Mi mamá no sabe nada de lógicas internas de funcionamiento de los medios masivos de comunicación y muy poquito de las rutinas de un reportero cuando va tras una información, a pesar de mis 20 años de trabajo como periodista. No le he contado mucho de eso quizá para no asustarla aunque ella, que es buena lectora y asidua consumidora de medios, saca sus propias conclusiones tras recibir una información. Y casi nunca se equivoca...

Sin embargo, quedó sorprendida cuando vio con sus propios ojos a una nube de periodistas que cubría en Medellín la marcha del 5 de julio, en la cual ella iba en medio de la multitud. “Parecían avispas corriendo detrás del Alcalde, del Gobernador, a Juanes estuvieron a punto de hacerlo caer y a Víctor Aristizábal (el futbolista) no lo dejaban caminar y casi le hacen comer grabadoras y micrófonos. ¡Nooo, yo no sabía que eso era así!”, me dijo espantada.

A mí también me sorprende que todavía tantos de mis colegas sigan corriendo detrás de los “personajes”, cuando la inmensa mayoría de ellos, como mínimo, suelta respuestas planas, huecas, puros lugares comunes o frases fabricadas milimétricamente por sus asesores de imagen.

Lo más grave es que eso ocurra en el cubrimiento de hechos como éste, en el que los verdaderos protagonistas a entrevistar eran otros: en este caso, los ciudadanos que se fueron a la calle a protestar por la monstruosidad del secuestro y, sobre todo, las víctimas de ese delito.

¡Víctimas y ciudadanos rasos eran quienes debieron haber estado en todos los titulares, así nos sepamos de memoria sus historias, pues siempre serán únicas e irrepetibles porque el dolor de cada ser humano jamás tendrá comparación!

El presidente Álvaro Uribe, como personaje mayor en el país, arrastró cámaras como siempre. Uribe no sólo se apropió del liderazgo de ese sentimiento de rechazo que produjo el asesinato de los diputados del Valle secuestrados por las Farc, sino que capitalizó para su imagen y sus intereses una movilización que él no fue el primero en convocar.

Él y sus asesores, expertos para manejar medios y hacer propaganda camuflada como “información”, en propinar golpes de opinión, lograron meter su discurso tanto en la convocatoria, como en el momento mismo de la marcha. Y los medios no cuestionaron eso, mordieron de nuevo el anzuelo y apenas se dedicaron a darle voz al Presidente que, otra vez, como siempre, madrugó a sacar lo mejor de su artillería verbal.

Por eso, si nos limitamos a los mensajes que presentaron muchos medios, al final no se supo si fueron unas marchas por la paz (por eso de las camisas blancas, los mensajes bonitos y los anhelos de un Acuerdo Humanitario), de rechazo al secuestro (por eso del crimen de los diputados cautivos, pues ello motivó las movilizaciones) o si se trataba de un plebiscito callejero para volver a declarar la guerra (por la intolerancia que mostraron algunos ciudadanos, sus reclamos de más mano dura y por los propios llamados incendiarios del presidente Uribe).

Esa construcción mediática tan particular se expresó de manera directa o indirecta, por ejemplo, en las imágenes de televisión que insistían sutilmente sobre determinado tipo de pancartas que reforzaban la idea presidencial y por la manera en que opacaron otra serie de expresiones de protesta que también se presentaron en las marchas.

Víctimas de ese ocultamiento fueron, por mencionar un caso, quienes pedían por la reparación de las víctimas o aquellos que clamaban por los desaparecidos. ¡Claro que estuvieron en los medios!, podrán decir: sí, cierto, estuvieron... Pero fue de manera marginal, cuando en Colombia esos asuntos tienen unas dimensiones tan profundas como el propio secuestro.

Creo que este tipo de hechos informativos tiene que tener un cubrimiento distinto por parte de la prensa, precisamente por tratarse de situaciones atípicas dentro de la vida nacional. No se pueden cubrir igual que otra clase de sucesos informativos porque no son idénticos. Ya el maestro Javier Darío Restrepo ha insistido en ello desde hace años: por sus dimensiones e implicaciones, la guerra y la paz no pueden presentarse como cualquier otra noticia.

