La tragedia del 79
Alfonso Bouroncle Carreón, Studium, Lima

53 - Cáceres en la ofensiva

En los primeros días de octubre, Cáceres ocupó Chosica y sus patrullas llegaron hasta cerca de extramuros, produciéndose escaramuzas en Santa Clara. Las tropas estuvieron desplegadas en las proximidades de Lima con el coronel Manuel de la Encarnación Vento, acantonado en Canta, comandando la cuarta división. En Cieneguilla, los guerrilleros tenían el control; Cáceres, en la quebrada del Rímac y Santa Eulalia y el coronel Bedoya, dominaba Chancay.

El ejército peruano estuvo constituido por seis divisiones con dos batallones cada una: "Tarapacá" y "Zepita" en la primera; "Junín" y "Tarma" la segunda; "Ica" y "Huancayo" la tercera, junto con el batallón "América"; el escuadrón "Cazadores del Perú" con cuatro cañones Krupp de montaña y servicios de maestranza, sanidad y pagaduría, bajo el mando del mismo Cáceres; el coronel Tafur jefe de Estado Mayor y, el coronel Ramírez, comandante de las guerrillas.

El coronel Vento tenía la cuarta división con los batallones "Canta" No. 1 y 2 y la División Vanguardia del coronel Bedoya con los batallones "Alianza" y "Huacho", además del escuadrón "Dos de Mayo" y la sexta División al mando del coronel Panizo estacionada en Ayacucho.

Ese ejército, que cada día lograba una mejor preparación por la instrucción intensiva a que era sometido, especialmente las fuerzas bajo el mando directo de Cáceres, recibieron en forma continua y diferentes vías, armamentos y municiones, que sus amigos y agentes compraron y consiguieron en Lima, donde, bajo las narices de los chilenos, se desarrolla un mercado de armas y aprovisionamientos. Igualmente se reunió dinero gastado en esas adquisiciones o remitido a Cáceres para el pago del ejército y otros gastos. En esa tarea desplegó intensa actividad, la esposa de Cáceres, doña Antonia Moreno, pese a la constante y estrecha vigilancia a que la tuviera sometida el invasor.

Ese ejército, que, posiblemente se preparó para atraer al enemigo y poderlo batir en las quebradas, que por su topografía resultaban casi inexpugnables y posteriormente intentar la captura de Lima, donde, se pudo contar con un levantamiento popular, no logró cumplir su objetivo por tres factores, dos de ellos decisivos: el tifus y Piérola y, el tercero, el clima lluvioso.

Desde los primeros días de noviembre, el tifus se presentó en el ejército de Chosica y día a día cobró mayor intensidad, llegando a fin de mes a fallecer hasta diez o doce soldados por día. Pese a que las tropas fueron llevadas a diferentes localidades, el desarrollo epidémico de la enfermedad siguió su curso, causando sensibles pérdidas que en forma significativa mermaron la capacidad combativa.

El clima lluvioso comenzó a deteriorar el armamento, que por la falta de acuartelamiento adecuado de la tropa, quedó muchas veces expuesto a la intemperie y, si se tiene en cuenta, que mucho de ese armamento fue bastante usado y de años atrás, comenzó a malograrse, por lo cual el "Brujo de los Andes" dispuso la formación de una maestranza en Matucana.

El tercer golpe lo recibió de Piérola, a través de sus adictos los coroneles Vento y Panizo. El primero ya había tenido actitudes arbitrarias en contra de Cáceres, al desobedecer sus órdenes desde el mes de octubre, entorpeciendo con ello la estrategia a seguir, como su incumplimiento de vigilar los caminos que conducían a los cerros Huascata y Pariachi, apostando grupos de guerrilleros que pudieran observar los movimientos enemigos y en el momento propicio, atacarlos por retaguardia. Igualmente no remitió 139 rifles que recibió de Lima del coronel Gómez Silva, agente secreto de Cáceres, quien adquirió el armamento con dinero que le hizo llegar el general de La Breña para enviarlos a Chosica, así como municiones que sobrepasaban los veinte mil cartuchos. Junto con su cuñado el coronel Mariano Vargas, jefe del "Canta" Núm. 2. arreglaron diferencias con el "Brujo de los Andes", pero, cuando Piérola, después de haber renunciado y llegó a Lima el 3 de diciembre y, el día 6 se entrevistó en casa de Juan de Aliaga con el jefe de las fuerzas de ocupación Lynch, y, en otra residencia, con el chileno y diplomático Novoa. Vento defecciona. Al respecto Basadre, escribe: (162)

"No hay versión de la primera entrevista; pero sí unos apuntes de Novoa acerca de la segunda. Piérola creía posible un alzamiento a favor suyo en el ejército de Cáceres".

