El almirante Moorer sabía de lo que estaba hablando. El 8 de junio de 1967, Israel atacó el barco de espionaje estadounidense, USS Liberty, matando a 34 marineros estadounidense e hiriendo a 173. Los israelíes incluso ametrallaron las lanchas salvavidas, acribillando a los marineros estadounidenses que abandonaban el barco atacado.

Al parecer el USS Liberty había captado comunicaciones israelíes que revelaban la responsabilidad de Israel por la Guerra de Seis Días. Hasta hoy en día, los libros de historia y la mayoría de los estadounidenses culpan a los árabes por el conflicto.

La Armada de EE.UU. conocía la verdad, pero el presidente de EE.UU. tomó partido por Israel contra los militares estadounidenses y ordenó que la Armada de EE.UU. se callara. El presidente Lyndon Johnson dijo que todo había sido sólo un error. Más tarde, el almirante Moorer formó una comisión y presentó la verdad desnuda a los estadounidenses.

El poder del lobby de Israel sobre la política exterior estadounidense es considerable. En marzo de 2006, dos distinguidos eruditos estadounidenses, John Mearsheimer y Stephen Walt, expresaron su preocupación en London Review of Books por el hecho de que el lobby de Israel está desviando la política exterior de EE.UU. en direcciones que no sirven los intereses de EE.UU. ni los de Israel. Los dos expertos esperaban iniciar un debate que pudiera rescatar a EE.UU. y a Israel de políticas fallidas de coerción que intensifican el odio musulmán contra Israel y EE.UU. El lobby de Israel se opone a toda reevaluación semejante, e intentó detenerla con epítetos como: “perseguidores de judíos,” “antisemitas,” e incluso “anti-estadounidenses.” En la actualidad, ciudadanos israelíes que se oponen a los planes sionistas de un gran Israel son denunciados como “antisemitas.”

Numerosos estadounidenses ignoran la influencia del lobby de Israel. Prefieren pensar en EE.UU. como “la única superpotencia del mundo,” un nuevo Imperio Romano macho cuyas órdenes son obedecidas sin cuestionamiento o la nimiedad en cuestión es “bombardeada y devuelta a la Edad de Piedra.” Muchos estadounidenses están convencidos de que la coacción militar sirve nuestros intereses. Citan a Libia, Serbia, Afganistán, Iraq, y ahora están listos a utilizar bombas para imponerse a Irán y Pakistán.

Esta arrogancia lleva al asesinato de decenas de miles, tal vez cientos de miles, de hombres, mujeres y niños, una suerte que muchos estadounidenses parecen considerar adecuada si otros países no aceptan la hegemonía de EE.UU.

La política exterior estadounidense se ha mutado en coacción. Los superpatriotas machos la adoran. Muchos de esos superpatriotas extraen un placer indirecto de sus ideas delirantes de que EE.UU. “esté pateando el culo a esos negros del desierto.”

Éste es el EE.UU. del régimen de Bush. Si algunos de esos superpatriotas se salieran con la suya, todo “antipatriótico partidario de los terroristas,” que se atreva a criticar la guerra contra “los islamofascistas,” sería enviado a Guantánamo, si no lo fusilan antes.”

Esos partidarios de Bush han transformado el Partido Republicano en el Partido de las Camisas Pardas. Se mueren de ganas de atacar a Irán, de preferencia con armas nucleares. En su impaciencia por llegar al Apocalipsis, están tan saturados de orgullo desmedido y de pretensiones de superioridad moral que creen realmente que su apoyo para el mal significa que serán “elevados al cielo.”

El hecho de que “su” partido político se sienta a gusto en el EE.UU. de Bush ha sido un golpe devastador para los demócratas, y no harán nada para detener la agresión del régimen de Bush contra el pueblo iraquí o para impedir el ataque del régimen de Bush contra Irán.

Los demócratas podrían impugnar fácilmente a Bush y a Cheney en la Cámara, ya que la impugnación requiere solamente una votación de la mayoría. No podrían condenarlos en el Senado sin apoyo republicano, ya que la condena requiere la ratificación de dos tercios de los senadores presentes. Sin embargo, una votación de la Cámara a favor de la impugnación echaría por la borda la guerra, salvaría innumerables vidas humanas y tal vez incluso salvaría a la humanidad del holocausto nuclear.

Han inventado varias justificaciones o excusas para la complicidad de los demócratas en la agresión que no sirve a EE.UU. Tal vez la justificación más popular sea que los demócratas están dando a los republicanos toda la cuerda que desean para producir una tasa de desaprobación tan elevada que asegure que los demócratas barran en la elección de 2008.