Si bien periódicos y noticieros hicieron un esfuerzo por presentar la información de una manera distinta, la mayoría se quedó en la envoltura, en lo mínimo que fue dedicar más espacio y tiempo a la información.

Porque la filigrana de la noticia, es decir, la manera en que ellas fueron construidas, en el fondo no se diferenció mucho de cualquier otra información rutinaria, sea de economía, fútbol o la propia paz. Y eso se vio en las fuentes que consultaron, en los encuadres que usaron, en los géneros periodísticos que emplearon, es decir, en la narrativa que tuvieron en su conjunto.

Hubo muy buena planeación para estar en las marchas y presentar la información a tiempo y en abundancia, pero no la suficiente discusión en los consejos de redacción sobre por dónde enfocar la noticia, qué preguntar distinto, cómo narrar distinto a lo cotidiano. Porque evidentemente un millón de personas en las calles, como indicaron algunos cálculos, no es algo que se vea todos los días.

Esa planeación sobre el contenido noticioso es necesaria para romper con la homogeneidad de la información que todos los medios presentan. Pero, sobre todo, para buscar conmover a una sociedad cuyos niveles de tolerancia frente a la tragedia cotidiana son tan altos que todo, no importa qué tan grave sea, se presenta igual a cualquier estupidez, y de pronto es por ello que a la gente le vale lo mismo que cualquier estupidez.

Hubo apuestas arriesgadas y creativas para presentar la información sobre estas marchas y para convocar a la ciudadanía. Algunas tuvieron unos resultados que desde el punto de vista informativo, estético y ético fueron un ejemplo de excelente periodismo; sin embargo, fueron golondrinas que no hicieron verano.

Esta eterna coyuntura que padece el país requiere de los medios y de sus periodistas análisis y explicación, información que vaya más allá de datos secos y las declaraciones bonitas, por más personajes que las entreguen… Por más marchas multitudinarias que encabecen.

Aquí hay que cambiar modelos y paradigmas para, desde los medios, apostarle más a la información que hable de la gente, de la gente que es víctima, que explique los procesos, los contextos, la historia que hay detrás, que le haga seguimiento a lo que pasó o no pasó después de los acontecimientos que fueron informados…

Porque de espectáculo, melodramas baratos y mal hechos, pero sobre todo de olvidos informativos y de noticias que miran donde no es, Colombia ya conoce bastante.


Actualidad Colombiana recurrió a Marta Chinchilla, psicóloga especialista en estrés postraumático y encargada del programa de apoyo emocional a periodistas, quien dio su opinión sobre el cubrimiento mediático en relación con la muerte de once de los diputados:

En su opinión, ¿debe volverse el drama de las familias un asunto de conocimiento público?

“No. El drama de la familia es un proceso personal que debemos respetar. La noticia manejada con la intención de informar, denunciar, etc., tiene que tener en cuenta que los familiares y sus necesidades son una prioridad que la comunidad debe proteger. Una vez pasado el impacto inicial y preparado el familiar, la noticia puede manejar un drama de manera constructiva, siempre y cuando se haya previsto su impacto con la persona entrevistada.

¿Qué tanto muestra ese relato mediático la dimensión real de la tragedia de las familias de los diputados?

“Muy, muy poco. Lo mediático sólo muestra un momento, tal vez el más confuso y menos confiable en la vida de los sobrevivientes. Cuando una persona acaba de vivir una experiencia traumática, como es una noticia de la muerte de un familiar, en la gran mayoría de los casos no tiene la claridad mental ni para analizar, menos para entender el impacto de las respuestas que le “están sacando”.”

Además, manifestó:

“La oportunidad de darle a cada familia la posibilidad de contar algo de su ser querido me pareció un manejo adecuado. El estilo, si fue escogido por las familias me parece respetable. En estos casos el que la familia pueda conocer el texto de la noticia y censurar su estilo, contenido etc. es esencial. Aquí el periodista debe ser un medio técnicamente preparado para ayudar a una familia a denunciar un hecho en forma constructiva sin detrimento de los sobrevivientes.”