Tehuipango, Veracruz. Gota a gota el agua fluye penosamente entre las rocas desde lejanos manantiales hasta las poblaciones indígenas. Habitantes de estas comunidades, buscan desesperados y con un esfuerzo tenaz el vital líquido para sobrevivir.

Ahí, mientras las mujeres y los hombres de Tehuipango capturan el recurso en tambos de plástico y precarias tuberías, en las aulas sus hijos padecen la discriminación de un sistema educativo que a través del idioma español les impone una concepción del mundo ajena a ellos, al tiempo en que insiste en marchitar su expresión náhuatl.

Escasez de agua y educación centrista constituyen los dos grandes lastres para el desarrollo de las comunidades indígenas en este municipio, el de mayor índice de pobreza en Veracruz, y hasta hace poco el primero en marginación según el Banco Mundial. Ya en el bienio 2006-2007 las proyecciones de ese organismo ubicaban a Tehuipango como el tercer y cuarto lugares en la pobreza extrema de todo el país, respectivamente.

Desde que el sol surge entre las lomas de esta región de las grandes montañas, las mujeres indígenas acarrean agua de los cerros por caminos a largas distancias, mientras que sus hombres, indígenas también, trabajan de sol a sol en extraerle frutos a la sierra, en donde pican piedra –la materia prima más abundante de la zona– y cortan leña.

Mientras las estadísticas oficiales consideran que Tehuipango ya salió del primer lugar en la lista de pobreza extrema en todo el país, sus habitantes ignoran la nueva clasificación y siguen viviendo en la misma situación que hace 20, 40 y 60 años.

Pero la información oficial que difunden las dependencias federales sobre ese municipio es falsa o, al menos, inexacta; por ejemplo su hidrografía, en donde según el sitio electrónico del programa microrregiones señala que a este municipio “lo riega el rio Moyoteampa, tributario del Tonto, que a su vez es afluente del Papaloapan”, pero en la vida real lo único que fluye en Tehuipango es la ansiedad de los comuneros por conseguir agua.

Ahuacatla es la comunidad más apartada del municipio. Se llega ahí por la nueva carretera de piedra y grava que se construyó con recursos del Ramo 33 que el gobierno federal destina a municipios para obras de infraestructura. El café que cultivan algunos de los habitantes de ese poblado que integran 22 casas, no puede venderse porque los precios son tan bajos que es preferible utilizarlo para autoconsumo, pues de lo contrario serían más las pérdidas que las ganancias.

Una pequeña choza funge como centro de salud. Las paredes de tabla dejan el paso abierto a la luz y al calor, y unos coloridos carteles, con propaganda de la Secretaría de Salud, sirven para cubrir el viento que quiere colarse. Nadie lee los anuncios, porque todos analfabetas.

“Hay que cambiar el techo, porque ya se cuela toda el agua”, advierte el joven mientras una fila de mujeres indígenas espera sentada. No son pacientes en espera de consulta. Van a limpiar la habitación y los alrededores como una de las faenas a que están obligadas para mantener los 320 pesos por cada niño que les da el programa Oportunidades.

El joven responsable del centro está desesperado. No tiene medicinas que curen a los comuneros; ni siquiera antigripales para los niños o antirreumáticos para las ancianas. Nada, ni un analgésico. Tampoco hay estetoscopio, ni un manómetro y jamás han tenido un registro de la salud de los habitantes la comunidad. Los anaqueles de madera están vacíos.

“Como soy auxiliar, no sé qué hacer con los pacientes. El problema es que no tengo medicamentos. Nos hacen falta muchos medicamentos, para el dolor. Se llama ácido acetil salicílico. Son unas tabletas; también les doy paracetamol tabletas y para los niños albendazol en pastillas o solución si tienen lombrices, todo eso nos hace falta”.

Angustiado, con voz al borde del llanto, explica que “no me han pagado desde hace siete meses, mañana voy hablar con los doctores”. Su salario proviene de lo que le aportan las familias de Ahuacatla; pero éstas no tienen dinero, aunque formalmente la casa de salud, que pertenece al municipio de la sierra de Zongolica, debería de hacer cargo del pago. Los doctores llegan a esa zona cada mes, se avisa por radio y las mujeres se hacen cargo de la limpieza.

En educación, la llegada de la maestra es alertada por los niños cuando la ven por el camino que conecta con la cabecera municipal. Otras veces los maestros de la escuela de Axchupico se ofrecen a darle un “aventón” y la traen en automóvil. Pero este día le tocó caminar y cruzar montañas y veredas de una orografía accidentada.

