Si se mira con cuidado, los casos parecen incluso contradictorios: mientras se pretende expulsar a los Gómez y la niña ecuatoriana, se busca llevar engañosamente a unos deportistas. Y curiosamente ése es el hecho que nos muestra el punto de contacto de las cuatro situaciones: la conversión en negocio de la circulación de la fuerza laboral, pues no es lo mismo un mercado clásico en que el trabajador se ofrece al capital, que uno en el que media un tercer agente que, sin vínculo con la relación contractual, también termina explotando al trabajador.

Aunque al interior de los países las bolsas de empleo representan tal mercantilización, cuando el fenómeno se da en el ámbito internacional deja ver su grotesca dimensión. Los ‘coyotes’, bandas mexicanas que introducen personas a Estados Unidos, son un buen ejemplo aunque no único. Se calculan en un millón las personas negociadas al año en la frontera. Si a eso se suma la migración ‘legal’ mediada, tenemos que el tráfico humano ya alcanza grandes dimensiones. Y si hablamos de ‘tráfico’, lo hacemos porque buena parte de los programas de migración laboral programada se hace por tiempo definido y en ausencia de libertad de movilidad de los trabajadores en los países contratantes. La columna de la reforma migratoria propuesta por Bush es la del trabajo temporal, en la que al inmigrante se le pone un limbo espacial, ya que carece de posibilidades de integrarse a la sociedad en que trabaja, cualesquiera sean las circunstancias en las que se desarrolle su vida. Los países del centro están diseñando ‘Guantánamos’ laborales en los que a los patrones, igual que a los vampiros, lo único que les interesa es, literalmente hablando, la sangre de los trabajadores.

El problema es estructural y obedece a desbalances demográficos países del centro-países periféricos, pues en los primeros las tasas de natalidad son negativas, y en los segundos se presenta un crecimiento vegetativo, a la par que un desempleo crónico provocado por las condiciones macroeconómicas. Buen ejemplo es Ecuador, cuyas tasas de migración se dispararon luego de la crisis de 1999, generada en la profundización de las políticas neoliberales, lo que significa que en los últimos años las remesas (giros en efectivo de emigrantes a sus familiares en el país de origen) se han convertido en el segundo componente de la balanza de pagos después de las exportaciones petroleras, que en 2006 generaron 6.934 millones de dólares, en tanto que las remesas aportaban 2.916 millones, llegando a representar poco más del 7 por ciento del PIB de ese país.

En Colombia, el rubro de las remesas, que en 2000 apenas superaba los 1.500 millones de dólares, alcanza en 2006 cerca de 4.000, convirtiéndose en el segundo renglón generador de ingresos detrás del petróleo, y superando al carbón y el ferroníquel. Nuestro país ocupa hoy, en cuanto a valores absolutos, el tercer lugar en América Latina, después de México y Brasil, en la recepción de remesas. Este hecho está en una reestructuración de la división del trabajo en la que el factor étnico juega un rol importante. Las ventajas comparativas en la fabricación de bienes de consumo masivo parecen definirse tan solo por el costo de la mano de obra, dando lugar a exacerbadas condiciones de explotación e igualmente a la formación de guetos, en el mejor de los casos, que, como en Francia a finales de 2005, acaban en verdaderos estallidos sociales. Extraña sí que la expulsión de fuerza de trabajo no sea un indicador de enfermedad macroeconómica en las estadísticas de las entidades multilaterales, lo cual, de hacerse, dejaría mal parados los resultados de las recientes reestructuraciones económicas.

Las naciones marginales se convierten pronto en países proletarios, en el sentido de que su verdadera función apunta cada vez más a ser sólo una fuente de suministro de mano de obra. Recordemos que en la Roma imperial se definía como proletario al grupo familiar carente de bienes y sólo le interesaba al Estado por su prole, como fuerza de trabajo libre para oficios artesanales o en el ejército. Hoy, nuestra población emigrante se destina también al cubrimiento de los frentes de guerra en el mundo. Hace pocos meses la prensa destacaba la muerte de colombianos en Afganistán, enrolados bajo la bandera española. En la guerra en Iraq se estima que unos 40 mil latinoamericanos (38 por ciento de la tropa) hacen parte del contingente de agresión norteamericana y que la mayoría de ellos ni siquiera se ha naturalizado estadounidense sino que el reclutamiento se realiza por agencias especializadas que les hacen el ofrecimiento de adquirirla luego de la participación en el conflicto, si es que salen con vida.

La cara brutal de esas nuevas formas de gestión de la fuerza de trabajo no se limita a las rupturas familiares ni a que los países de origen paguen los costos iniciales de reproducción de dicha fuerza, sino que involucran condiciones de sobreexplotación a las que ahora se les niega la posibilidad de tener como contrapartida la posibilidad de ser parte de la sociedad que los explota.

Así que no es exagerado afirmar que los resultados de la globalización se resumen en haberse convertido en fuente de materias primas o de fuerza de trabajo, lo que se hace innegable al mirar las cifras de las exportaciones de México, Colombia, Perú, Ecuador y la casi totalidad de las naciones centroamericanas, en las que detrás de algunas materias primas están ahora las famosas remesas, producto de la exportación literal de carne... humana. ¡Y pensar que a esos resultados es a los que nuestros analistas siguen llamando pomposamente “la modernización de nuestras economías”! ¿Ironía o cinismo?