Es dudoso que los demócratas supongan que hombres tan astutos como Karl Rove y Dick Cheney no comprendan las consecuencias electorales de una tasa baja de aprobación pública y que caminen ciegamente hacia una aniquilación electoral. La partida de Rove no significa que no exista una estrategia.

Por lo tanto, ¿qué explica la complicidad del Partido Demócrata en una política rechazada por el público estadounidense, y especialmente los electorados demócratas? Tal vez una clave se encuentre en una información del Minneapolis-St. Paul Star Tribune (1 de agosto de 2007) de que el congresista demócrata Keith Ellison va a pasar una semana en Israel en “un viaje de financiamiento privado auspiciado por la Federación EE.UU.-Israel de Educación [AIEF]. La AIEF – el brazo caritativo del Comité de Asuntos Públicos EE.UU.-Israel (AIPAC) – envía a 19 miembros del Congreso a un encuentro con dirigentes israelíes. El grupo, compuesto sobre todo por demócratas bisoños, tiene planes de reunirse con el primer ministro israelí Ehud Olmert y el presidente [títere] palestino Mahmud Abbas. El principal miembro demócrata en el viaje es el líder de la mayoría en la Cámara de Representantes Steny Hoyer, quien ha ido tres veces... El viaje a Israel es el segundo de Ellison como congresista.”

Según el Star-Tribune, un grupo republicano, que incluye a la parlamentaria Michele Bachmann (republicana de Minneapolis), dirigido por el congresista Eric Cantor (republicano de Virginia), ya está en Israel. Según un informe noticioso, otros 40 seguirán a esos dos grupos durante el receso de agosto, y “antes que termine el año hasta el último miembro del Congreso habrá ido a Israel.” Probablemente esta afirmación sea exagerada, pero muestra un cuidadoso gerenciamiento israelí de la política de EE.UU. en Oriente Próximo.

En el resto del mundo y especialmente entre los musulmanes, se profundiza la sospecha de que el motivo por el que no puede terminar la guerra contra Iraq, y el motivo por el que hay que atacar a Irán y Siria, es que EE.UU. debe destruir toda oposición musulmana al robo de Palestina por Israel, convirtiendo a todo un pueblo en refugiados expulsados de sus hogares y de las tierras en las que han vivido durante muchos siglos. Los estadounidenses podrán pensar que simplemente se están apoderando del control del petróleo, manteniéndolo fuera de las manos de terroristas, pero el resto del mundo no ve el conflicto de la misma manera.

Jimmy Carter fue el último presidente de EE.UU. que hizo frente a Israel y exigió que la diplomacia de EE.UU. sea, por lo menos oficialmente si no en la práctica, imparcial en su actitud hacia Israel y Palestina. Desde la presidencia de Carter, la imparcialidad ha desaparecido paulatinamente de la política de EE.UU. en Oriente Próximo. El régimen neoconservador Bush/Cheney ha abandonado hasta la pretensión de ser imparcial.

Es una lástima, porque la coacción militar ha demostrado su fracaso. Agotados por el conflicto, los militares de EE.UU., según el ex Secretario de Estado y ex presidente del Estado Mayor Conjunto, Colin Powell, están “casi quebrantados.” Desmoralizados graduados de elite de West Point abandonan el ejército más rápido que en los últimos 30 años. Las deserciones aumentan rápidamente. Un amigo, oficial de los marines de EE.UU. que sirvió en combate en Vietnam, me escribió recientemente que a la unidad de marines de su hijo, que se entrena actualmente para su tercer período en Iraq en septiembre, le faltan entre 12 y 16 hombres en cada pelotón y cuenta con que los afectarán más deserciones antes de partir a Iraq.

En lugar de reevaluar una política fracasada, el “zar de la guerra” de Bush, general Douglas Lute, ha instado a que se vuelva a introducir el servicio militar obligatorio. El general Lute no ve por qué los estadounidenses no deban volver al vasallaje militar para salvar al gobierno de Bush del embarazo de tener que corregir una política errónea en Oriente Próximo que compromete a EE.UU. a más agresiones y a un conflicto militar debilitador a largo plazo en Oriente Próximo.

Cuesta ver cómo esta política pueda servir algún interés que no sea el extremadamente estrecho de la industria de armamentos. Aparentemente no hay nada que se pueda hacer para cambiar esta política desastrosa hasta que el lobby de Israel llegue a comprender que los intereses de Israel no son servidos mediante la actual política de coacción militar.

Fuente: CounterPunch.
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens