por Félix C. Calderón

El Alto Perú fue durante gran parte del periodo colonial un componente importante del virreinato del Perú y solo fue desmembrado en 1783 para anexarlo a la audiencia pretorial de Buenos Aires. Sin embargo, desde 1810 mantuvo vínculos políticos incuestionables con el virreinato de Lima los mismos que se acentuaron desde 1811. En suma, se puede decir que durante el coloniaje por apenas algo menos de 28 años, el Alto Perú fue separado de su atávica y milenaria entraña andina del Bajo Perú. De allí que lo promovido por Bolívar desde junio de 1824, en Yanahuanca, fue antes que nada un acto anti-peruano, destinado a debilitar al Perú, desmembrando con la ayuda de cantos de sirena y de una manipulación grosera una parte vital de su hinterland en las altas tierras y, por añadidura, le dejó con la inopinada nueva República serios problemas limítrofes para nada ajenos en la infausta guerra de 1879 y que, por fin, pudieron zanjarse en 1909. Por eso, más desafortunado no pudo haber sido el encuentro del Perú con Simón Bolívar.

Si nos atenemos a lo que escribió el historiador boliviano Alcides Arguedas en la Historia General de Bolivia.- El proceso de la nacionalidad- 1809-1921 (La Paz.- Arnó Hermanos, editores.- 1922), si bien la noticia del cautiverio del rey Fernando VII por los franceses llegó a Chuquisaca el 17 de setiembre de 1808, una primera revuelta, en apariencia de lealtad a la monarquía, recién se produjo el 16 de julio de 1809. Días más tarde, el 24 de julio, se organizó la Junta Tuitiva con quince vocales, agregando Arguedas: “El primer paso que dio la Junta Tuitiva fue anunciar a Chuquisaca el movimiento que acababa de operarse en La Paz y en dirigir engañosamente, un oficio al virrey de Lima (sic) protestando adhesión al monarca destronado; oficio tácitamente desmentido por la proclama que enseguida se lanzó al pueblo y en la que renegando de haber guardado ‘un silencio parecido a la estupidez’ ante la política opresora del conquistador, anunciaba haber llegado la hora de sacudir la odiosa dominación.”

Aparte de reconocer Arguedas esa respetuosa relación política con Lima, no es menos contundente que haya sido el propio virrey de Lima que, alarmado por los sucesos en el Alto Perú, encomendara al poco tiempo al brigadier José Manuel Goyeneche, a la sazón presidente del Cuzco, a debelar todo movimiento, abierto o encubierto, que tuviese por fin galvanizar la libertad de los pueblos. Goyeneche, con ese fin, concentró tropas que estaban dispersas en Puno, Arequipa y Cuzco, llegando a reunir un ejército de 5000 hombres. Empero, cuando se aproximaba a La Paz, el 30 de setiembre, la auto-denominada Junta Tuitiva tomó la decisión de disolverse. Tal vez prematuramente, si se repara en el hecho que el 7 de noviembre de 1810 el argentino Balcarce apresuró su marcha al Alto Perú, derrotando a los realistas en Suipacha.

“El movimiento independiente tomó proporciones incontenibles, pues fue secundado primeramente por Chuquisaca el 13 de octubre y el 16 de noviembre por La Paz, adhiriéndose ambas localidades al gobierno de Buenos Aires y desconociendo al de Lima (sic).” (Ibid.). Sin embargo, el 20 de junio de 1811, Goyeneche destruyó completamente las tropas desprevenidas del argentino Castelli. Y éste acobardado huyó hasta Buenos Aires. De este modo, el Alto Perú quedó en pocos meses pacificado por Goyeneche, llegando éste a ser reemplazado en 1813 por Joaquín de la Pezuela que fue quien hizo frente al avance del general Belgrano, triunfador en Tucumán el 24 de setiembre de 1812, derrotándolo dos veces, en octubre y noviembre de 1813, e imponiendo luego con violencia la pacificación. Tres años más tarde, en mayo de 1816, fue este mismo Pezuela quien viajó a Lima para reemplazar al virrey Abascal, quedando en su lugar el general La Serna que años más tarde, en el verano de 1821, lo depuso asumiendo la jefatura de un virreinato del Perú ya parcialmente independiente.

