A las desgracias por la concentración infamante de la riqueza, en unos cuantos millonarios (las todavía 300 familias de Azcárraga) y un multimillonario (¡Salve, Slim, los que están muriendo, te saludan, como a moderno emperador y oficiante del Becerro de Oro!); males agudizados por las políticas públicas del capitalismo salvaje, diseñado y puesto en marcha desde hace cuatro sexenios y lo que va del actual (De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox y Calderón) que lo único que han incubado y puede abortarse en cualquier momento (“creo que a mí me agradaría que hubiese más manifestaciones y huelgas”, escribió Richard Rorty, en su ensayo: “Los pobres son la gran mayoría”, en su libro de entrevistado: Cuidar la libertad) es una revuelta civil al unísono por todo el territorio y suficiente con uno o dos millones de los 103 que ya somos.

Esos desastres son provocados y consentidos por el neoliberalismo económico, para beneficiar a banqueros de una voracidad sin límites y a empresarios, comerciantes e industriales despiadados, como ha sido su característica tradicional, pero, además, mucho más explotadores y rateros al amparo del libre mercado, con un mínimo de controles (del mismo Richard Porty: “El libre mercado de ideas y mercancías es cosa buena, pero no es una solución para todos nuestros problemas sociales, tal y como presuponen los neoliberales”). Y todo ello protegido por el mal gobierno municipal, de los (des)gobernadores cortados por la misma tijera: priístas, panistas y perredistas, hasta culminar con el “señor presidente” en turno, a pesar y muy a pesar de que algunas facciones de la oposición han estado exigiendo el buen gobierno, remando a contracorriente de la corrupción política imperante (Alejandro Nieto: La nueva organización del desgobierno, Ariel).

Y es que la derechización descarada de la administración pública, donde el presidencialismo de las alternancias fracasadas (no se vislumbra que el calderonismo rebase por la izquierda, sino que continuará por la derecha) es el pivote de los contenidos de las políticas públicas, ya establecieron una nueva organización para consolidar al neoliberalismo económico, que practican, incluso, regímenes de centro-izquierda como Lula en Brasil, Bachelet en Chile y Kirchner en Argentina, mientras a contrapelo, con una mezcla de populismo y socialdemocracia, navega en ese mar Venezuela con Chávez. Calderón, en México, con su política internacional de “con Dios y con el Diablo”, está implantando directrices económicas que continúan al foxismo y que éste, radicalizándolas, repitió al zedillismo-salinista, hasta ahora tener a la nación al borde de estallar por hambre, desempleo e inflación.

El huracán Dean, por si algo faltara, ha sido devastador en cuando menos 200 municipios en Quintana Roo, Yucatán, Campeche, Hidalgo, Puebla y Veracruz. Aparte de que este verano de lluvias torrenciales, casi diluvios, e infernalmente caluroso, consecuencia o no del acelerado cambio climático, ha generado percances en Sinaloa, Oaxaca, Chihuahua, Nayarit y ha tenido en un tris de calamidades al Estado de México, al Distrito Federal (en sus sectores más pobres y desvalidos), que representan una geografía con muy graves calamidades humanas, agrícolas y con fauna y bosques en ruinas. Los calderonistas, desde las secretarías de Gobernación y Agricultura, han subestimado los daños. E incluso, por venganzas político postelectorales, como en el caso de Yucatán donde el panismo perdió la gubernatura y regresó al PRI, por conducto de esos funcionarios (Ramírez Acuña y Alberto Cárdenas), únicamente reconocieron daños a siete municipios de un total de 59 afectados.

El huracán calderonista está resultando más destructor que la furia de la naturaleza, ya que se resiste a invertir cuando se necesita del Fondo de Desastres Naturales (del que anteriormente Creel y su directora se sirvieron para sus intereses personales). Calderón realizó una gira demagógica. No la ayuda, porque es una obligación de ir en cumplimiento de esa obligación, se ha dado en capítulos y a cuentagotas, para “jinetear” el dinero del pueblo al que, de paso, quiere el calderonismo aumentarle los impuestos y el precio de los servicios, para únicamente tener superávit y al final o durante el sexenio “matanga dijo la changa”. Dean fue un infausto mal de la naturaleza. El calderonismo esta siendo un huracán devastador intencionalmente. Y ambas desventuras se ensañan contra una nación presa, además, del mal gobierno antirrepublicano y antidemocrático.

Revista Contralínea / México /

Fecha de publicación: Octubre 2a quincena de 2007