La Habana, Cuba. Una llamada telefónica reunió a María con su hermano David tras años de alejamiento. Ella vive en Caimanera, la frontera entre Cuba y la base naval de Guantánamo que, desde 1903, mantiene Estados Unidos en territorio cubano. Desde ahí María viajó al complejo militar para encontrar a su familiar postrado en una cama de hospital, desprovisto de razón.

David, igual que 200 cubanos más, decidió permanecer en la base naval estadunidense tras el triunfo de la revolución cubana, seducido por el poder adquisitivo que le representaba su salario en dólares.

Ante la grave enfermedad de su hermano, María solicitó a las autoridades estadunidenses en Guantánamo que le entregaran los bienes que David ha acumulado durante más de 40 años como empleado de ese complejo militar. La respuesta que recibió de una oficial del gobierno de Estados Unidos fue rotunda: “él no tiene ningún dinero”. Sorprendida, preguntó sobre la ropa, las alhajas y el dinero que había ahorrado David, pero la respuesta fue la misma.

“Esos bienes debían existir; así como los ahorros que mi hermano acumuló como trabajador de la base, pues siempre fue un hombre muy minucioso”, comenta María.

En caso de que David fallezca, dijo la rubia militar estadunidense que atendió a María, los familiares pueden escribir una carta al gobierno de Estados Unidos para reclamar los bienes. Enfermo y postrado en una cama de hospital, David aún es residente en la base naval, pero mientras no muera sus familiares que viven en territorio de Cuba no pueden reclamar los bienes que durante más de cuatro décadas ha acumulado.

Política de despojo

En enero de 1964, más de 3 mil trabajadores cubanos laboraban en la base de Guantánamo. Unos 2 mil 300 entraban y salían de las instalaciones diariamente. Sin embargo, entre el 10 y el 15 de febrero del mismo año, fueron despedidos 500 trabajadores por orden del gobierno estadunidense y meses después, en octubre, otros mil 60 fueron dados de baja, con lo que sumaron mil 560 los despedidos; las dos terceras partes en solo siete meses.

Otra medida similar ocurrió el 5 de marzo de 1966, cuando el Departamento de Defensa de Estados Unidos informó que la política de su gobierno "no permitía el pago de jubilaciones a ningún personal en Cuba", por lo que los trabajadores despedidos no recibirían pensión alguna ni podían reclamar la devolución de sus contribuciones a la caja de jubilaciones, retenidas por el gobierno norteamericano. Por ese motivo, los trabajadores cubanos de la base sólo tuvieron una alternativa: asilarse o perder su empleo y todos los demás derechos.

De los cubanos que hasta ahora entran diariamente para trabajar en ese complejo militar, sólo queda una decena.

“Viven muy bien y no les interesa irse a Estados Unidos. Aquí su dinero vale mucho más que allá”, refiere María, quien explica que entre los cubanos que decidieron permanecer con la Revolución, este grupo de personas no es muy apreciado.

El encuentro

A principios de este 2007, María recibió una llamada telefónica que cambió su vida. La voz femenina del otro lado del cable hablaba en un castellano con acento de la península ibérica. La mujer le informó que llamaba de la base naval de Guantánamo, y dijo que su hermano, a quien María no veía desde hacía ya varios años, estaba gravemente enfermo.

La noticia sobresaltó a María, quien de inmediato discutió con su otro hermano la forma en que enfrentarían la enfermedad de David.

Alguien les aconsejó recurrir a los buenos oficios del Comité de la Cruz Roja Internacional (CCRI), la organización humanitaria que reúne a las familias separadas por conflictos bélicos o en países que no mantienen relaciones diplomáticas, como es el caso de la República de Cuba y de los Estados Unidos.

Con esa perspectiva, la cubana comenzó un trámite cuyo desenlace aún está en espera. Y es que la voz que llamó desde la base naval le insinuó que David podría ser trasladado a territorio cubano para su posterior atención médica.

En María, se hicieron presentes los lazos fraternos que había resguardado en su corazón luego del sentimiento de rechazo que albergó tras la decisión de David de permanecer en la base naval, trabajando para los estadounidenses.

Después de esa gestión, que implicó constancias de parentesco y de nacionalidad, transcurrieron largos días sin recibir noticias: ni de la misteriosa mujer de la base naval ni del CCRI.

Una mañana, una joven de Caimanera observó casualmente cómo un hombre joven, de buen porte que fingía ir de paso, no dejaba de lanzar una mirada escrutadora a la fachada de la casa de María. El hombre repitió la operación un par de veces y se perdió entre las calles del poblado.

