Arranquemos: ¿dónde estamos parados? Sobre un agujero con forma de mapa. Aquí no
quedaron ni los mástiles. Desgracia con suerte: ¿qué bandera izaríamos? Espejo en mano,
peguémonos una revisada: nos afanaron (y nos dejamos afanar) el patrimonio nacional, las
joyas de la abuela y la abuela también. Pregunta: desde los medios y desde la faena personal,
¿hasta qué punto nos ocupamos de esta devastación?

Poder Coagulante. Nuestra mentada democracia es un delgado hilo. Ella no es adolescente,
apenas si gatea. Prevalece aquéllo de que el periodismo es el Cuarto Poder. El Cuarto Poder son las empresas. ¿No es ya hora de que replanteemos nuestro rol hacia la necesidad de ser un Poder Coagulante? ¿Coagulante de qué? De hechos sembradores de democracia. Veamos: ¿qué pasaría hoy con esta democracia si aparece un Blumberg convocando un aluvión de gente, justo en un momento de estampida inflacionaria?

Sigamos. Esta Argentina tiene 4 (cuatro) clases sociales: los ricos, cagados de espanto; los clase media, cagados de miedo; los pobres, cagados de hambre, y los desgajados, ni cagados, porque para eso hay que comer.

Toda democracia se sostiene mediante conciencia cívica. Estamos sembrados de hambre,
analfabetismo y analfabetización. Hambre + analfabetización = desesperación.

La desesperación impide la conciencia. Al hambriento analfabetizado le importa un carajo que haya democracia. Si algo remoto espera, es la paternal Mano Fuerte. Demasiados clase media alentados por la inseguridad, también. El periodista promedio da por descontado que nuestra democracia está consolidada. Madremía. Nos sigue costando entender la democracia como un insomnio.

Exitismo y derrotismo. Fuimos criados con la convicción de que éramos los mejores del mundo. La costumbre de tocar fondo nos enseñó por fin, que no éramos eso. Pero enseguida nos consolamos sintiéndonos los más inexplicables. Siempre los más. Esta enfer medad, la de ser los más, viene siendo muy abonada por los medios de des-comunicación. Los periodistas, ¿tenemos conciencia de esto? Televisión basura. Espejo en mano, sigamos. Se volvió frecuente, comodidad, hablar de la televisión basura. Pero si hay algo perfectamente distribuido entre los medios televisivos, radiales y gráficos, es la basura. Cada cual produce basura en la medida de sus posibilidades. Fuera de la televisión, ¿algo se renovó? ¿se habla, se escribe mejor? Ojo al piojo: los periodistas, ¿luchamos por enfrentar la mentira de que al lector hay que darle mierda porque quiere mierda?

Cuando se reduce la crítica a la televisión, escapamos por la tangente. Escuchemos radio, leamos diarios y revistas. La escasez de vocabulario denuncia un lenguaje ni siquiera perverso. ¿Y qué fue del sujeto, verbo y predicado? ¿Suena a extravagancia? Tal vez debiéramos hablar de vagancia extra.

Tanto perorar con la bendita ética, los periodistas debiéramos revisar nuestras herramientas:
¿nos expresamos como debemos? La ética empieza por casa: por ejemplo, la ética de la sintaxis. La ética empieza por casa, y la corrupción también. Escalofriante cantidad de comunicadores tartamudea. Aquí se impone Tarzán, empuñando gerundios y con un
vocabulario poblado de abundantes carencias.

¿Y los periodistas partenaires, convertidos en sumisos grabadores? ¿Y la repregunta? ¿Y el orden de las preguntas que sí altera el producto?

Convengamos: los gerentes del periodismo nunca podrán quitarnos ciertas herramientas.
Salvo que decidamos resignarlas. No soslayemos lo crucial: la libertad del periodista, cada día más acogotada, nunca es entera, pero tenemos márgenes. ¿Los defendemos a diario?

La derecha, y el resto. Nuestro emporio de derechas está despierto hasta cuando duerme. Ellos usan a la democracia cuando hay democracia y a la dictadura cuando hay dictadura. Las izquierdas tampoco.

Solemos decirnos de la izquierda argentina que es un incesante archipiélago. ¿No es mucho
decir? Por más fraccionado que esté, un archipiélago es un conjunto. Las izquierdas aquí son más bien esquirlas de una bomba que ni siquiera explotó.

Los sectores progresistas no necesitan que el mentado enemigo los destruya, de eso se encargan ellos mismos. La autodestrucción es su actividad casi excluyente. El resto es confundir estribillo con ideología. Pregunta: quienes presumimos de hacer periodismo comprometido, ¿funcionamos como un archipiélago signado por la distracción y la dispersión?
¿Nos hemos acostumbrado a la mera actividad de ser “víctimas del sistema”? No le aflojemos
con las preguntas: ¿Nos están comiendo por las patas o nos dejamos comer?

Periodismo progresista. Dejemos de lado a los camaleones obvios. Hay, entre no-so-tros, una asquerosa cantidad de mutantes abonados al corso oportunero de cuanta solicitada de protesta haya. Pero la pasaron macanudo en los años de la criminal dictadura. Pasó con el
Mundial del ‘78, aquella obscena “fiesta de todos” sobre un velatorio de miles. Por caso: autodenominados progresistas hicieron la vista gorda con aquel Menotti que se abrazaba, muuuy sonriente, con el dictador torturador Galtieri. Un día después blanqueaba conciencia
abrazando a Mercedes Sosa. Las fotos no mienten.

