Un estudio científico realizado con las técnicas estadísticas más recientes y sofisticadas apareció publicado el 12 de octubre de 2006 en The Lancet, (la muy prestigiosa publicación médica británica) [1]. La conclusión del estudio era que –en el momento de su publicación, el año pasado– 600 000 iraquíes habían sufrido una muerte violenta directamente atribuible a las operaciones militares en Irak, lo cual equivale a un promedio de 15 000 muertes al mes.

Lo peor era, sin embargo, que el índice de mortalidad estaba entonces en franco aumento y que durante la primera mitad del año 2006 el promedio mensual subió a 30 000 muertos, cifra que probablemente ha aumentado más aún desde entonces dados los violentos combates registrados desde que comenzó el actual incremento de la presencia militar estadounidense en Irak.

Los gobiernos de Estados Unidos y del Reino Unido rechazaron rápidamente los resultados del estudio refiriéndose a «errores metodológicos de la investigación», a pesar de que los investigadores habían recurrido a los métodos habituales de investigación, de uso corriente para medir el índice de mortalidad en las zonas de conflicto o de catástrofe. (Los investigadores visitaron una serie de viviendas escogidas al azar y preguntaron a sus habitantes si algún miembro de la familia había muerto en los últimos años, anotaron los detalles y verificaron los certificados de defunción, en la medida de lo posible).

Los dos gobiernos que dieron lugar a la guerra no especificaron ninguna razón concreta que justificase su rechazo de los resultados de esta investigación y guardaron silencio sobre el hecho que ellos mismos habían ordenado la realización de estudios similares (a menudo realizados por los mismos investigadores) en otras zonas de conflicto, incluyendo la región de Darfur y Kosovo. Las razones que impedían a estos gobiernos aceptar el estudio resultaban, sin embargo, perfectamente claras: los resultados eran simplemente tan devastadores que no podían aceptarlos.
(El gobierno británico incluso reconoció más tarde que la metodología utilizada era «un método confiable y ya probado para medir la mortalidad en zonas de conflicto», sin por ello reconocer públicamente la validez del estudio).

Investigadores de sólida reputación confirmaron la validez del estudio publicado en The Lancet, prácticamente sin críticas adversas. Juan Cole, uno de los principales expertos estadounidenses en cuestiones del Medio Oriente, resumió la conclusión del estudio de forma abrupta, pero correctamente: «La desdichada aventura estadounidense en Irak ha matado [en poco más de tres años] el doble de la cantidad de personas asesinadas por Saddam en 25 años».

A pesar de este consenso de los expertos, los desmentidos oficiales han tenido cierto impacto en la opinión pública, y los pocos artículos de prensa que mencionan el estudio de The Lancet acompañan sistemáticamente dichas menciones de declaraciones oficiales que lo desacreditan. Por ejemplo, en el sitio web de la BBC el estudio de The Lancet se mencionaba bajo el siguiente titular «Fuerte aumento del número de muertos en Irak» [2] pero el resto del artículo citaba ampliamente la declaración del presidente Bush que rechazaba el estudio afirmando que «la metodología utilizada está desacreditada por la mayoría de los científicos» y que «la cifra de 600 000 que ellos mencionan simplemente no es creíble». Como consecuencia de ese tratamiento mediático de la información, la mayoría de los estadounidenses creen probablemente que es correcta la cifra que presentó el propio Bush en diciembre de 2005, o sea alrededor de 30 000 víctimas civiles (menos del 10% de la cantidad real).

Tratar de evaluar el número de víctimas de la ocupación de Irak

Estas estadísticas, de por sí chocantes, lo son más aún cuando se observa que la mayor parte de las alrededor de 600 000 víctimas de la guerra en Irak han muerto a manos del ejército estadounidense. Este número de muertos es extremadamente superior a la cantidad de personas que han encontrado la muerte en atentados con coches-bomba o por causa de la violencia étnica o de la criminalidad. La suma de todas esas víctimas está en efecto muy por debajo de la cantidad de víctimas de la violencia militar que genera el ejército de Estados Unidos.

Los investigadores del estudio de The Lancet interrogaron a las personas que participaron en el muestreo para saber cómo habían muerto los miembros de sus familias y quién había sido el responsable de dichas muertes. Las familias no tuvieron la más mínima dificultad para responder sobre las causas de las muertes. Más de la mitad (56%) de los interrogados refirieron muertes por armas de fuegos, el 13% mencionaron atentados con coches-bomba, otro 13% hablaron de los bombardeos aéreos, el 14% disparos de artillería y otras explosiones… solamente un 4% de los interrogados respondió que no sabía cómo habían muerto los miembros de su familia.

