Las consultas internas de los partidos están aún lejos de cumplir con el imperativo constitucional de la democrática directa y, por el contrario, reflejan todavía los ciclos irregulares del viejo sistema, integrado a formas limitadas de corregir los defectos de representación política. En un sentido más específico, la dinámica de las consultas no puede por sí misma corregir desviaciones de psicología del elector y distorsiones en la cultura política predominante. De modo que la justificación gloriosa de la escasa participación y los 36 mil millones invertidos constituye más bien una penosa fatalidad de nuestra estructura institucional.

Improvisaron los partidos y sus representantes en una dinámica de subidas y bajadas para nombrar a quienes podían ser escogidos con relativa fuerza electoral a nivel local. La ortodoxa unidad del Conservatismo contrastó con las decisiones repentinas del Liberalismo y las adivinanzas del Polo Democrático Alternativo, PDA. Para ilustrarlo, entre una consulta “cerrada” o “abierta”, Maria Emma Mejía barajó equívocamente sus cartas frente a Samuel Moreno Rojas. La resurrección de tensiones extremas en el Polo, el doble juego de César Gaviria con el Liberalismo y el sostenido uribismo de los Conservadores, conjugan la naturaleza azarosa de la política frente al proceso electoral que se avecina.

Improvisó la Registraduría como alto tribunal electoral, porque si bien es cierto que pudo organizar sobre la marcha –en 40 días- 6 consultas para 8 partidos y movimientos, con 3.704 puestos de votación, 20.875 mesas de votación en 28 departamentos, no ha logrado estructurar los mecanismos de una pedagogía colectiva que pueda orientar y advertir a los partidos involucrados sobre los costos y los riesgos al tomar decisiones que afectan el marco institucional en general. La Registraduría no cuenta a estas alturas con una visión de conjunto y en detalle sobre el sistema electoral, y por esto mismo se limita a cumplir funciones operativas.

Se mostró desconocimiento de psicología electoral. De ahí que afirmaciones como: “las consultas apenas empiezan a hacer parte de la cultura política”, “el pueblo no las conoce en profundidad” o “los partidos no generan entusiasmo o confianza”, son un conjunto de afirmaciones vacías, amontonadas inútilmente para ocultar semejante descalabro. Bajo restricciones tan evidentes que opacaban la participación (bajos incentivos, pobre información, mensajes confusos, decisiones asimétricas), tanto los partidos como el organismo electoral tuvieron que contar con instrumentos preventivos de tipo macro-político.

La consulta de los partidos termina por reforzar lugares comunes del análisis sobre nuestro sistema político, sin haber dado mayores beneficios. Paradójicamente, en el caso del PDA, los resultados han puesto de manifiesto la naturaleza de posiciones inconciliables entre quienes profesan una concepción de izquierda democrática (perdedores) y aquellos que se mantienen desafiantes y radicales (ganadores). En el caso del Polo puede asegurarse que la consulta significaría una promesa de mayor fuerza política hacia el futuro, siempre que se disponga de mejores condiciones de unidad entre sus cuadros dirigentes. Pero las viejas prácticas del mercado de votos de un Jaime Dussán en nada se diferencian del comportamiento colectivo del Partido Conservador.

Nada nuevo aprendemos por las consultas en el caso del Liberalismo y los demás movimientos que participaron. Excepto que se reestablecen vicios de fondo del viejo sistema. Podrá afirmarse que César Gaviria y el Liberalismo evitaron un desgaste innecesario de capital político en las regiones o que la maquinaría electoral del Liberalismo hace apuestas concretas sobre un proceso electoral más definido. Y probablemente tienen razón. Pero entonces uno de los propósitos de la consulta sigue inacabado y a la espera; a saber, aglutinar y fortalecer con la participación directa de los miembros de los partidos su propia identidad y diferencia programática. En el caso de los movimientos independientes, lo más promisorio es la continuidad del personalismo político como expresión de nuestra anomia social.

Una lectura de estos resultados y las encuestas que han seguido permiten, sin embargo, elaborar algunas conjeturas promisorias. Globalmente, el sistema político comienza a mostrar signos de fatiga respecto al modelo de gobernabilidad de Uribe Vélez. Una percepción ambigua, pero creciente, de los vínculos entre políticos cercanos al Gobierno y los paramilitares; la reestructuración territorial del paramilitarismo; la cuarentena del TLC; la muerte de los 11 Diputados; la improvisación en el caso de Granda, etcétera, abre oportunidades para una campaña más propositiva de los partidos, y en particular del Polo Democrático. Una mayor defensa de políticas aplicadas para resolver problemas de iniquidad social y pobreza pueden garantizarle más votos a los candidatos del PDA, que sus antagonismos ideológicos internos.

La suerte del sistema electoral y los partidos políticos dependerá fundamentalmente de su capacidad para tomar distancia sobre las formas tradicionales de hacer política. Una mayoría de indecisos, o los denominados votos de opinión, representan el mayor desafío del sistema electoral. Para el caso de los partidos políticos, la captación de esta población de electores supone programar campañas con suficiente fuerza persuasiva sobre temas de verdadero interés público. Esa aparente apatía del ciudadano común no es más que una provocadora manifestación sobre la necesidad de depurar mejor el sistema de representación política. De tal manera que obtengamos una estructura institucional más equilibrada y un sistema político menos improvisado. Las consultas de los partidos son un modelo a escala de los movimientos en zig zag de la cultura social que sustenta nuestra vida política.