La persistente caída del dólar y el alza sistemática de los precios del petróleo son dos fenómenos que no nos abandonarán este año. El déficit comercial de USA con todas las regiones del mundo (Europa, Asia e incluso América Latina) y su particular forma de cubrirlo con emisión de papel moneda ha terminado por inundar de dólares el mundo, haciendo que su exceso, como lo sabe cualquier estudiante novato de Economía, termine por abatir su precio. Pues, bien, por ser tan difícil creer que los usamericanos renuncien a forma tan particular de adquirir mercancías, se puede afirmar que en el corto plazo la tendencia del dólar a la baja es difícil de revertir.
Ahora bien, dado que los países petroleros tasan sus exportaciones en dólares, con el descenso de esa moneda ven afectados sus ingresos relativos, lo cual provoca un intento de compensación con nuevos incrementos en el precio del crudo, lo que termina por crear un circuito que se retroalimenta: dólar barato-petróleo caro-dólar más barato, y así sucesivamente. Sin embargo, es claro que este hecho no es en sí mismo el mecanismo original del alza del crudo, ya que juegan allí aspectos estructurales como el aumento sostenido de la demanda (fundamentalmente por el crecimiento del consumo de China e India) frente a una oferta cada vez más inelástica, además del fenómeno que el analista Michael T. Klare llama “la era del petróleo difícil”, es decir, que hemos entrado en una etapa de exploración y explotación de petróleo más profundo o más alejado de las costas o más pesado (o sea, más costoso de refinar). Pero en este asunto es curioso, e imprevisible hasta hace algún tiempo, que dos fenómenos de orígenes estructurales diferentes, como la caída del dólar y el alza del petróleo, terminen encontrándose y realimentándose para amenazar con hacerse explosivos.
Además, los excedentes de moneda en el mundo han terminado por crear las llamadas “burbujas”, que no son otra cosa que sobreinversiones en algunas industrias, como es el caso del sector tecnológico de punta entre 1997 y 2001, que condujo a lo que se conoció como la crisis de las “punto com.”. O el más reciente en el sector inmobiliario, que, reactivado por las bajas tasas de interés y el relajamiento de las condiciones de los préstamos, terminó por hundir en la insolvencia a los bancos tenedores de las hipotecas de alto riesgo, conocidas como las subprime. Pues, bien, esas crisis, como manifestaciones de una inflación de activos generalizada, da lugar a que la tenencia de papeles financieros sea incierta y las sobreinversiones se concentren en activos físicos como el oro, o en materias primas como hierro, cobre, carbón, etcétera, que mantienen su tendencia alcista. Pero se da el caso de que tales mercancías son parte del proceso productivo y su alza termina por impulsar los precios de los bienes finales, acelerando la inflación, la cual alcanzó un nivel de 4,3 por ciento en Estados Unidos, mientras en países como China y Chile, considerados estables macroeconómicamente, superó el 6 por ciento, dibujando así un panorama oscuro en el que a la amenaza de recesión en Norteamérica se suma la de una inflación creciente y generalizada.
No cabe duda de que esas condiciones afectarán visiblemente la Economía colombiana, toda vez que no sólo amenazan con una contracción de las exportaciones hacia USA (por efectos de la recesión) sino que además facilitarán que la continuidad de un peso revaluado siga siendo un punto contra una dinámica mayor del sector externo, provocando igualmente refuerzos al proceso inflacionario que entre nosotros siempre ha tenido un significativo componente importado.
Pero las cosas no paran ahí en el frente externo, dado que las perspectivas con Venezuela, segundo socio comercial del país, no son las mejores. La ruptura de las comunicaciones con la República Bolivariana amenaza con paralizar importantes sectores de la Economía colombiana. Se olvida a menudo que, de las ventas a nuestro vecino, el 98 por ciento corresponde a exportaciones no tradicionales, de las que a la vez el 92,9 pertenece al sector industrial. En otras palabras, Venezuela es el principal destino de las ventas externas con valor agregado, por lo cual, de verse afectadas, se tendrá un fuerte impacto sobre el empleo. De otro lado, es ése país el que más está dinamizando las exportaciones, si se tiene en cuenta que el valor que le compró a Colombia pasó de 696 millones de dólares en 2004 (en 2001 habían alcanzado un máximo de 1.742 millones de dólares) a 3.241 millones en únicamente los tres primeros trimestres de 2007.