Ese pequeño apunte es por demás indicativo que el ex Dictador tramó ese alzamiento y fue escuchado y secundado. Al respecto, Cáceres en su obra, escribe: (163)

"Una vez en Lima el ex presidente Piérola, parece que se arrepintió de haber dejado el mando supremo, y consintió en que sus amigos políticos enviaran agentes secretos con el fin de provocar la desmoralización de mis tropas, y se dirigieran también a varios jefes adictos a él, incitándoles a desobedecerme, lo que cumplieron al punto el coronel Manuel de la Encarnación Vento, disolviendo la división que estaba a sus órdenes, y el coronel Arnaldo Panizo, negándome su concurso, cuando más lo necesitaba.

A pesar de que la peste continuaba haciendo fuertes estragos, los guerrilleros parapetados en las alturas de la quebrada, irrumpían a menudo hasta extramuros de Lima.

Encerrados los chilenos en el círculo de la capital, estaban inquietos al ver que verdaderamente, se efectivizaba y progresaba la resistencia armada. Pensé, entonces en una reacción ofensiva, atrayendo a las fuerzas enemigas hacia el interior, para luego acometerlas con ventaja, utilizando la estructura montañosa del terreno y el entusiasmo de las tropas. Mas, hube de desistir de tal propósito, cuando eché de ver que no podía contar con las fuerzas de Panizo, que me eran indispensables para tal operación. Y lo que era peor; la disolución de las tropas de Vento dejaba ahora al descubierto el flanco derecho del dispositivo general de nuestras fuerzas.

Como el coronel Panizo no había puesto a mis órdenes las tropas a su mando, en cumplimiento del ya citado decreto del señor Piérola, ni contestado la nota que le dirigí al respecto, le reiteré, el 14 de diciembre, la orden de poner en marcha su división hacia el cuartel general, incorporando además a ella las pequeñas fuerzas destacadas en el departamento de Apurímac. El prefecto de Ica, coronel Pedro Mas, al saber la abdicación de Piérola, en vez de continuar a disposición de la Jefatura Superior del Centro, declaró que habiendo abdicado Piérola, no existía ningún gobierno legal y que, por consiguiente, se mantenía en expectativa de la situación. Esa actitud del coronel Mas se debió, al parecer, a una falsa interpretación de la proclama que mandé cursar a raíz de mi repulsa a la designación que para presidente hizo de mi persona el ejército del centro. Mas tarde, en claro el asunto, rectificó su actitud".

Frente a la situación de enfermedad, clima y traición, los planes del ejército del centro debieron modificarse sustantivamente, pese al desplazamiento guerrillero a las alturas dominantes de los valles que confluían a la capital, que esas fuerzas se encontraron en constante vigilancia y prestos a cualquier contingencia, que organizaron un sistema de inmediata comunicación por medio de señales, comunicándose desde las cumbres de los cerros, logrando que los ocasionales ataques enemigos pudieran repelerse prontamente, pese a la aparente situación favorable de las fuerzas, la situación cambió radicalmente por la traición de Vento, Panizo, capitán Lara, Barriga y otros. Al respecto el mismo Cáceres escribió: (164)

"Nuevas comunicaciones de Lima confirmáronme la noticia sobre la próxima salida de la expedición chilena. Además, recibí partes de las guerrillas apostadas en las alturas de Chosica de haber divisado patrullas de exploración enemigas.

Ante la grave amenaza que entrañaba la expedición enemiga, reuní a los principales jefes y, tras una sucinta apreciación de la situación general, ordené levantar el campamento y emprender la retirada hacia Junín, nuestra base de operaciones. Esta determinación obedecía a fundados motivos. La epidemia mortífera del tifo desarrollada en Huarochirí hacía mas de un mes, había azotado a la tropa en tal grado que el número de bajas, por defunciones y enfermos, ascendía a una cifra alarmante. Las condiciones propias de la estación, la organización bastante deficiente, como la escasez de recursos, que no se ocultaba a nadie, fueron las causas que impidieron combatir eficazmente el mal, el que recrudecía cada día mas, multiplicando el número de víctimas.

Sin embargo, esta situación de suyo calamitosa no hubiera sido motivo para decidir por sí sola la retirada, porque resuelto firmemente el ejército a hacer todo género de sacrificios en pro de la patria, estaba dispuesto a arrostrar con resignada entereza los riesgos de la peste.

Lo que había tornado verdaderamente crítica la situación del ejército del centro en la quebrada de Huarochirí era el vacío producido en su flanco derecho sin que nuestros escasos efectivos nos permitiera restablecer esa protección que estaba entonces a cargo de la división de Vento, también el flanco izquierdo viose pronto seriamente amenazado.