Las familias interrogadas eran menos precisas cuando se trataba de identificar a los responsables de la muerte. Si la mayoría fue capaz de separar las responsabilidades –las víctimas de un bombardeo aéreo se atribuían a los ocupantes mientras que los atentados con coches-bomba eran considerados obra de la insurrección–, los muertos de bala o por disparos de artillería eran mas difíciles de atribuir a una de las partes ya que la mayoría se producen durante intercambios de disparos o en circunstancias en las que no había testigos.

En un gran número de casos, las familias fueron por consiguiente incapaces de precisar quién era responsable de esas muertes. Los investigadores registraban únicamente los testimonios de la gente que estaba segura del origen de la muerte, dejando vacío el espacio «responsabilidad» si «la gente de la familia expresa dudas sobre el origen de las circunstancias que causaron la muerte».

Para nosotros, que leemos diariamente la prensa de Estados Unidos, los resultados son sorprendentes. En la categoría de los muertos cuyas familias eran capaces de identificar al culpable resultó que el 56% habían sido muertos por los soldados estadounidenses (o por sus aliados de la coalición). Basándonos en esas cifras, podemos deducir sin mucho margen de dudas que las tropas de la coalición habían matado por lo menos a 180 000 iraquíes a mediados de 2006.

Por otro lado, tenemos todas las razones del mundo para creer que Estados Unidos es responsable de una parte proporcional (quizás más) de las muertes no atribuidas. Eso significa que –para la fecha del estudio, o sea mediados de 2006– Estados Unidos y sus aliados quizás habían matado más de 330 000 iraquíes.

Los demás muertos fueron víctimas de la insurrección, de los criminales comunes y de las fuerzas del nuevo gobierno iraquí. Y no vacilamos en insistir una vez más en una cifra que contradice la opinión generalmente admitida: los atentados con coches-bomba, la causa de muerte más fácilmente identificable por parte de las familias interrogadas, han provocado sólo el 13% de las víctimas, o sea unos 80 000 muertos, [lo que representa] 2 000 muertos al mes. Esa horrible cifra está muy por debajo del número de víctimas de los militares estadounidenses. Representa menos de la mitad del número oficial de víctimas de las acciones militares, y ni siquiera la cuarta parte del número probable.

Incluso si conservamos la cifra oficial y confirmada de 180 000 iraquíes muertos por causa de las operaciones militares de las tropas de ocupación estadounidenses y aliadas desde el principio de la ocupación, llegamos a una media de más de 5 000 muertos al mes. Y no podemos olvidar que el índice de muertes violentas en 2006 fue el doble del índice promedio, lo cual significa que el promedio de muertes provocadas por las fuerzas estadounidenses en 2006 era de unos 10 000 muertos al mes –o sea cerca de 300 iraquíes [muertos] al día, incluyendo los domingos. Con el recrudecimiento de las operaciones militares en 2007, es muy probable que esa cifra sea mucho más elevada hoy en día.

¿Por qué no sabemos nada de todo eso?

A la mayoría de los estadounidenses estas cifras les parecen altamente improbables. Si el ejército de Estados Unidos matara 300 iraquíes al día eso sería una noticia de primera plana, ¿no les parece? Sin embargo, la prensa –ni la prensa plana ni la electrónica– no nos ha dicho nunca que los soldados estadounidenses estén matando tanta gente. Nos hablan mucho de los atentados con coches-bomba y de los escuadrones de la muerte. Pero nos hablan mucho menos de las víctimas de los soldados estadounidenses, sólo de vez en cuando, cuando se trata de un «terrorista» importante o cuando la atrocidad es demasiado visible.

¿Cómo se las arregla Estados Unidos para cometer una matanza tan grande y por qué la prensa no se interesa en ella? La respuesta está en otra increíble estadística, oficialmente publicada por el Pentágono y confirmada por la muy respetable Brookings Institution [3]: durante los 4 últimos años el ejército terrestre de Estados Unidos ha realizado un promedio de más de 1 000 patrullas diarias en zonas hostiles, con la misión de capturar o matar insurgentes o «terroristas». (Después de febrero de 2007 esa cantidad pasó a cerca de 5 000 patrullas diarias, si incluimos las tropas iraquíes que participan como refuerzos en las operaciones militares estadounidenses.)

La consecuencia de esos miles de patrullas diarias son miles de muertes de iraquíes ya que dichas patrullas no son simples paseos por las calles, contrariamente a lo que pudiésemos pensar. En su importante libro intitulado In The Belly Of The Green Bird [4], el periodista investigador Nir Rosen describe estas patrullas como «enteramente impregnadas de una brutal energía y de una violenta tensión que raramente aparecen descritas por los periodistas “incrustados” de la prensa “mainstream” en Estados Unidos».