Que aquel es un mercado en riesgo lo confirma el hecho de que la integración de Venezuela con Brasil va más allá de la retórica, pues hoy los brasileños son el segundo proveedor de los venezolanos, tan solo superado por Estados Unidos, lo que le da una ventaja importante a ese país para alcanzar una porción aún mayor del mercado bolivariano, máxime si se trata de sustituir producción colombiana de automotores y textiles, en lo que cuentan con ventajas comparativas suficientes. De otro lado, la promesa de la recién posesionada presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, de impulsar el ingreso de Venezuela al Mercosur, puede entenderse como un paso en la intención argentina de morder una parte del mercado venezolano, tanto de los lácteos como de los animales vivos, que son los otros renglones destacados de las exportaciones colombianas hacia Venezuela.
Eso nos deja muy mal parados, si además tenemos en cuenta que, de continuar estancado el acuerdo humanitario, la Unión Europea, por impulso de Francia, puede agravar todavía más nuestro ya notorio aislamiento. No debemos olvidar que el presidente francés Nicolás Sarkozy es en este momento el más entusiasta defensor de un dólar fuerte y que por eso ocupa un lugar muy importante entre los aliados de Bush. Por lo cual, de sentirse burlado en lo del intercambio humanitario, bien puede incidir negativamente en la actitud estadounidense hacia Colombia, con lo que ya no es solamente la situación crítica de la Economía norteamericana sino también la relación política lo que eventualmente juegue contra los intereses del gobierno y los empresarios colombianos.
Es claro que la defensa del TLC Colombia-Estados Unidos, por parte del gobierno de Bush, tiene un fuerte contenido geopolítico, no sólo por nuestra vecindad con Chávez sino asimismo por la necesidad del gobierno gringo de posicionarse cerca de la Amazonia, a la que considera un lugar estratégico. De hecho, la aprobación del TLC con Perú, más que a fortalecer aspectos económicos, le apunta a reforzar el control geopolítico.
Sin embargo, el fuerte discurso demócrata contra los tratados, con Hillary Clinton invitando a hacer un alto en el camino y John Edwards proponiendo incluso denunciar los existentes, muestra que los deseos proteccionistas han dejado de ser políticamente incorrectos, lo que hasta hace poco era impensable. En ese sentido, los intereses electorales colocarán bajo la lupa las actuaciones del gobierno colombiano, y el intercambio humanitario y los derechos humanos pudieran convertirse en piezas definitivas en las relaciones económicas con los Estados Unidos.
Frente a ese panorama, muchos se sentirán identificados con los versos del poeta y estarán tentados a parafrasearlo: Todo nos llega tarde… hasta el populismo de derecha, que curiosamente hoy es juzgado en Perú en un acto hipócrita que persigue lavar la cara de una política que continúa hasta nuestros días pero que no hubiera sido posible sin el concurso de la violencia de Estado, tal como sucedió en Chile y en general en los países del Cono Sur, cuya ‘modernización’ también es deudora, así lo quieran negar nuestros académicos oficiales, de esos ejercicios de insania.
La política colombiana marcha, pues, en contravía, y ningún país quiere hoy que se le relacione con imaginarios capaces de recordar su pasado reciente. Por eso, los efectos comienzan a sentirse y la sensación de aislamiento crece rápidamente. Y dado que para nadie es extraña la historia del vecino indeseable y sus consecuencias, es muy poco lo que puede esperarse en 2008, a no ser un revulsivo de conciencia que nos lleve a un alto en el camino y, por ende, a señalar que nos negamos a seguir marginados del tren de la historia.
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