Rezago con dolo

La misma toponimia en náhuatl traduce a Tehuipango como un “lugar de piedras encimadas” o un “sitio del paso transparente”. Alude claramente a la muralla de piedras casi impenetrable que constituyen las montañas que propios y extraños deben salvar para adentrarse en este apartado territorio.

Fundado en el siglo XVI, tuvo hasta 1831 una municipalidad en educación básica. Hacia 1995 tenía 15 mil 844 habitantes y un índice anual de nacimientos de 619, con una tasa de 106 defunciones por año y un alto grado de marginación y carencia de obras de infraestructura. Este municipio siempre había sido gobernado por el PRI, hasta el año 2000, cuando la ola azul del foxismo le dio el triunfo a un candidato panista; pero la situación de miseria extrema para la población continúa igual.

El triunfo de Acción Nacional no se refrendó en 2005 y Leoncio Macuixtle se convirtió en el primer alcalde postulado por el Partido de la Revolución Democrática (PRD). A unos meses de concluir su gestión, explica cómo amplió la red de caminos a la comunidad más lejana del municipio, a costa de rechazar el presupuesto que le hizo una constructora.

“Se trataba de hacer un camino de terracería hasta Ahuacatla”, y a Macuixtle le pareció excesiva la cotización de la empresa (4 millones de pesos), pues apenas disponía de 4.5 millones para atender a todas las comunidades de su municipio.

Como tenía a su favor la experiencia de haber sido trabajador de la construcción en la ciudad de México, viajó a ésta para solicitar información a la Secretaría de Comunicación y Transportes sobre el costo de construcción de la carretera, pero fue infructuoso porque nadie tuvo tiempo de atenderlo y muchos menos proporcionarle los datos que necesitaba.

El alcalde perredista obtuvo información de la Cámara Nacional de la Industria de la Construcción, en donde confirmó que la empresa constructora había cuadruplicado el costo estimado de la carretera. Al final, el camino de la cabecera municipal hasta Ahuacatla y Tolapa costó sólo 1.5 millones de pesos.

Ese rezago en las vías de comunicación, escuelas y centros de salud es reflejo del menosprecio gubernamental a las comunidades indígenas de las grandes montañas de Veracruz.

Para transitar los 40 kilómetros que separan a Tehuipango de Orizaba, se tiene que transitar por más de una hora en automóvil a través de un largo y sinuoso camino.

En contraste, en las zonas de desarrollo regional que interesan a empresarios y gobiernos, se realizan magníficos proyectos de ingeniería civil que logran reducir las dificultades geológicas. Como la pobreza no es atractiva, el Plan Puebla Panamá tiene un trazo que sí contempla su paso por el puerto de Veracruz, distante a unas horas de las comunidades pobres de Tehuipango, el municipio que colinda con otras poblaciones pobres como Mixtla, Eloxitlan, Astacinga y Texhuacán, todos en el riquísimo estado costero.

Aún así, los indígenas de las comunidades de Xopilapa, Tzacuala, Tehuipango, Xiutempa y Tepeica, Zacatlaixco, Xaltepec y Ahuacatla esperan mejores caminos y nuevas negociaciones con Puebla para garantizar la prórroga del convenio que les garantice agua para sus casas.

Carrera contra el tiempo

El profesor Macuixtle quiere concluir varios planes de desarrollo comunitario, económico y sustentable, como la explotación turística de la zona arqueológica de Tepantipa. En noviembre del 2006, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) confirmó la existencia de vestigios prehispánicos, equiparables a los de El Tajín. Fernando Miranda, arqueólogo del INAH, anunció su intención de iniciar la restauración de este sitio.

El alcalde saliente insiste en instalar una trituradora de piedra en el municipio y crear fuentes de empleo en la región. Con la piedra, dice, podemos construir caminos y viviendas que urgen en esta población náhuatl. También proyecta instalar una purificadora de agua con el apoyo de los gobiernos federal y estatal, y recursos del rubro “Desarrollo Regional”.

Para evitar el éxodo temporal hacia Tezonapa, en la temporada del corte de caña, tienen en marcha proyectos productivos como el vivero forestal en Duraznojotla, el de producción casera de nopal y el del cultivo de alcatraz y gladiola para abastecer a las numerosas mayordomías de las localidades; otros más como el de ecoturismo, quizás no se consolidarán y estarán al arbitrio del sucesor de Macuixtle, probablemente el aspirante de Acción Nacional, partido que ha invertido sumas valiosas en la actual campaña.

