En segundo lugar, opinamos que, en el marco de esa disciplina que se ha dado en llamar “teoría de la comunicación social” suele delimitarse, conceptualmente, “información” y “noticia”. La primera, puro acontecer, guarda con la segunda una relación de género a especie. Cualquier hecho del que tomamos conocimiento es información. Sólo accederá a la calidad de noticia cuando el periodista considere que tiene relevancia social bastante como para ser divulgado.

Esto último presupone una operación selectiva inspirada en valores e intereses. En ideología.

No hay objetividad posible.

Cuando el comunicador da forma y contenido de noticia a una información cualquiera, ésta -que originariamente provenía de un campo ajeno al periodístico- comienza, por así decir, a ser parte de él. Y sólo aquí despunta la excepción a la regla genérica enunciada en el inicio. La excepción se enuncia así: salvo cuando esas voces ajenas han devenido noticia y, por ende, materia opinable en la pluma del profesional de la información. Aquí, en la medida en que el periodista ha recreado el hecho, es decir, en la medida en que ha incorporado ideología propia al material con que trabaja, puede decirse que es “su propio mensaje” el que será comunicado a la sociedad.

Neutralidad, una pura abstracción

Todo trabajador se halla inmerso en una trama de relaciones sociales de la cual él mismo
y su quehacer forman parte. Un operario en la línea de armado de una automotriz
contribuye, con su diario gasto de músculos y cerebro, a un resultado final con cuya realización se enriquece una empresa capitalista. Este hecho social no abona, empero,
la afirmación de que ese trabajador -que se halla complicado en el enriquecimiento
de un burgués y en la sustentabilidad en el tiempo de una empresa- es, por ello, co-responsable de la explotación capitalista. Más bien, el juicio, aquí, suele ser unánime en
el sentido de que ese trabajador es víctima y no verdugo.

Cuando analizamos la labor de un trabajador de prensa que escribe en el marco de
una empresa periodística las cosas se complican un tanto y, para entenderlas, es básica la
polaridad libertad de prensa-libertad de empresa.

Estas líneas cobran sentido no cuando las referimos al individuo aislado que produce su propia página o su blog por Internet; o cuando aludimos a un pequeño colectivo que funciona
en registro cooperativizado; el propósito, aquí, es erigir en objeto de reflexión al periodista
cuya ideología marcha en dirección de la transformación radical de las estructuras sociales
o, cuanto menos, en una línea ética en la cual los conceptos de bien y mal se hallan vinculados a lo que es bueno o malo para su sociedad y para la gente que la compone.

Y la resolución del intríngulis es un poco más sencilla de lo que parece. El periodista que,
por su ubicación en la pirámide burocrático-administrativa de la empresa, “hace” la línea
editorial del medio o contribuye a su construcción es responsable, en términos absolutos, del
rol que juega ese medio en la sociedad de que se trate.

Y el rol de los grandes medios y cadenas informativas, en América Latina, en EE.UU. y
en Europa es, sustantivamente, uno: contribuir a legitimar modelos institucionales que garanticen el equilibrio de la sociedad y su gobernabilidad. El objetivo de los medios, en estas
condiciones, no es la “verdad”, a secas y en abstracto, sino la verdad política, ésto es, aquella
verdad que mejor garantiza la reproducción de unas condiciones sociales funcionales a
la perdurabilidad de una realidad económica, política, social y cultural. De una sociedad.

La libertad de la empresa

Viene como anillo al dedo un ejemplo cercano en el tiempo. Jean Marie Colombani, director
de Le Monde (el mismo Colombani que, el 30 de abril de 2005, deploró el Non francés a
la Constitución Europea pues veía que la decisión popular en el plebiscito estaba impregnada
de “nacionalismo” y “proteccionismo”), se definió, antes de las recientes elecciones presidenciales en su país... por ningún candidato. Eso sí, llamó a los franceses a no votar a los
“marginales”. Llamó a los franceses a votar por Royal o por Sarkozy, es decir, llamó a legitimar a las tradicionales corporaciones políticas de Francia pues -Colombani lo sabe- son
ellas las que sostienen mejor el andamiaje institucional.

Un medio que así procede no es “objetivo”. Está jugado a favor de la estabilidad del sistema
de relaciones en el cual está inmerso. Y esto es siempre así, cualquiera sea la ideología
dominante en una sociedad.

No preguntemos, entonces, por la “objetividad”. Preguntemos, más bien, qué sistema social
es más justo; qué sistema de organización de las relaciones humanas no permite la miseria,
la exclusión, el desempleo, la vigencia de valores vinculados a la muerte y el dolor de
masas cada vez más numerosas que no encuentran en el capitalismo -ni encontrarán jamás- satisfacción a sus justas y legítimas necesidades materiales y espirituales.

Asumirse como partidario de las luchas de todo orden y calidad que emprenden, todos los
días, los pueblos oprimidos del mundo y los sectores explotados y humillados de nuestros países es la única objetividad posible. En la Argentina semejante objetividad no puede ser
guía cotidiana de la labor periodística si el lugar que se ocupa es, digamos, el de editor de
una sección de un medio de los “grandes”, por poner un ejemplo. Cuentan con mayor margen
para la dignidad aquellos periodistas que son verdaderos “obreros de la pluma” y que
se mantienen fieles a sí mismos en la tarea de informar y que también existen en esos medios. La hipocresía de los epígonos de la “libertad de prensa” reside, entre otras circunstancias, en que la carrera profesional de estos trabajadores que no venden su honra tiene un límite infranqueable. Es la libertad de la empresa, no la de la prensa (ANC-UTPBA).