Esa brutalidad resulta fácilmente comprensible si se tienen en cuenta los objetivos de dichas patrullas. Soldados estadounidenses son enviados a comunidades hostiles en las que casi toda la población es favorable a los insurrectos. Los soldados llegan a menudo con una lista de sospechosos y con las direcciones de estos. Su misión es interrogar, arrestar o matar a los sospechosos; registrar sus casas en busca de pruebas, principalmente de armas y municiones, pero también en busca de literatura, de equipos de video y de otros elementos que la resistencia utiliza en sus actividades políticas y militares. Cuando las patrullas no disponen de una lista registran calles enteras en busca de personas que se comporten de forma sospechosa o de indicios de actividad terrorista.

En ese contexto, cualquier hombre en edad de portar armas no sólo es considerado como sospechoso sino como un adversario potencialmente peligroso. A los soldados se les dice constantemente que no se arriesguen. Por ejemplo: tocar a la puerta de una casa es a menudo peligroso porque puede ser que le disparen a través de la puerta. Las órdenes son, por consiguiente, utilizar el factor sorpresa cuando haya un riesgo de peligro –derribar la puerta o volarla en pedazos, disparar sobre todo aquel que parezca sospechoso, lanzar granadas dentro de las casas o en las habitaciones donde pueda presentarse algún tipo de resistencia… y si realmente enfrentan una resistencia tangible, los soldados pueden recurrir al apoyo de la artillería o de la aviación para destruir la casa en vez de tratar de penetrar en ella.

(...)

Si no encuentran resistencia, las patrullas pueden detener unos 30 sospechosos o registrar varias decenas de casas en un solo día. Ello quiere decir que nuestras 1 000 patrullas diarias pueden invadir más de 30 000 casas al día.

Pero si explota una mina al paso de su Humvee o si la patrulla se encuentra bajo el fuego de un francotirador, su misión cambia. El objetivo es entonces encontrar, capturar o matar al responsable del ataque. Los oficiales en operaciones piensan, además, que los atentados con explosivos al paso de las patrullas son obra frecuentemente de insurgentes que tratan de desviar a la patrulla de su objetivo inicial, para impedir el registro generalmente brutal de las casas, la violación de la intimidad de las mujeres de la casa y la humillación de sus habitantes.

Los intercambios de disparos que generalmente tienen lugar después de un ataque contra una patrulla implican siempre a las casas de los alrededores, ya que los insurgentes se esconden en ellas para escapar al contraataque estadounidense. Como consecuencia, los soldados estadounidenses tienen por costumbre disparar sistemáticamente sobre las casas en las que sospechan que puede haber insurgentes, a riesgo de provocar víctimas inocentes entre los habitantes. Las reglas de combate ejército estadounidenses insisten en la importancia de hacer todo lo posible por evitar poner en riesgo a los civiles, y hay numerosos ejemplos en los que los soldados han respondido con mesura para evitar víctimas civiles. Pero los testimonios de oficiales y soldados demuestran claramente que, en el ardor de la acción, la prioridad es capturar o matar al insurgente, no la seguridad de los civiles.

Todo esto parece lo suficientemente controlado como para no generar la cantidad de muertos que se menciona en el estudio de The Lancet. Pero la gran cantidad de patrullas –1 000 al día– y, por consiguiente, la importante cantidad de enfrentamientos en las casas, las respuestas a los ataques de francotiradores o a las explosiones de minas, los intercambios de disparos que siguen a estas acciones… todo junto acaba dando como resultado una verdadera masacre cotidiana.

(...)

[Ante las comisiones investigadoras sobre la masacre de Haditha, donde un grupo de soldados estadounidenses masacró a 24 miembros de una familia en una casa como represalia por un atentado en el que murió un militar], el mayor general Richard Huck, oficial al mando de la unidad de marines en Haditha [, actualmente encargado de la planificación de las operaciones en el Pentágono], subrayó de nuevo la claridad de esas reglas de combate al explicar por qué no le había parecido necesario, en aquel entonces, ordenar la realización de una investigación sobre la muerte de aquellas víctimas civiles:

«Aquellas muertes tuvieron lugar durante una operación de combate y es frecuente que se produzcan víctimas civiles en ese tipo de enfrentamiento. En mi mente, lo que vi fue que los insurgentes habían disparado sobre mis soldados y que los soldados de Kilo Company habían contestado. En esas circunstancias, la muerte de 15 civiles no implicados no me parecía lo suficientemente inhabitual como para justificar una investigación».

Para el general Huck, al igual que para los demás oficiales al mando en Irak, a partir del momento en que hay «fuego enemigo» –o simplemente la amenaza de disparos–, las acciones cometidas por los marines en aquella casa de Haditha no sólo eran legítimas (a partir del momento en que aparecen mencionadas en el informe de intervención) sino que eran además simplemente ejemplares. Los soldados respondieron de forma apropiada en una situación de combate, y en tales circunstancias la muerte de «civiles no implicados» no resulta «inhabitual».

