En la zona viven comunidades de Criollos, Pilagás, Wichis y Tobas. Casi todos tienen algunos animales. Son unas pocas vacas que sirven de alimento y se suman a lo que la tierra brinda. Ramoncito le puso nombre a cada una.

Ramoncito hace tiempo que anda asustado. Ayer se encontró a “la blanquita”, su vaca preferida, con las ubres mordidas chorreando sangre. No es la primera. A varias les pasó lo mismo. Pero a ésta la quiere mucho. Ramoncito lagrimeó cuando la vió. Una a una le fueron cayendo gotitas del alma. Una a una, por esa piel dura y barrosa.

El Bañado La Estrella nace donde el Pilcomayo ya no se anima a seguir. Cuando el bañado crece, en verano, se derrama sobre sus costados regalándole una humedad constante a la tierra, que bien le sirve durante la época seca.

Todos los años hace lo mismo. Crece fértil la pastura y se hace millonario el ecosistema en su diversidad de peces, plantas y animales. Es el tercer humedal americano después del Gran Pantanal brasilero y los Esteros del Iberá.

Ramoncito nació ahí. Se hizo entre barro, garzas y yacarés. Hace un tiempo también juega en un terraplén que construyeron unos señores. Ellos decían ser del gobierno provincial. Y el terraplén cruza al bañado de norte a sur. Como separando la vida de la muerte. Como una estaca.

Es una muralla alta, de casi 5 metros. Ramoncito nunca había visto una pared tan grande. Le tira piedras desde lejos. Cada vez que tira una, se aleja unos pasos, tira otra, y si no llega sigue probando. Hasta que vuelve a romperlas contra el muro y vuelve a dar otro paso hacia atrás. Entonces vuelve a probar. Así se pasa horas.

Los hermanos más grandes le hablan de pirañas. Le dicen que son peces que comen gente. Y también vacas. Que esas pirañas, que antes eran solo algunas, ahora mandan en el río. Muerden a los animales, tienen dientes fuertes. Los lastiman, las heridas se infectan y terminan muriendo.

Le cuentan también, sus hermanos, que las pirañas no tienen la culpa. Ellas se multiplicaron con la llegada del terraplén. Cuando lo construyeron el agua dejó de correr. Los que viven hace cientos de años sabían lo que iba a pasar. No les preguntaron. El río se hizo embalse. Y la naturaleza, madre sabia pero frágil, se modificó.

Mala idea la de estas comunidades indígenas y criollas. Es tierra muy fértil en la que viven. Vale millones. Demasiados. Entonces los dueños de la tierra se transforman en intrusos. Y los intrusos en dueños.

Empresarios, terratenientes e Insfrán, el Gobernador de Formosa, comulgan a oscuras en los escritorios. Son buenos campos para sembrar, se dicen convencidos. Hay que cambiarlos por soja. Diez familias Wichi por diez hectáreas de soja. Diez familias Pilagá por otro poco de trigo para exportar a Alemania. A quién le importa. Excelente zona, también, para el turismo rural y los negocios inmobiliarios.

En nombre del desarrollo productivo y el turismo, la cruz y la espada del siglo XXI, siguen muriendo hombres, mujeres y niños. El genocidio indígena no terminó con aquellas sangrientas campañas al “desierto”. Los gobiernos provinciales y los grupos económicos, siguen persiguiendo a los pueblos indígenas. Los siguen negando como sujetos. Les quitan la tierra. Los obligan a encerrarse en espacios ya secos y muertos.

Lo que pasa en el Bañado La Estrella, está pasando hoy. Aquí y ahora. Los pobladores están cortando la ruta en defensa de su vida, la del bañado y las nuestras. Ni los grandes diarios, ni los canales de noticias, cuentan la historia de Ramoncito e Insfrán. Perdón, de Ramoncito y las pirañas.