La trágica muerte del niño Carlos Cedeño, ocurrida hace pocas semanas en el Estadio Monumental de Guayaquil, en el marco del encuentro denominado ‘Clásico del Astillero’, entre Barcelona y Emelec, visibiliza ante la opinión pública una serie de problemas, abusos e incoherencias que existen en el fútbol ‘profesional´ ecuatoriano, que son un reflejo, en escala menor, de las mismas contradicciones de poder, explotación y manipulación que se presentan en la sociedad en general.

Que la violencia (desarrollada en forma de histeria colectiva o como una desbandada de emociones, muchas veces energizada por drogas como el alcohol) se ha manifestado en los espectáculos públicos, y con mayor incidencia en los deportivos, no es novedad; incluso en los parámetros en los cuales se ha presentado, es considerada como ‘normal’ por ciertos sociólogos o periodistas deportivos acostumbrados a convivir en medio de una sociedad agresiva y conflictiva; en medio de una sociedad que para ellos es ‘normal’…

Lo que es absolutamente anormal e incoherente, dentro de esa lógica de pasividad, es que no se hayan tomado las medidas necesarias para precautelar la integridad física de cada uno de quienes asisten a un espectáculo futbolístico y para minimizar al máximo los conatos de incidentes que se pueden producir entre las hinchadas.

Es increíble, pero en los Estatutos de la Federación Ecuatoriana de Fútbol (FEF) no existe ni siquiera un artículo que sancione actos insólitos y delictivos como el ocurrido en el partido Barcelona – Emelec; y, lo que es peor, no hay artículos que determinen responsables y acciones para prevenir la violencia dentro y fuera de los escenarios deportivos; para prevenir desgracias, para garantizar, ante todo, la vida.

Normas deportivas, futbolísticas y de índole económica abundan en el Estatuto de la FEF; pero la coherencia, la lógica y el sentido común parecen haber llegado demasiado tarde a los directivos de esta institución: el no sentarse a estudiar leyes que prevengan la violencia en los estadios, costó la vida del menor Carlos Cedeño; ¡un alto precio se debió pagar por algo que debía estar ya escrito y ejecutado!

En la lógica mercantil en que se desarrolla el fútbol, es insólito que quienes se benefician de este negocio (la FEF, los diferentes clubes de la primera división y sus respectivos ‘Mesías’, los auspiciantes, los medios de comunicación y sus inefables periodistas deportivos, entre otros), no cuiden a los reales protagonistas del éxito de este fenómeno de masas: los aficionados en general.

En los distintos estadios, la integridad física, la vida de los asistentes, no está asegurada; quienes regentan la organización del fútbol ‘profesional’ en nuestro país no han adoptado medidas que frenen radicalmente la violencia en los estadios: instalar cámaras de seguridad en los interiores y exteriores de los escenarios deportivos para identificar a quienes promueven la agresividad desmedida; trabajar en conjunto la Federación, los clubes, los dirigentes de las barras y la Policía Nacional para planificar operativos de seguridad en partidos catalogados de ‘alto riesgo’; prohibir el expendio de licores y de cerveza (seguramente esto no será del agrado de uno de los más importantes auspiciadotes de la FEF y de varios equipos); concienciar a los medios de comunicación y sus respectivos programas deportivos para que no sean propiciadores ni agitadores de las hinchadas y sus posibles actos extra futbolísticos (la mayoría de periodistas deportivos, durante la semana, hablan de ‘partidos de vida o de muerte’; de equipos que se ‘juegan la vida’; de camisetas que ‘son irreconciliables’; de barras que son enemigas acérrimas … y así por el estilo); los espacios deportivos deben ser informadores y orientadores de la actividad futbolera…

Pero, sin duda, el mejor aliado para la ‘paz deportiva’ será que los propios aficionados comprendan que las pasiones desmedidas (léase fanatismo) por sus cuadros predilectos, ‘los equipos de sus amores’, son absurdas e ilógicas; que tales sentimientos son fácilmente manipulados por intereses económicos y políticos (larga es la lista de la vinculación de partidos y figuras políticas con determinados equipos de fútbol); que la afición al deporte se la debe llevar con mesura y prudencia; que el desfogue de las energías colectivas tiene otros caminos, otros espacios de interacción social, más coherentes y lógicos... mucho más satisfactorios para el beneficio de la colectividad.