Cabe preguntarse por qué razones, en Palestina, cincuenta años no han sido suficientes para crear un Estado independiente (con las trágicas consecuencias conocidas), y por qué, en cambio, debería resolverse la cuestión de Kosovo cuanto antes.

En los Balcanes, precipitación diplomática es a veces sinónimo de catástrofe. Recordamos lo mucho que la prisa de Alemania y el Vaticano por reconocer, en 1991, la secesión de Croacia favoreció la dislocación de la antigua Yugoslavia y el inicio de la guerra serbo-croata, seguida por la guerra de Bosnia. Sin minimizar el papel nefasto del ex presidente Slobodan Milosevic y de los extremistas partidarios de la "Gran Serbia", debe admitirse que ciertas potencias europeas tienen su responsabilidad en estos enfrentamientos, los más mortíferos en el Viejo Continente desde la Segunda Guerra Mundial. La precipitación favoreció también la guerra de Kosovo en 1999, cuando algunos Estados europeos y Estados Unidos se negaron a continuar las negociaciones con Belgrado (2), decidieron eludir el debate en el seno del Consejo de Seguridad, y, sin mandato de la ONU, utilizaron a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para bombardear Serbia durante varios meses y obligar a sus fuerzas a abandonar Kosovo.

La resolución 1244 de la ONU puso fin, en junio de 1999, a esta ofensiva, y puso a Kosovo bajo administración de Naciones Unidas, mientras que unidades de la OTAN -la Fuerza de Mantenimiento de la Paz en Kosovo (KFOR), integrada por diecisiete mil hombres- garantizan desde entonces su defensa. Esta resolución 1244 reconoce la pertenencia de Kosovo a Serbia. Algo decisivo, pues el principio adoptado por las potencias implicadas en las recientes guerras de los Balcances ha sido siempre el de respetar las fronteras interiores de la antigua República socialista federal de Yugoslavia. Precisamente en nombre de este principio fueron rechazados y combatidos los proyectos de "Gran Croacia" y de "Gran Serbia" que amenzaban con desmantelar Bosnia-Herzegovina. Y es sobre este principio sobre el que se apoya hoy Serbia, respaldada entre otros por Rusia, para rechazar el plan propuesto por el mediador internacional Martti Ahtisaari.

La independencia será tal vez la solución inevitable para Kosovo, tan enormes son los obstáculos a su mantenimiento en el marco administrativo de Serbia. Pero esta vía sólo puede considerarse en el marco de una concertación estrecha y prolongada con Belgrado, preocupado por otra parte por la protección de la minoría serbia que permanece en Kosovo.

Una independencia precipitada, como la reclama el presidente Bush, no negociada en el marco de la ONU, podría conllevar la constitución, a corto plazo, de una "Gran Albania", lo que relanzaría automáticamente los irredentismos croatas y serbios a expensas de Bosnia. Ni hablar del precedente internacional explosivo que constituiría para múltiples entidades tentadas de proclamar, ellas también, unilateralmente, su independencia. Veáse: Palestina (Israel), Sáhara Occidental (Marruecos), Transnistria (Moldavia), Kurdistán (Turquía), Chechenia (Rusia), Abjazia (Georgia), Alto-Karabaj (Azerbaiyán), Taiwán (China), e incluso en Europa, el País Vasco y Cataluña (España, Francia), para citar sólo estos casos. ¿Está dispuesto Bush a garantizar estas independencias como declara querer hacerlo para Kosovo?

Tenemos ante nuestros ojos los alucinantes estragos causados en Oriente Próximo por las iniciativas irresponsables del actual presidente de Estados Unidos. Su pesada incursión, ahora, en un teatro tan explosivo como el de los Balcanes, uno de los más peligrosos del mundo, consterna y aterra.

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