Cuántos exultantes prestigiosos periodistas progresistas han hecho del oportunismo un modo de vida. No nos vayamos de la verdad traspapelada de nuestros marginados archivos.
Distingamos: entre los intereses de los medios de des-comunicación y el aporte fervoroso de
tantos ubicuos escribas y comentaristas.

El caso Malvinas. Siempre lo escondimos, como a la basura, abajo de la alfombra patria.
Necesitamos el 25º aniversario para maquillar nuestras turbias conciencias. Los aniversarios
son una especie de Viagra periodístico. Una vez más, exitismo y derrotismo. La guerra por Malvinas fue una des-guerra. Una vergüenza consumada por un puñado de militares, valientes de escritorio, héroes etílicos que salieron ilesos. Pregunta: como sociedad, ¿nos engañaron o nos dejamos engañar? Más allá de la inevitable censura, ¿acaso los medios y prestigiosos periodistas no contribuyeron, con entusiasmada obsecuencia, a ese estado colectivo de irresponsable euforia que mutó en vergonzante depresión? Los muchachos fueron despreciados como parias, y más de 400 suicidados. Claro, perdieron el mundial de Malvinas. Y aquí, no ser campeón mundial de algo, significa ser un pelotudo. Los militares quisieron entrar a la historia sin control de alcolemia. Los medios y enfáticos periodistas hicieron también lo suyo. Ojo al piojo: ¿nos conformaremos también nosotros con el “yo cumplo órdenes”?

El ahorismo. La inseguridad y el miedo, talón de Aquiles de la democracia. No se trata de ocultar la realidad, pero tampoco de crear sensación de fin del mundo. ¿Cuánto contribuimos nosotros, periodistas, a ese ahorismo que consiste en echarle toda la culpa al presente? Entonces, el pasado se niega y el presente se vuelve insoportable. “Nunca se vio algo así”, una inocente frase alimentada por el terrorismo de los medios de des-comunicación. Y nosotros, empleados periodistas, ¿qué podemos hacer? Por empezar alertarnos sobre cómo
viene esa mano que le hace el caldo gordo a los Patti y Rico y Bussi, a los Sobisch y Blumberg y Macri…

Se argumentará que en este planteo subyace un mensaje ideológico. Seguro que sí. ¿Acaso no lo hay por parte de quienes fogonean el miedo y el “aquí ya no se puede vivir”?

Los patrones son dueños de los medios, pero nosotros somos dueños de nuestros deditos,
palabras, adjetivos. Tengamos cuidado: no extraviemos las pequeñas herramientas
primordiales. La sensación de fin del mundo es el salvoconducto que usaron todas las dictaduras, sin la legitimidad de las urnas, pero con el consentimiento de civiles.

La censura, la distracción. Todos somos guardabarreras de alguien. Los periodistas, ni hablar. Para ocasionar daños sociales no hace falta ser perversos o tendenciosos, suficiente con estar distraídos.

Aparte de la autocensura para sobrevivir, revisemos nuestras distracciones profesionales. Dicho de modo menos cordial: ¿Estamos despiertos? Veamos: ¿cuántos sentidos tenemos? ¿Cinco? Quién sabe. ¿Cuántos usamos y en qué porcentaje? Cuando el uso de los sentidos es tan limitado, se nos diluye la realidad explícita y la realidad subterránea. Y éste es el punto: la distracción es hermana de la indiferencia. Y la indiferencia es la forma más fácil y menos riesgosa de la complicidad: es el plancton donde abreva la impunidad. Finalmente, la distracción es peor que la censura.

El Hamlet argentino. En esta patria idolatrada la cuestión no es ser o no ser. Vivimos una
renovada persecución de la pura apariencia. No es casual que aquí el carisma sea prioritario
en dirigentes, políticos o no políticos, que nos representan aunque no nos representen. Inteligencia, laboriosidad, imaginación y decencia no valen si se carece de carisma, virtud excluyente.

Consecuencia: para el Hamlet argentino la cuestión es parecer o no ser.

Más allá de la responsabilidad de los medios de des-comunicación, pregunta: ¿cuánto hemos
contribuido los periodistas, con nuestros entusiasmos fugaces y sospechosas distracciones, a la renovada apoteosis de la mera apariencia que se traduce en este conato de nación?

Banalidad, vacuidad y frivolidad, tres vicios distintos y un solo dios verdadero. Parecer o no ser.

La comodidad del rehén. Decididos a la autocrítica alumbradora, ¿alguna vez afrontaremos el libro de la Obediencia In-debida en el periodismo? Es muy cierto que en estos años de esclavitud nombrada globalización, somos rehenes de nuestro pan de cada día. Pero hay matices (desaforados matices) que indican que muchos periodistas obedecieron y obedecen con repugnante entusiasmo.

Entre nos, la des-solidaridad tiene la densidad de una costumbre. Es cierto que somos rehenes, pero no es menos cierto que prevalece la comodidad de ser rehenes. ¿Será que nos
acostumbramos a ser víctimas? Cuando eso pasa el enemigo puede dormir tranquilo, le
ahorramos el trabajo.

En este arduo peaje para el brindis, aprendámonos. No le escapemos al espejo. Dependemos,
sí, de muchos factores, pero, antes y después de todo, dependemos de nosotros.

Lo menos que podemos hacer es estar despiertos. No seamos rehenes de nuestra abulia. Para qué morirnos en vida, si hemos de morirnos con la muerte? Que la queja entre nos, no sea una coartada tranquilizadora de conciencias. Que la digestión no sea nuestra única actividad cívica. Que nuestra rebeldía no se reduzca al acto de eructar con disimulo (ANC-UTPBA).