En cuanto le preparan el café se repantiga en la butaca confortablemente y echa un vistazo a los titulares. Lee las noticias políticas, que le suenan repetitivas y a veces vergonzosas, como si nuestros representantes ante el poder público vivieran en una esfera a salvo de la ética y, sobre todo, de la voz de quienes los eligieron. Se entera luego de los accidentes de tránsito, de los nuevos descubrimientos científicos, de la oferta de sofisticados equipamientos electrónicos, de la previsión metereológica.

Se siente apenado al visitar la página policial con tantos asesinatos en serie, cuyas víctimas, por lo general, son pobres y negros, en un completo menoscabo del valor de la vida humana. Se alegra cuando se topa con la buena noticia de que la Policía Federal desmanteló otra pandilla de criminales de cuello blanco. Se detiene atentamente en las páginas deportivas, buscando detalles acerca de sus equipos preferidos, y lee con atención a los columnistas que, informados de lo que pasa entre bastidores, comentan las crisis de los clubes y el negocio de jugadores a precios exorbitantes.

No le gustan los editoriales, raramente se detiene en ellos, como si supiera de antemano la opinión del periódico sobre los temas tratados. Para Nemo el editorial debiera venir en dosis pequeñas en la misma página en que vienen las noticias, como esclarecimiento o contrapunto de los hechos. Sin embargo lee con avidez e interés a sus columnistas preferidos, como para corroborar, con un texto bien escrito, una opinión que tiene él también, aunque carece de medios y formas adecuados para expresarla.

Pasa luego al segundo cuadernillo, donde figuran las crónicas sociales, las novedades del mundo artístico, la presentación de libros, CDs, películas y obras de teatro. Aunque salga poco de casa para asistir a espectáculos, le agrada enterarse de las novedades. Mira las fotos de las páginas sociales, donde el extraño mundo de la crema y nata aparece siempre sonriente y perfumado (él jura que incluso llega a sentir el olor), como si las celebridades no sufrieran nunca dolor de vientre, desesperación ante un hijo drogado o tristeza por haber sido olvidadas en la lista de invitados a una recepción vistosa.

Nemo se distrae con las historias de dibujos; le gusta sobre todo Hagar el Horrible y a veces incluso le entra a los crucigramas y de un tiempo a esta parte también al sudokhu.

Si una noticia le parece importante rasga la página y la guarda en una gaveta de recortes amarillentos que la empleada insiste en tirar a la basura, pero él, por razones que no sabe explicar, cree que un día le pueden ser útiles. De hecho el otro día un amigo insistió en que la Segunda Guerra Mundial derrotó a Hitler y al nazismo gracias al desembarco de las tropas aliadas en Normandía, lideradas por los Estados Unidos e Inglaterra. Nemo revisó una pila de periódicos atrasados, tragando polvo, pero no encontró el artículo de un analista europeo anticomunista en que admite que Hitler perdió la guerra gracias a la resistencia de los soviéticos, que combatieron con la misma garra con que, en el siglo 19, expulsaron de Rusia a las tropas de Napoleón, y en enero de 1945 entraron en Berlín antes que los occidentales.

Nemo queda desorientado cuando el periódico se atrasa y el felpudo de la entrada aparece limpio. Ansioso de noticias, reclama por teléfono y, antes de que lo atiendan, ya envió a la cocinera al kiosco más cercano.

Nemo tiene conciencia de la dificultad que tiene el periódico para competir con la agilidad, en tiempo real, de la TV y de Internet. Aun así, le encanta agarrar aquel mazo de hojas en las manos, sentir el olorcito tibio del papel, oír el chichisbeo de la página doblada, leer los hechos en entrelíneas, sabiendo que las noticias habrán de respetar su ritmo. Puede saborear el café sin que ellas se le escapen de la vista.

Nemo concuerda con Hegel cuando éste decía que el periódico es la Biblia del hombre moderno. Es como el libro sagrado: contiene noticias apocalípticas y redentoras.

(*) Nota publicada en el portal Defensa de la Humanidad (http://www.defensahumanidad.cu/artic.php?item=4749) Traducción de J.L.Burguet

(**) Escritor y teólogo brasileño