En tales condiciones, pues, y en la imposibilidad de intentar ninguna empresa efectiva contra las fuerzas chilenas de la capital, inmensamente superiores a las mías, diezmadas ya por la peste y la traición, resolví la retirada. La evacuación de la zona de Chosica significaba la pérdida de una excelente posición militar; pero no quedaba otro recurso, si se quería evitar una derrota tal vez decisiva.

La región de Junín ofrecía los recursos suficientes para reparar la salud de las tropas y reponer las bajas producidas; tenía además la esperanza de que allí se incorporaría al ejército del centro la división de Ayacucho, cuyo refuerzo era indispensable para impulsar la resistencia, activar las operaciones y crear nuevos momentos favorables para recuperar la ocasión perdida por la ausencia de dicha fuerza.

El 4 de enero de 1882 se rompió la marcha en retirada. Honda consternación experimenté al presenciar el desfile de mi tropa, toda extenuada y maltrecha. El ejército del centro, que en los momentos de ocupación de la quebrada contaba con 5.000 plazas, estaba ahora reducido a 2.500 hombres escuálidos, pero en quienes no habían desaparecido los destellos del valor y del patriotismo.

En el primer viaje que hizo el tren, despaché a Matucana el escuadrón Cazadores del Perú, juntamente con otras tropas; pero el escuadrón que había sido la escolta del ex dictador Piérola, se sublevó en el trayecto, dispersándose gran parte de su personal, y solamente se logró dominar ese motín con el fusilamiento de algunos de sus principales promotores.

Al propio tiempo que ocurría esta sublevación el capitán Lara, jefe de las guerillas de Sisicaya, dejaba el paso franco a los destacamentos enemigos que avanzaban por ese lugar. Los guerrilleros que permanecían fieles a la causa nacional, al descubrir su infamia lo fusilaron; al registrar sus vestidos encontraron ocultos, dentro de las botas documentos chilenos que probaban su traición. Su cadáver fue arrojado desde un barranco al abismo".

En la noche de ese día, descansando en Matucana, nuevamente el escuadrón Cazadores, (165) "sublevado esa tarde, lo hacían otra vez", frente a la actitud decidida de los batallones Tarapacá y Zepita, los amotinados escaparon en la oscuridad, siendo ocho de ellos capturados esa noche y después de juicio sumario, a la mañana del día siguiente fueron fusilados, sirviendo de ejemplo moralizador: (166).

"Desde luego que todos esos execrables motines tenían su origen en la capital y eran provocados, unos por los agentes secretos del jefe de ocupación, y otros por emisarios del ex-dictador.

Y como estos últimos persistieran en su vitanda (execrable) la tarea de socavar la moral del ejército, con miras a su desorganización, lancé en Casapalca, el 6 de enero de 1882, un corto manifiesto, poniendo en transparencia los ignominiosos sucesos últimos y denunciando ante el país las acechanzas de los agentes del ex jefe supremo".

El 1 de enero de 1882, los chilenos iniciaron la segunda expedición al centro, en esa oportunidad, bajo el mando directo de Lynch, con una fuerza de 3.000 hombres y una segunda columna de 2.000 efectivos al mando del coronel Gana; Cáceres, frente a la imposibilidad de un enfrentamiento directo, optó por retirarse hacia Tarma y siempre con el pensamiento puesto en una acción ofensiva en el momento que fuera reforzado con la división de Panizo.

Cuando se encontró cerca de Jauja, recibió un mensaje del ministro norteamericano Hurlbut, anunciándole que su país había reconocido al gobierno de García Calderón y a Montero como Vicepresidente, lo cual motivó el pronunciamiento de Cáceres, de reconocer al gobierno de la Magdalena.

Los efectivos se habían reducido al mínimo. En la segunda quincena de enero, pasó revista a sus tropas en la Plaza de Armas de Huancayo, apreciando que los batallones Zepita, Tarapacá, América y Huancayo se habían reducido a 1.100 soldados de infantería, complementados con 90 artilleros y 40 de caballería, con un total de unos 1.300 hombres, muchos de los cuales continuaban siendo azotados por el tifus.

Prosiguiendo su retirada, se vio obligado el ejército del centro a librar batallas de retaguardia, primero fue en San Jerónimo, donde los peruanos en una escaramuza recuperaron ganado y alimentos que robaron y saquearon los chilenos y, el 5 de febrero, se dio la batalla de Pucará cuando los batallones Zepita y Tarapacá, al mando del mismo Brujo de los Andes lograron contener los repetidos ataques enemigos, determinando que los chilenos se sintieran perdidos y regresaron a Huancayo, dejando en el campo a sus muertos y gran cantidad de municiones y equipos. Esa victoria no pudo ser explotada por lo exiguo de las tropas y el estado en que se encontraron, prosiguiendo su retirada hacia Izcuchaca, donde tomó disposiciones para su defensa y prosiguió hacia Ayacucho para dilucidar situaciones con Panizo.

