El patrimonio cultural de Quito resume 12.000 años de historia aborigen, colonial y republicana; está constituido por la totalidad de creaciones y realizaciones de nuestro pueblo a través de la historia, lo que nos distingue y nos da identidad. El patrimonio cultural lo constituyen los bienes materiales, pero también los bienes espirituales o intangibles de especial valor social.

Forman el patrimonio material los objetos utilitarios y ceremoniales del período prehispánico que se conservan como piezas arqueológicas; el conjunto urbano antiguo mejor conocido como Centro Histórico con su arquitectura residencial y religiosa del período colonial y republicano; todo tipo de obras de arte: escultura, talla, pintura, orfebrería, libros, documentos, archivos; edificaciones, plazas, parques, espacios públicos y monumentos. El patrimonio cultural guarda el testimonio de nuestra historia y nos permite presentarnos al mundo con orgullo y altivez.

No obstante su alto valor intrínseco, nuestro patrimonio cultural se halla en proceso de deterioro. Los medios de comunicación informan sobre continuas pérdidas de bienes patrimoniales de la capital en sus múltiples expresiones: edificios de alto valor histórico, monumentos, obras de arte colonial y republicano, colecciones arqueológicas, paleontológicas y otros bienes culturales que se pierden para siempre por efecto del fuego, el robo, el uso indebido y por actos de vandalismo, que por desgracia no son hechos eventuales sino recurrentes.

Crónica del incendio de la vieja Casona

Por la magnitud del flagelo vale recordar el incendio que consumió una parte de la vieja casona de la Universidad Central el 10 de noviembre de 1929. Los diarios El Día y El Comercio dieron cuenta del trágico suceso: “Formidable incendio consumió anoche la Universidad Central. Pavoroso incendio en la Universidad. Las pérdidas pasan de cuatro millones de sucres”. A continuación describían los hechos. “Un grupo de indígenas celebraba una fiesta religiosa; para solemnizarla lanzaron petardos o “voladores” y globos. Uno de los “voladores” chocó en la parte alta de la catedral Metropolitana y rebotó hacia la parte norte del edificio de la Universidad introduciéndose entre la cornisa y la cubierta. El fuego invadió el último piso de la fachada de la calle García Moreno, en él se hallaba el valioso museo de Arqueología con valores únicos de un valor incalculable. El fuego destruyó gran parte del edificio de la centenaria Universidad quiteña, consumió el rectorado, el salón máximo, la biblioteca y el laboratorio de química recientemente incorporado, el Museo Nacional con sus valiosas colecciones. Se salvó el gabinete de odontología, topografía, fisiología, los aparatos de rayos X y parte del archivo de la secretaría”.

Los diarios y testigos del flagelo recuerdan la jornada patriótica y heroica de los universitarios, de los agentes de policía, y del pueblo de Quito. Su acción conjunta permitió sofocar el incendio, salvar algunos muebles, libros, aparatos, equipos y algunas piezas del museo de ciencias naturales, cuadros antiguos, etc. Parte de la biblioteca se trasladó al ministerio de Instrucción Pública, el resto fue arrojado al patio de la universidad. “Junto al edificio de la Universidad, en las bóvedas del antiguo parque militar (antiguo cuartel de la Real Audiencia de Quito), se habían depositado explosivos de la artillería recién llegados de Italia, lo que fue necesario sacar”. De no haberse logrado desalojar dicho arsenal, por la propagación del fuego y la explosión, se habría destruido parte de la ciudad, sobre todo el palacio nacional, la iglesia de la Compañía, la catedral Metropolitana y otros tesoros de la arquitectura quiteña, tanto colonial como republicana.

Ese siniestro se inscribe en la historia de la cultura ecuatoriana como uno de los más trágicos. En efecto, el incendio se inició en el tercer piso del edificio, de éste se propagó al segundo en donde se hallaba el valioso Museo Nacional, que estuvo conformado por colecciones arqueológicas, mineralógicas, zoológicas, botánicas y paleontológicas. Allí se conservaban las colecciones botánicas del Padre Luis Sodiro, además del mastodonte encontrado en Alangasí el 12 de abril de 1928 por el profesor de paleontología señor Franz Spillman. El mastodonte era una pieza muy importante para la ciencia, pues se trataba del esqueleto completo de un proboscídeo extraído de la quebrada Cachihuaico a 2 Km de Alangasí. El mastodonte fue determinado por el profesor Spillman como perteneciente a la especie Bunolophodon postremus, más tarde se le asignó a la especie Haplomastodon chimborazi.

Si bien no fue el primer mastodonte encontrado en Sud América, sí fue un ejemplar completo junto al cual se encontraron restos de armas de cacería, recipientes y otros objetos, lo que hizo pensar que el proboscídeo pudo haber sido abatido por los habitantes de la región.

La presencia de mastodontes en Sud América es una prueba de su gran capacidad migratoria; desde el África nororiental, en los territorios de Egipto actual, llegaron a Eurasia y luego de cruzar el estrecho de Bering arribaron a Norte América para luego atravesar el istmo de Panamá y colonizar América del Sur a finales del Plioceno, hace 3 ó 4 millones de años, o quizá ya en el Pleistoceno. Los proboscidios realizaron un largo peregrinar transcontinental, similar al que realizaron nuestros antepasados. El gran mamífero pereció en los territorios que habrían de ser del Ecuador; luego de “resucitar” de manera efímera y dar testimonio a la ciencia, se consumió en las llamas del pavoroso incendio de la Universidad Central a los cien años de su fundación republicana.

Aparte de rastrear las últimas huellas del mastondonte de Alangasí, este artículo tiene como propósito alertar que ahora como en el pasado, el fuego (y el robo) son la mayor amenaza para los bienes culturales: museos, bibliotecas, archivos, librerías y para el patrimonio edificado de la ciudad de Quito.
(Continuará...)