En los 15 años anteriores, a partir de 1992 en que la isla presentó por primera vez un proyecto de resolución para demandar el fin de la genocida política, la comunidad internacional de manera gradualmente creciente ha condenado la irracional y criminal práctica imperial.

La votación realizada en el 2006 no pudo ser más rotunda, pues los 183 votos emitidos a favor de la resolución que demanda a Estados Unidos cesar en su intención de estrangular económicamente a la pequeña ínsula caribeña, representa el 95 por ciento del total de países miembros del máximo organismo mundial.

Nunca antes el poderoso imperio estuvo tan solo, pues entre quienes dieron su aprobación a la justa exigencia cubana se encontraban tradicionales aliados de la Casa Blanca, y algunos otros no caracterizados por sus simpatías con la mayor de las Antillas.

La aplastante condena fue también un claro desmentido a la peregrina tesis esgrimida por los bloqueadores, de que se trata de un asunto bilateral, porque cada día el alcance extraterritorial de esta guerra económica deviene más evidente e inocultable.

Otra lectura de esa empecinada conducta imperial, violatoria de todas las normas y leyes internacionales sobre la materia, conduce a ratificar el tradicional desprecio y desconocimiento del Imperio por Naciones Unidas cada vez que, como en este caso, las decisiones le son adversas a sus posiciones e intereses.

Para cualquier gobierno sensato, no regido como el norteamericano por la prepotencia y el odio, ni tan comprometido con la mafia anticubana de Miami, los resultados de la votación serían suficientes para rectificar.

Agencia Cubana de Noticias