El tratamiento del tema se presenta, en no pocas ocasiones, como un alerta ante peligros potenciales, que de continuar llegarán a afectar las condiciones indispensables para la vida de la especie.

Otros, evidentemente al servicio de las grandes trasnacionales causantes del 25 por ciento de las emisiones contaminantes, llegan al extremo de exonerar de culpas al CO 2, y justifican la postura de la Casa Blanca negada sistemáticamente a suscribir el Protocolo de Kyoto.

Pero no caben las especulaciones ante dos verdades probadas: El CO2 es el principal agente agresivo de la atmósfera; y la otra, que los cambios no llegan de pronto, y han presentado ya sus cartas credenciales, aunque solo sea como un avance de los efectos, aún más dañinos, que llegarán a producir si no son detenidos.

El informe de las Naciones Unidas sobre el cambio climático enfoca el impacto presente en ocho regiones del mundo, con el Ártico, el sur de África, las Islas del Pacífico y las regiones costeras como las más afectadas.

En Norteamérica, por ejemplo, son apreciables esos cambios en el aumento de los días de calor, en el derretimiento de la nieve en algunos sistemas montañosos y en el avance del mar en regiones costeras.

Europa es escenario, cada vez más frecuente, de inundaciones e incendios forestales. En la zona meridional se registra un mayor número de días de calor y en algunas zonas comienza a escasear el agua.

Asia sufre ya no pocos problemas: derretimiento glacial del Himalaya, aumento del nivel del agua y de las inundaciones, mientras en otras regiones descienden las precipitaciones con la consiguiente afectación de las cosechas. En los últimos dos años se han registrado varios sismos de gran intensidad.

En Centro y Suramérica disminuyen las selvas tropicales, se dispersan las sabanas y el aumento del nivel del mar amenaza ciudades ubicadas en costas del Océano Atlántico.

Las pequeñas islas del Pacífico, por supuesto, no están al margen. Se observan en ellas cambios en la topografía costera de varias áreas turísticas y disminuye sensiblemente las reservas de agua.

Africa, azotada por la pobreza y el SIDA, ve crecer la sequía, es menor la captura de peces y la producción de alimentos. En algunos sitios la temperatura promedio resulta ahora un grado Celsiu superior.

Australia y Nueva Zelandia tienen sobradas razones para las señales de alarma. Allí se incrementa la falta de agua, varias especies entran en la fase de peligro de extinción, particularmente las que tienen su hábitat en las zonas de arrecifes y otras reservas.

En el Caribe hay una larga relación de daños, pero baste mencionar el crecimiento del número de tormentas tropicales y huracanes, con registros récords de lluvias y velocidad de los vientos.

Mientras este desastre está en marcha, solo el despeje de una ecuación será suficiente para que el mundo preste atención a las nuevas amenazas, si se sabe que Estados Unidos demanda, por ahora, 35 mil millones de galones de etanol (140 mil millones de litros)

¿Qué cantidad de tierra será ocupada en la producción de maíz para satisfacer esa demanda, si una tonelada de ese alimento produce, como promedio, 413 litros?

La relación de este fenómeno con el cambio climático no es una invención caprichosa, y sería suficiente una sola de las numerosas advertencias formuladas por el presidente Fidel Castro sobre el tema.

En las reflexiones del líder cubano del 28 de marzo del 2007, dijo: "Présteseles financiamiento a los países pobres para producir etanol del maíz o de cualquier otro tipo de alimento y no quedará un árbol para defender a la humanidad del cambio climático."

Frente a estas realidades, los habitantes del planeta estamos precisados a actuar y hacerlo, además, con urgencia. Quizás no sea demasiado tarde.

Agencia Cubana de Noticias