piratean, hagamos que pirateen nuestros productos. Se engancharán a ellos y cosecharemos los resultados”.

(#) Nota publicada por Diagonal y reproducida por Rebelión.org (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=53948)