Hay evidencias claras de que, dando continuidad a una tendencia repetida en los últimos tiempos, la economía nacional persiste en saltos importantes, y que la nación puede plantearse ya, sobre bases más sólidas, la recuperación de servicios esenciales y el adelanto en no pocas ramas claves.

Pero además, a ello se añade una necesaria política de revisión general encaminada a perfeccionar toda la sociedad mediante una consulta abierta, democrática, sobre las lagunas de lo hecho y lo que debe acometerse en el futuro inmediato.

El primer vicepresidente cubano, General de Ejército Raúl Castro, en su intervención del pasado 28 de diciembre ante el Parlamento de la Isla, sentaba precisamente algunos de los pivotes para encarar y llevar por buen camino ese proceso.

Sin triunfalismos ni consignas preconcebidas, sino con entero apego a la realidad objetiva, Raúl proclamó nuevamente la participación sin cortapisas de los ciudadanos en el debate permanente en torno a la sociedad que construyen, y resaltó "la importancia de analizar los problemas de manera integral, conciliar las decisiones y actuar con racionalidad".

No menos trascendente es su afirmación de que se hace necesario que los innegables incrementos de las cifras macroeconómicas "se reflejen lo más posible en la economía doméstica, donde están presentes carencias cotidianas."

Y es que, ciertamente, las revoluciones tienen el deber insoslayable de ser eficientes y eficaces, y de demostrar con hechos concretos a quienes las llevan adelante y a aquellos que aspiran a realizarlas, un amplio panorama de progreso integral, desde las obras gigantescas, hasta lo que toda familia pone en la mesa a diario.

No es un principio nuevo ni desconocido. Aun cuando estaba muy lejos de imaginar siquiera el estallido de la revolución obrero campesina en la vieja Rusia zarista, Vladímir Ilich Lenin ya indicaba en sus "Cartas desde Lejos", que entre las primeras tareas de un futuro Estado revolucionario, estaba, junto al pleno ejercicio del poder del pueblo, el establecer de inmediato un influjo positivo y materialmente tangible en la vida de la gente.

Sería una máxima que el líder bolchevique intentaría llevar siempre adelante, incluso en el crudo y agónico período del llamado "comunismo de guerra", cuando la joven nación enfrentaba la guerra y el caos impuestos por las potencias imperiales y la contrarrevolución interna.

Y es que, sin dudas, la vida demuestra que en toda obra revolucionaria los principios políticos y logros objetivos forman un todo esencial cuya marcha cohesionada resulta imprescindible.

Agencia Cubana de Noticias