A la luz de los antecedentes, se puede afirmar, sin ligereza alguna, que cuando en 1811 el Alto Perú acentuó su dependencia del virreinato del Perú, aquél se circunscribía, territorialmente hablando, en lo esencial, a la Audiencia de Charcas y, por lo mismo, no tenía por el oeste acceso al Océano Pacífico ni por el norte se extendía a los “territorios incógnitos.” Confinaba con ellos, pero no los comprendía. Ergo, los territorios incógnitos y la provincia de Chunchos eran “dos conceptos distintos.”

Por eso, no es exagerado decir que la crisis que empuja a Chile a agredir al Perú en 1879 se gestó en 1825, cuando un déspota y anti-peruano Bolívar, ordenó a su fiel asistente de origen irlandés Burdett O’Connor a encontrar un puerto para el Estado que trataba de crear a expensas del Perú, arrebatando obviamente una porción de la parte sur de lo que había pertenecido al virreinato de Lima. Para nada tuvo en cuenta su propia receta de respetar el uti possidetis de 1810, ni tampoco se detuvo en preguntar su parecer a un Consejo de Gobierno peruano totalmente obsecuente y mantenido en la más completa ignorancia. Simplemente procedió por diktat sin reparar en el desidératum de los pueblos. El relato que ha dejado para la posteridad ese aventurero irlandés es francamente de antología:

“Pasé todo el mes de octubre en Tarija (1825) con la Legión Peruana. Llegó el correo de 4 de Noviembre, y me trajo dos notas oficiales del general Sucre; en la una de ellas ordenándome, por disposición del Libertador, desocupara inmediatamente la plaza de Tarija, por haber cedido dicha provincia al gobierno argentino (sic), en el arreglo hecho con su Legación (...), y despachar la Legión Peruana a Potosí. La otra empezaba en estos términos: “Al señor coronel jefe de Estado Mayor General, Francisco Burdett O’Connor.- Señor: Su Excelencia el Libertador ha tenido á bien conferir á Usía una comisión de suma importancia, la cual verificada con buen suceso, le granjeará no solo la honra, sino la gratitud de todos los pueblos del Alto Perú (sic)”, y seguía diciéndome que esta nueva República carecía de un puerto de mar (sic); que me dirijiese a la costa de Atacama, levantase un mapa de Loa, Cobija, Mejillones y Paposo, y habilitase para el comercio el que encontrase mejor. Pocos días después, en cumplimiento de esta orden, salí de Tarija y me dirigí á la villa de Tupiza (…). (…) De Toconao, en cuyo pueblo me dejó Fermín Torres, pasé al pueblo de Atacama, capital de la provincia, distante diez leguas de Toconao, camino muy llano. En Atacama encontré de guarnición al capitán Casanova, con la compañía de cazadores del batallón segundo del ejército del Perú, cuyo cuerpo dejé de guarnición en Potosí cuando marché para el sur. (…) Pasé por Calama, Chacance y Culupo, y llegué a Cobija sin novedad. (…) En Cobija no encontré más que un hombre, cochabambino, llamado Maldonado. Este me dijo que habían muerto de viruelas todos sus changos, pescadores de lobos, que no había más vivientes en el puerto que él y su hermano (…). Al día siguiente llegó al puerto el bergantín de guerra Chimborazo con el jefe de la escuadra colombiana en el Pacífico á bordo, de orden del Libertador (sic), para llevarme con él con el objeto de reconocer todos los puertos que tenía anotados (sic) en mi nota de instrucciones (sic). (...) La primera noche que pasé á bordo del Chimborazo fue la del 9 de diciembre, primer aniversario de la victoria de Ayacucho, y el comodoro que mandaba el bergantín Chimborazo era el capitán Carlos Wright, del batallón Rifles, de Bomboná, primero de la guardia. Había servido con su batallón en la batalla de Ayacucho, y sabiendo el Libertador que había sido guardia marina en el servicio inglés, que equivale á cadete en el ejército, le nombró comodoro de la escuadra colombiana en el Pacífico, y esto por necesidad, tan escasos eran los hombres aptos de quienes el general Bolívar tuvo que valerse para el servicio. Al día siguiente emprendimos el reconocimiento de todos los puertos mencionados en mis instrucciones y hallamos que el de Cobija tenía el mejor fondo para ancla y el puerto más cómodo también, aunque escaso de agua, pero de poder aumentar la cantidad. Me separé del comodoro en el puerto de Loa, que no es más que una rada, y con el agua del río Loa, tan salada que no se puede beber. El puerto de Mejillones es hermoso, pero carece de agua. El de Paposo tiene río con pescado que le entra, pero como el tránsito desde Paposo por tierra á Atacama no tiene una gota de agua, ni pasto, y por estas razones inverificable. Empero, si yo hubiese podido penetrar en lo futuro, hubiese habilitado los dos puertos, el de Paposo y el de Atacama; el primero con almacenes para desembarco de las mercancías, y el segundo para punto de partida hasta Potosí, disponiendo que los fardos y demás cargas se transportasen del un punto al otro en lanchas, arrimándolas á la costa sin peligro alguno. De este modo se hubiesen evitado las posteriores pretensiones infundadas de Chile, y su usurpación en la provincia más rica de Bolivia. Había encargado al corregidor Maldonado llevar mis mulas por tierra hasta la boca del río Loa, con mi asistente, y cuando me separé del comodoro seguí mi camino río arriba hasta el puerto de Quillagua, adonde llegué la misma tarde. El comodoro se dirigió al puerto de Arica á tomar á su bordo al Libertador de regreso de Chuquisaca y llevarlo á Lima.”