Sin embargo, el individuo no contó con que los habitantes del pequeño poblado también mantenían su mirada atenta sobre él, pendientes de toda incursión extraña.

Más tarde, llegó a Caimanera una flamante camioneta blanca de la que descendió un grupo de hombres –entre los que iba el joven que había pasado por la casa de María- y una mujer uniformados. Enseguida, el grupo se dirigió al domicilio del representante local del Comité de Defensa de la Revolución (CDR) y una vez ahí, le preguntaron exhaustivamente sobre el comportamiento social y político de María y su familia.

Se les informó que ella es una cubana totalmente integrada a la Revolución y a la comunidad. Minutos después, los visitantes se dirigieron a casa de la mujer, aunque por la natural comunicación entre vecinos, María ya conocía el objetivo de los uniformados. Así que cuando éstos tocaron a su puerta y se identificaron como agentes de la seguridad cubana destacados en Guantánamo, al que pertenece Caimanera, ella los recibió con aplomo.

“Muy educados, le preguntaron sobre la llamada que esa mañana había recibido”, puntualiza la testigo con gran respeto y admiración hacia ese cuerpo de seguridad.

Agrega que María les explicó lo que conversó con la mujer que le telefoneó desde la base naval de Guantánamo: que su hermano David, a quien no había visto desde hacía décadas, estaba muy delicado de salud, casi inconsciente y con problemas prostáticos, por lo que permanecía hospitalizado en las instalaciones de la base.

Pese a sus gestiones ante el CCRI para que pudiera entrevistarse con David, María les confesó a sus visitantes que veía muy remota la posibilidad de verlo pronto. “A eso venimos señora, hoy lo verá pues la llevaremos a la base naval. Prepare un bolso pequeño con sus pertenencias, porque lo más seguro es que hoy mismo regrese a Caimanera”, escuchó asombrada la mujer.

Poco después, María y otro de sus hermanos abordaban la flamante camioneta que los condujo a la zona fronteriza entre territorio cubano y la base naval estadounidense. Tras pasar varios retenes cubanos, descendieron frente al complejo arquitectónico que las autoridades de Cuba y Estados Unidos acondicionaron para realizar diálogos bilaterales cuando así lo requiere la situación política de esa zona.

En el hospital, María conoció a los amigos de David. Ellos le confirmaron sus sospechas: que su hermano estaba inconsciente y muy delicado. Cuando se aproximó a la cama del enfermo lo encontró casi dormido. María mantuvo su carácter firme y entabló un monólogo con su hermano, la conversación parecía retomar la que interrumpieron años atrás.

Mientras María sostenía la mano de David, se percató de que su hermano estaba rodeado de austeridad. Él, que siempre gustó de usar anillos, pulsos y cadenas al cuello de oro de buena calidad, estaba despojado de todo. Paradójicamente, en la mesita del hospital una fotografía exhibía a un David jovial, ataviado impecablemente y rodeado de sus amigos de la base.

¿Qué pasará con David?

A su regreso a Caimanera, María atesoraba el apretón de manos que le dio David. Jura que su hermano la reconoció aunque nunca pudo articular palabra. Su pérdida de conciencia y el agravamiento de su mal prostático no auguran una recuperación.

Sin embargo, haber tomado de las manos a su hermano y sostener con él un monólogo en el que le habló de sus hijos, nietos y amigos, de esa familia que lo espera en Cuba, sintetizó para María el reencuentro de dos seres separados por cuatro largas décadas. Él porque decidió continuar en la base naval tentado por sus ingresos en dólares y ella, porque prefirió seguir el destino de sus paisanos en Cuba.

Desde esa breve reunión con David, en febrero pasado, María no ha sabido más de él. No tiene noticias de la tristemente célebre base naval estadounidense de Guantánamo y cada día aumenta su incertidumbre por la suerte de su pariente. Teme que la salud de David se deteriore más y que nadie le informe si vive o muere.

Además, ahora sabe que los bienes y recursos de que disponía su hermano están bajo control del gobierno estadounidense y que ni David ni ella tienen acceso a ellos. El deseo de María es llevarse a su hermano a Caimanera, sabe que ahí tendrá una excelente atención médica y estarán juntos. No la mueve ningún interés personal en los bienes de David, pero sabe que él preguntará y hay que darle respuestas.

¿Adónde quedó el capital que David acumuló durante toda su vida? ¿Qué objetivo perseguían las autoridades de la base naval para notificar a la familia de David de su enfermedad? ¿Qué ocurre ahora con su tratamiento médico? Estas preguntas rondan en la mente de María, quien aún espera en su casa de Caimanera una respuesta.