Mujer productiva

Crescencia es una joven indígena de la comunidad de Ticoma, una de las más pobres del municipio. Aunque no habla castellano, su hospitalidad la lleva a abrir las puertas de su casa y exhibe con orgullo el producto de su trabajo diario. La vivienda es de piso de tierra, y techo, paredes y tapanco de madera. Adentro hay una cama en donde juegan los dos pequeños hijos de Crescencia, quienes este día comerán frijoles, tortillas y té de canela que ya despide su aromático olor desde el fogón.

Los enfermeros del centro de salud que visitan la localidad cada dos meses, recomendaron a las madres indígenas no dar de beber café a los pequeños: puede irritarles el estómago y no los nutre.

En un extremo del cuarto de la casa están dos máquinas marca Singer. Sobre una de ellas reposan las prendas con colores brillantes y variados que la indígena nahua cosió en días pasados: un delantal, una falda, un pantalón al que le zurció el dobladillo y retazos de telas con los que confeccionará algunos vestidos.

Es la aventajada alumna de un curso de costura que impartió el ayuntamiento. Lo que más orgullo le da a esta sonriente mujer es un vestido de tela satinada de color rosa con pespuntes y encajes. Está destinado para una niña. No lo usará su pequeña hija, sino otra, cuya madre lo comprará a Crescencia y ella contribuirá así al gasto familiar.

Monopolio y cacicazgo

Otro proyecto productivo de los habitantes de Tehuipango es la Sociedad Cooperativa de Transporte. En esa empresa comunitaria han invertido grandes esperanzas los lugareños que apuestan, en principio, a tener un medio propio y más barato de transporte desde Orizaba hasta ese marginado municipio.

La meta de estos choferes de camionetas es romper el monopolio del transporte que desde hace años mantiene la empresa Adelas (Autobuses de la Sierra), propiedad de un cacique de la región.

Miembros de la cooperativa narran que varios de sus choferes han sido enviados a la cárcel por el cacique. ¿Su delito? “Les inventan cosas, pero la principal es que son piratas”, comenta un habitante de Tehuipango. Los autobuses color naranja de Adelas circulan por caminos de terracería que comunican a estos con Orizaba y Zongolica.

Educación para niños indígenas

Sierra de Zongolica, Veracruz. Son maestras. “Nuestros niños no son tontos ni atrasados: ocurre que los textos sólo hablan de ciudades y aquí hay piedra, sierra y veredas, no edificios. Nada se relaciona con la vida de estos chiquillos nahuatl-parlantes”, explica Rosa María, profesora de todos los niveles de educación básica en la comunidad de Ahuacatla, la más apartada del municipio de Tehuipango.

Sentados frente a la pantalla que proyecta uno de los programas didácticos de Enciclomedia, dos niños de la escuela de Apotzinga aprenden cómo proteger al medio ambiente. El profesor lee en voz alta los ejercicios que, a más de 600 kilómetros de distancia y con una colosal brecha tecnológica, elaboró un comité educativo que nunca visitó esa comunidad, y desconoce los problemas que representa la aplicación de ese método didáctico.

“Correlaciona el impacto”, “explica la fórmula de condensación”, leen los alumnos. Enseguida buscan el significado de las palabras en sus gastados diccionarios. A los estrategas de la Secretaría de Educación Pública se les olvidó que los pueblos indígenas de México no hablan ni leen español.

Uno de los pequeños no encontró en su diccionario el vocablo “correlaciona”. Se quedará sin saber su significado. El otro sí lo encontró, pero ahora no sólo debe saber qué es “condensación”, sino qué tiene que ver esa palabra con su vida en Tehuipango.

En el municipio hay una escuela de Educación Especial, porque los niños “no nos captan”, dice una maestra. Añade que 20 por ciento de los alumnos tiene algún problema de aprendizaje. Por el contrario, la profesora Rosa detalla: “Yo me quedo con ellos más tarde, cuando terminan las clases, para ayudarlos”.

Otra docente de Conafe asegura que “nuestros niños no tienen ningún retraso. Son tan inteligentes y capaces como los de otros municipios o estados del país. Lo que sucede es que los contenidos de los libros no tienen nada que ver con su realidad diaria ni con su entorno”.

Igual defensa a la capacidad de los niños indígenas de las comunidades de este marginado municipio hace un joven de 22 años, que ya es profesor, y que con gran cariño se dirige a sus alumnos en náhuatl.

“Estos niños son quizás más competentes que nosotros. Caminan solos o guiando a un hermano menor durante horas, evitando el peligro de caer por una barranca o esquivando animales peligrosos. Lo que ocurre es que el sistema educativo, con programas elaborados por quienes viven en grandes ciudades, olvida a los niños indígenas. No les interesan.