“Este puerto de Arica era en el que se embarcaban para España todas las encomiendas procedentes del Alto Perú. (…) Desde Quillagua despaché á mi asistente á Atacama á traerme mis animales y petacas (…) y entretanto me ocupé de reconocer todas las inmediaciones del pueblo y de dirigir al general Sucre mi primer parte del resultado de mi comisión hasta aquí. No sé si recibió el pliego; pero lo cierto es que no tomó providencia alguna sobre los datos que le dí relativos á la demarcación entre el Bajo y el Alto Perú (sic). Lo que puedo asegurar con confianza es que si yo hubiese acompañado al comodoro hasta Arica, si me hubiese visto allí con el Libertador, que pasaba á Lima, y si le hubiese hecho sabedor de los datos que había tomado de los ancianos en Quillagua, el Libertador, á su llegada, á Lima, hubiera arreglado todos los linderos entre el Alto y Bajo Perú por un decreto (sic), el cual hubiera aumentado el territorio de Bolivia, con todo el collado del Cuzco, desde el abra de Santa Rosa, y por la costa desde el río de Tambo (sic), entre Torata y Arequipa; y como se reconocía al Libertador por presidente de ambas Repúblicas, jamás hubiera habido oposición la más pequeña a su decreto (sic).” (F. Burdett O’Connor: Independencia Americana-Recuerdos de Francisco Burdett O’Connor.- Sociedad Española de Librería-Madrid. Escrito en 1869).

Como puede apreciarse, hubiese sido muy fácil durante esos fatídicos meses arrebatarle al Perú inclusive parte de Arequipa. Enhorabuena que O’Connor no viajó a Arica para encontrarse con el veleidoso caudillo militar que, como se aprecia más en detalle en el Tomo Tercero Descodificando la creación de Bolivia, de la serie Las veleidades autocráticas de Simón Bolívar, regresaba apuradamente a Lima para defenestrar a algunos diputados peruanos que podían tirar por la borda su libreto urdido para hacer del Perú, en el colmo del cinismo, el promotor de la separación del Alto Perú y de la “dictadura perpetua.” Asimismo, ese recuento sirve para calibrar mejor la otra cantidad de problemas limítrofes que el malhadado caraqueño dejó al Perú en prueba de su deslealtad.