Partiendo de esa base, recordemos que los soldados de las fuerzas terrestres realizan un poco más de 1 000 patrullas diarias –cifra que subió a 5 000 patrullas si incluimos las que desarrollan de forma conjunta con las tropas iraquíes. Según las cifras publicadas por el Pentágono –y confirmadas por la Brookings Institution– esas patrullas se traducen en 3 000 intercambios de disparos al mes, o sea un centenar al día, nada más que en el caso de los soldados estadounidenses. Esos combates no siempre causan la muerte de 24 civiles inocentes de una vez, pero las reglas de combate que aplican nuestros soldados –lanzar granadas de mano dentro de las casas donde se sospecha que hay insurgentes, utilizar el máximo de volumen de fuego contra los francotiradores, utilizar la artillería y la aviación contra cualquier foco de resistencia– garantizan una corriente continua de muertos civiles.

Resulta importante analizar cómo relata esos hechos la prensa de Estados Unidos, cuando se toma el trabajo de mencionarlos. Veamos, por ejemplo, un despacho de la Associated Press sobre el patrullaje en la provincia de Meyssan, bastion del Ejército del Mahdi (junio de 2007).

«Más lejos, al sur, las autoridades iraquíes han indicado que más de 36 personas resultaron muertas en violentos combates nocturnos, durante una operación de registro casa por casa realizada por soldados británicos e iraquíes en la ciudad de Amarah, bastión de la milicia chiíta Ejército del Mahdi» [5].

Esa información es parte de un despacho que relata varios combates en todo Irak, bajo el título «Las fuerzas estadounidenses e iraquíes acentúan la presión sobre los insurgentes». Ninguno de los combates presentados se describe más que como parte de la rutina. Aquel día se produjeron 100 combates, todos con su cuota de víctimas. ¿Cuántas? Si partimos de las cifras estimadas en el artículo de The Lancet, los incidentes de Amarah representan alrededor de una décima parte de todos los iraquíes que resultaron muertos aquel día a manos de los estadounidenses. En correspondencia con el resto del mes de junio, el total de iraquíes muertos se acerca probablemente a los 10 000.

Durante la comisión investigadora sobre Haditha, uno de los investigadores planteó la cuestión de la justificación de un índice tan elevado de víctimas, esencialmente civiles, en la persecución y arresto de los insurgentes en Irak. El teniente Max D. Frank, que fue el primer oficial en investigar sobre los muertos de Haditha, declaró entonces que aquellos muertos eran «un resultado desdichado e involuntario del hecho que los habitantes locales permiten que los combatientes insurgentes utilicen sus casas como base de ataques contra patrullas estadounidenses».

En ese mismo sentido, el primer teniente Adam P. Mathes, responsable de la unidad implicada en la masacre, rechazó con vehemencia la idea de que el ejército pudiera excusarse ante la población por las exacciones cometidas. Por el contrario, Mathes insistió en que el ejército debería más bien hacerle saber a la población que el incidente de Haditha (la masacre de mujeres y niños) era representativo «de las cosas desagradables que les van a suceder si ustedes permiten que los terroristas utilicen su casa para atacar a nuestros soldados».

En mi ejemplar del Diccionario Merriam Webster, la definición de la palabra «terrorismo» es la siguiente: «actos de violencia o de destrucción (atentados con bomba) cometidos por grupos con el objetivo de intimidar a la población. ... » Lo sucedido aquella noche en Haditha fue precisamente un acto de ese tipo de violencia. Y no se trataba de un acto aislado. Hubo más de 100 ese mismo día. Y fueron cometidos por gente como el teniente Mathes, para intimidar a la población de Haditha y de otras ciudades de Irak, para que pongan fin a su apoyo a la insurrección.

Traducido al español para la Red Voltaire a partir de la versión francesa de Grégoire Seither

[1«Mortality before and after the 2003 invasion of Iraq: cluster sample survey», por Les Roberts, Riyadh Lafta, Richard Garfield, Jamal Khudhairi, Gilbert Burnham, The Lancet, 11 de octubre de 2006.

[2«Huge Rise in Iraqi Death Tolls», BBC, 11 de octubre de 2006.

[3«La Brookings Institution, think tank des bons sentiments», Réseau Voltaire, 30 de junio de 2004.

[4In the Belly of the Green Bird por Nir Rosen, Free Press, mayo de 2006.

[5«U.S. and Iraqi Forces Move on Insurgents», por Steven R. Hurst, Associated Press, 19 de junio de 2007.