Fecha de publicación: Julio 2a quincena de 2007

El enemigo de enfrente

Al triunfo de la Revolución cubana, más de cuatro mil cubanos residentes en Guantánamo y en el poblado de Caimanera trabajaban para la base naval –distante apenas 16 kilómetros de esta ciudad– y que desde 1903 mantienen los Estados Unidos en territorio cubano.

Cuando Estados Unidos rompió relaciones diplomáticas con Cuba el 3 de enero de 1961, comenzó una era de antagonismos entre ambas naciones que tuvieron su impacto en la región de Guantánamo y entre sus habitantes.

En ese entonces, el salario que percibían los trabajadores cubanos representaba para el gobierno de la isla unos 10 millones de dólares en ingresos. Sin embargo, veinte años después, la cifra de cubanos empleados en la base naval no sobrepasaba el centenar y en pleno siglo XXI, suman apenas una decena.

Ese enclave militar, situado en el extremo oriental de la isla, ocupa una zona de 117 kilómetros cuadrados, de los que 39 corresponden a las aguas de la bahía. Además, provee de abrigo seguro a los navíos y aeronaves que ahí llegan por su natural geografía.

Sin embargo, la Demanda del Pueblo de Cuba al Gobierno de Estados Unidos por Daños Humanos (31 de mayo de 1999), planteó que ese complejo militar enclavado en territorio de Guantánamo, “se ha convertido en una amenaza cada vez más peligrosa”, pues las “provocaciones provenientes de la misma han causado serias dificultades a nuestra sociedad y ha dejado un saldo de ocho muertos y 15 mutilados”.

Rubén López

Sabariego y Rodolfo Rosell Salas, entre ellos

Al respecto, el estudio de la investigadora Raisa Martín Lobo, titulado “Más de un siglo de usurpación”, afirma que la base se ha convertido en un espacio receptor de quienes ilegalmente pretenden salir del país.

“Es un medio que favorece los propósitos asesinos de la Ley Migratoria de Ajuste Cubano, con un elevado saldo en pérdida de vidas humanas y otros daños a algunas personas que irreflexivamente escogen esta vía para salir ilegalmente del territorio cubano”.

De acuerdo con Martín Lobo, desde el 12 de febrero de 1964, unos 700 trabajadores cubanos fueron cesados masivamente de sus empleos en la estación y otros presionados por las autoridades del enclave para que abandonaran Cuba.

Manuel Prieres, otro investigador de la base naval, narra que hasta 1958 los trabajadores cubanos de ese complejo militar procedían de Guantánamo, Boquerón y Caimanera, viajaban diariamente a la base en donde permanecían toda la semana para regresar a sus casas los sábados.

En contraparte, los marines viajaban a territorio cubano los fines de semana para dilapidar su salario en bares, restaurantes y carreras de caballos. Después sobrevino el triunfo de la Revolución y surgieron los incidentes.

Uno de ellos ocurrió tiempo después y fue muy espectacular: cuando Fidel Castro ordenó que fuera cerrada la llave maestra de la Planta en el río Yateritas, (a sólo 4 millas) que suministraba agua potable a la Base Naval desde territorio cubano. Los estadounidenses quedaron sin agua por unos días, por lo que desde entonces transportan el líquido en grandes tanques desde San Thomas y Puerto Rico; y finalmente, optaron por construir una planta de desalinización de agua marina.

En medio de la disputa política entre ambas naciones, quedó pendiente el ambicioso proyecto por parte de los cubanos de suministrar leche fresca y demás productos lácteos a la población de la Base, desde un complejo lechero que ya funcionaba en la zona de San Antonio del Sur propiedad del entonces legislador cubano Navarrete.

Entre 1962 y 1994, ambos gobiernos decidieron tomar medidas para reducir los riesgos de acciones provocativas ejecutadas desde la base naval y que según el diario oficial cubano Granma, suman 13 mil 498, entre ellos: ofensas de palabra, realización de actos obscenos, violaciones de la línea divisoria, iluminación con reflectores de las casetas en las que están apostados soldados cubanos, disparos con armas y acciones en las que se apuntó amenazadoramente con cañones, tanques y ametralladoras contra nuestro personal e instalaciones.

Igualmente, afirma Granma, hubo reiteradas violaciones al espacio aéreo cubano, incluido el aterrizaje de helicópteros fuera del perímetro de la base, “así como violaciones de nuestro espacio marítimo”