Según lo relata el mismo Arguedas, y confirma ese designio avieso en perjuicio del Perú, en una carta escrita por Sucre a Bolívar, en 1823, suponemos desde Lima, aquél hizo una abierta crítica de la conducta de Santa Cruz en el Alto Perú como comisionado de Riva Agüero, subrayando que más que con un objetivo militar, “iba a esas regiones con el fin de ‘apoderarse de las provincias del Alto Perú y segregarlas del Perú y Buenos Aires, formando un Estado separado.” Pero, al enterarse que La Serna se acercaba al Alto Perú, Santa Cruz no dio ninguna batalla, optando por “emprend(er) una precipitada retirada que más tenía trazas de vergonzosa huída, perdiendo en la ruta la casi totalidad de sus 7000 hombres”, concluye Sucre. (Ibid.). ¿Despertó esa carta la ambición del caudillo militar de hacer parir un nuevo Estado?

Veamos algunos fragmentos de cartas de Sucre, entre muchas otras, en busca de la respuesta:

“(...) Mil veces he pedido a V. instrucciones respecto del Alto Perú y se me han negado, dejándome en abandono; en este estado yo tuve presente que en una conversación en Yacán (pueblo cerca de Yanahuanca) me dijo V. que su intención para salir de las dificultades (sic) del Alto Perú era convocar una asamblea de estas provincias.” (Carta de Sucre a Bolívar de 4 de abril de 1825 en Vicente Lecuna: Documentos referentes a la creación de Bolivia.- Tomo I).

“(...) Yo pienso irme a Puno a encontrar al general Olañeta para arreglar definitivamente las cosas del Alto Perú; mas me demoraré aquí tres días por solo esperar instrucciones de V. (sic); si no me llegan, me sujetaré en cualquiera transacción a las conversaciones que sobre estos asuntos tuvimos en Yanahuanca en el mes de junio (sic). (Carta de Sucre a Bolívar de 11 de enero de 1825.- Ibid.).

“(...) Me ha dicho el doctor Olañeta que él cree difícil, sino imposible (sic), reunir las provincias altas a Buenos Aires; que hay una enemistad irreconciliable (sic): que o se quedan independientes o agregadas al Perú (sic), en cuyo caso quieren la capital en Cuzco, o más cerca de ellos. Sirva de gobierno esta noticia que está corroborada por otras muchas más (sic).” (Carta de Sucre a Bolívar de 5 de febrero de 1825.- Ibid.).

“(...) no obstante que las provincias están muy determinadas a no ser argentinas (sic); los partidos están entre ser independientes o del Perú (sic); a lo último se inclinan los hombres de más juicio (sic).” (Carta de Sucre a Bolívar de 23 de abril de 1825.- Ibid.).

En síntesis, mediante evidencias e indicios dejados por las comunicaciones cruzadas entre Bolívar y Tomás de Heres con Sucre y Santander, puede sostenerse que el veleidoso caudillo militar sí tuvo la intención de dividir el Bajo y Alto Perú desde antes de la batalla de Ayacucho. Concretamente, por lo menos desde junio de 1824, por confesión de su lugarteniente. Pero, no es improbable que haya sido desde antes, inclusive desde la fecha en que tomó conocimiento de la rebelión de Olañeta en el Alto Perú. Con esa intención en mente, solo conocida por uno o dos de sus más fieles servidores, Bolívar quiso evitar ser otra vez sorprendido como sucedió en Guayaquil, en que un sentimiento pro peruano se instaló prematuramente en el seno de la Junta de Gobierno (Tomo Primero: La usurpación de Guayaquil de la serie Las veleidades autocráticas de Simón Bolívar). Por eso, desde antes de la batalla de Ayacucho buscó acercarse a Olañeta, seduciéndolo para que se haga su aliado. (Véase el Tomo Segundo La fanfarronada del Congreso de Panamá). Juego infructuoso que continuó por inercia, producida la derrota de los realistas en la Pampa de la Quinua, hasta que Bolívar se enteró por Sucre en febrero de 1825 que la situación podía precipitarse, reviviendo con ansiedad en su mente, imaginamos, la difícil experiencia de Guayaquil. Su fiel lugarteniente se limitó en todo esto a dar cumplimiento a lo que en su leal entender era el pensamiento del ambicioso caudillo, tal como éste le confesó en Yacán en junio de 1824, en el sentido de forzar la independencia de esas provincias del altiplano. Había que fraccionar el Perú, debilitarlo, para desplazar el centro de gravitación geopolítica hacia el norte.