Si bien se registran críticas a ciertas decisiones que tomó en el plano militar –se dice que haber dividido la columna a su mando en el último tramo en Bolivia, fue un grave error desde el punto de vista estratégico–, a algunos aspectos de su gestión al frente del Banco Central y del Ministerio de Industrias de Cuba, y a sus duras medidas disciplinarias –fusilamientos incluidos–, es imposible encontrar, por derecha o por izquierda, quien ponga en duda su honorabilidad, su intachable conducta, su desprendimiento, su austera forma de vida aun siendo funcionario.

Por esa razón, el Che se constituye como una figura totalmente diferente, que cuenta además con un ingrediente no menor, quizás más obvio, pero indispensable para completar las características de mito insuperable: joven, hermoso y muerto antes de los 40 años combatiendo en tierra ajena por el internacionalismo. Virtualmente imposible de ser superado en términos de concentrar en una sola figura todas esas peculiaridades.

Solo en esa línea de pensamiento se puede hallar cierta explicación acerca de que la del Che sea una presencia que no solo se mantiene vigente, sino que se muestra en cada una de las manifestaciones, marchas y protestas que en el mundo se desarrollan. En todas ellas, si se quiere buscar un denominador común, ese es el Che.

En una reciente participación televisiva en la que debía “defender” al Che Guevara, promoví los valores que esgrimió a lo largo de su vida y su actuación como líder revolucionario, pero de ninguna manera considero que encarne al argentino tipo, o al “patrón genético nacional”. Se da en este plano una contradicción. Hay una cantidad de elementos que suelen vincularse con la “argentinidad”, como la trampa o la picardía, que no tienen absolutamente nada que ver con Guevara. Por otra parte, si se toman en cuenta su placer por la lectura, por la cultura, la afición por el deporte, uno podría definir que era argentino, y yo diría, más bien porteño.

Tampoco puede negarse, lo dijo el propio Fidel Castro, que el Che siempre pensaba en la Argentina como desembarco final. Fidel lo explica en una nota que le hiciera Gianni Miná, transformada en libro y video titulado Cuando pienso en el Che porque así comienza su respuesta Fidel. Una respuesta de cuatro horas, por cierto. En esa entrevista, hace 20 años, Fidel recuerda la promesa formulada en México al Che, acerca de que una vez que triunfara la revolución en Cuba, nada le impediría acudir con su espíritu revolucionario allí donde el mundo lo requiriese. Fidel contesta, y creo que esto también lo hace admirable, sobre el carácter temerario de Guevara, incluso hace un cuestionamiento a su arrojo, a ese ir todo el tiempo al encuentro de la muerte. Al verse cercado en Bolivia debió cuidarse, escapar, dice Castro, y aclara que bajo ningún aspecto se lo dejó solo, sino que, por el contrario, no fue posible colaborar más con él en esas circunstancias. Y afirma también Fidel que el triunfo o no de una decisión no define su justicia: si no hubiésemos triunfado en Cuba, aclara, si nos mataban a todos en el desembarco del Granma, no habría significado que estábamos equivocados. Y concluye que el Che no estaba equivocado en Bolivia, aunque yo creo que, íntimamente, Fidel piensa que el Che sí se equivocó en Bolivia.

Desde el presente y hasta donde da la vista no se percibe la posibilidad de que surja una figura con las características épicas del Che, y mucho menos en esta etapa mundial en la que la victoria del mercado, la filosofía del egoísmo y la antisolidaridad difícilmente permitan la aparición de una personalidad de esas características. Que se impuso además a las de otros revolucionarios, derrotados por el tamaño alcanzado por Guevara en términos de consideración mundial, honorabilidad y puesta del cuerpo en defensa de un ideario.
Por caso, el Che superó una prueba muy dura, casi imposible: venció al marketing, que no logró vaciar de sentido su imagen. Cada pibe que lleva una remera, un escudo, un tatuaje del Che invita a pensar en quién fue esta figura que conserva el poder de concentrar semejante grado de admiración. Quizás esa sea la palabra clave a 40 años de su muerte: por fuera de toda polémica, no hay personaje en la Argentina que sea tan admirable como él. Por eso creo que hay mito para rato.

Aun en este mundo unipolar, de concentración globalizada, Guevara seguirá presente. En cada lugar del mundo donde el espíritu de rebeldía, siempre latente, requiera de un referente, allí estará el Che.

# Nota publicada en la revista Acción 987 Primera quincena octubre 2007