El ejército del centro, al dirigirse sobre Ayacucho, y teniendo al enemigo a la espalda, fueron sometidos a privaciones y dificultades en su marcha, al efectuarla por zona muy escabrosa y de poca población, donde era difícil encontrar mayores auxilios, pese a ello, siguieron con estoicismo su camino y justamente por hacerlo, el 18 de febrero, al caer la noche decidieron trepar la quebrada y llegar a Julcamarca. Al tratar de llegar a ese pueblo, una tormenta de magnitud se abatió sobre ellos; el aguacero formó rápidamente pequeñas avalanchas y, entre los que caían a los precipicios por la oscuridad o eran arrastrados a los mismos por las aguas, se perdieron en esa noche de pesadilla, además de cantidad de pertrechos, 412 soldados y la bestias de silla y carga con el material que transportaban, incluido un cañón, además que muchos soldados se extraviaron y perdieron en la oscuridad, quedando al día siguiente, en la plaza del pueblo, tan sólo 400 hombres, debiendo ser auxiliados por la población con alimentos, abrigo e incluso les confeccionaron calzado, las tradicionales "ojotas" del poblador andino, utilizando cueros y, trataron que descansaran y recuperaran.

Y Cáceres, el hombre en lucha permanente contra la adversidad, que se agigantaba frente a los contratiempos y exigía lo imposible a sí mismo y a los demás, prosiguió la marcha.

Cuando Panizo fue requerido para avanzar sobre Chosica, alegó la imposibilidad de hacerlo por falta de recursos, por eso Cáceres, vendió una de sus propiedades y, los 3.000 soles de la venta, le fueron entregados. Expresó que no eran suficientes, por lo cual Tomás Patiño, amigo y representante de Cáceres, le entregó otros 2.000 y la división continuó sin movilizarse. Seguidamente, aprovechó de las situaciones políticas y la renuncia del dictador, quien antes de salir de Ayacucho lo nombró jefe político militar del Sur, pero continuó inmovilizado y, por último, presentó su renuncia ante Cáceres, pero con su comportamiento no la efectivizó y, por el contrario, manifestó su desacato y hostilidad, cuando el coronel Remigio Morales Bermúdez, nombrado por el Brujo de los Andes, prefecto y comandante general de Ayacucho, se presentó para hacerse cargo de su puesto en esa ciudad, fue apresado por orden de Panizo y detenido en el local prefectural, frente a esa abierta actitud de rebeldía sólo quedó el combate que se dio el 22 de febrero en Acuchimay en las proximidades de la ciudad.

Pese a la diferencia numérica de cuatro a uno, el arrojo de los hombres y la calidad de estrategia militar de Cáceres, determinó el triunfo, quedando Panizo y sus jefes y oficiales prisioneros.

Fue increíble que, en plena guerra, y estando parte del territorio nacional ocupado por el invasor, se desatara la guerra civil, que el egoísmo de unos e irresponsabilidad de otros, ensangrentara el suelo patrio, cuando no fue la cobardía y traición, que debieron enfrentar unos pocos, llevando sobre sí la responsabilidad de defender al país en sus horas mas aciagas, como Cáceres y el puñado de valientes que lo acompañaron y secundaron. Igualmente es muy sensible que no se hiciera justicia ni en ese entonces y tampoco después, con aquellos que faltaron a su responsabilidad y deber y no tuvieron reparos en destrozar al Perú para satisfacer minúsculos intereses, fatuidades o egolatrías.

Acuchimay es una página de dolor y vergüenza, que en lugar de hacer causa común frente al enemigo, los adversarios resultaron peruanos, enfrentando a Cáceres contra la adversidad y sus mismos compañeros de armas, quienes, envueltos en su irresponsabilidad se inclinaron y prestaron al juego sucio que Piérola, una vez más y, en aras de su insana megalomanía desencadenó sobre la patria, ensangrentada en demasía debido a los malos gobernantes y especialmente su insensatez, pero él no reparó en ello ni le importó, ya que, en su ceguera mental, se representó al Perú como un templo donde todos quedaban prosternados ante su figura de dios omnipotente y, en cuando algunos pretendieran desconocerlo, exigió que fueren destruidos, así el templo se viniere por los suelos, que él sabría colocarse a buen resguardo frente al cataclismo desatado, como que así lo hizo con salvoconducto para ingresar a Lima y, salir del país, que le diera Lynch, el enemigo, además de buenos deseos de pronto regreso para que continuara arruinando al Perú, como que así sucedió de 1884 en adelante, para que nadie osare arreglar las cuentas pendientes, que, por el Tratado de Ancón, quedaron a favor de los chilenos.