Nada puede justificar la muerte de cuatro hombres del pueblo en diferentes partes del país y como consecuencia de violencias policiales que deben investigarse exhaustivamente y castigarse con nombre y apellido, en ocasión de las protestas del paro agrario. Pero, la perversión política cuasi natural en Perú, invierte los valores y hace parecer estas lamentables defunciones como parte indispensable, insumo cínico, condimento sine que non, de la algazara política en la que sólo reclutas son las víctimas, carne de cañón, mientras los generales de escritorio, los mariscales de cuatro paredes, tiran la piedra y se esconden bajo montañas de publicaciones, dólares simpáticos y un reaccionarismo que no tiene justificación alguna. ¿Puede tildarse de éxito, cuanto más víctimas y así se culpa al gobierno torpe, carente de fanales nacionalistas, citadino y claudicante? O, ¿nunca nos fuimos de la patibularia costumbre de creer que hay “mártires” de primera, segunda o tercera clase?

Una primera, casi única condición, que tienen que garantizar, merced a la organización, disciplina, principios, los que impelen a las marchas, es que ¡todos los que salgan, retornen, sanos y salvos a sus casas! O que los equipos legales funcionen y decanten las mañas conocidas que hacen de los detenidos, pararrayos para todo objetivo, con tal de mostrar “eficacia” en la represión. Tampoco, juego innoble, satanicemos a la policía, mucho menos permitamos abusos o crímenes. Tan culpable y homicida es aquél que dispara a la cabeza o al cuerpo, con o sin uniforme, como aquellos que trafican con los cadáveres, dan discursitos ¡pero no ganan, jamás, una sola elección!

En Perú hay grupetes minúsculos que se atribuyen capitanías populares y liderazgos que sólo existen en sus imaginaciones onanistas. Cuando son retados a pelear en la única expresión que conoce la democracia, es decir, la competencia en las urnas, sus votaciones ¡son ridículas, ínfimas, nada representativas! El pueblo es más sabio que todos los sabios, y no los vota. Tiene que existir un conjunto de razones que merece un estudio completo pero del cual se puede inferir una premisa inequívoca: ¡estos autonombrados líderes, no concitan ni tienen atrás de sí, la voluntad popular! Y las toneladas de papel, sólo fabrican fantasía y maire, maire, cabellicos que se lleva el aire.

Las jornadas recientes son de luto absurdo. ¿Por causa de qué se empleó tanta violencia represora? ¿cómo y de qué modo fueron tan irresponsables, los que lanzan a la gente como carne de cañón (¿algún mariscal de juguete está detenido?) y no mensuraron lo que debió ser sólo marcha y vuelta a casa? Para los traficantes de cadáveres sí es redituable que las balas asesinen campesinos, porque eso significa insumo y exaltación de la sempiterna rabia protestante que no llega con este gobierno sino desde la mismísima y mal llamada independencia en 1821. Los que advinieron a semejante hecho, fueron los españoles que se rebelaron contra sus tíos, primos y abuelos que llegaron de la península con sus curas, porquerizos y espejitos para extasiar a los regnícolas. ¡Nada más!

La estupidez represora y el mercenarismo violentista son parte, ambas, de la disolución nacional. A ella contribuyen los extremistas de cualquier signo. A la postre ¿qué diferencia a un rábano caviar chilenófilo y pro-yanqui de un derechista momio y conservador a ultranza? ¡Todos viven de los dólares que roban bajo edificios legales y a través de las organizaciones de nuevos gángsteres para la confección de paliativos que prolongan en el tiempo porque generan (pretextan) más recursos! ¿Y el pueblo?: convidado de piedra eterno, proveedor de víctimas, presente en los velorios, receptor de discursitos, diplomas póstumos o ascensos cuando ya no pueden gozar de tales reconocimientos. ¿Y los “líderes”?: detrás de sus escritorios, cobrando cheques en bancos, peleando “revolucionariamente” desde sus proletarias casas de playa a las que viajan en sus humildes 4 x 4, planeando cuánto menos paga a esa pléyade de profesionales desempleados que sufre el virreynato abusivo y violador de sus derechos humanos y laborales, de directores de proyectos que son poderosos en lo que llaman “sociedad civil”.

Midamos con la misma vara a tirios y troyanos. Y no caigamos en la vulgaridad fácil de echar la culpa sólo a algunos. Yo estoy cierto que mucho más asesinos son aquellos que organizan hordas y mandan a la muerte a gente humilde que, a veces pasa, ni siquiera entiende del todo, la compleja realidad de lo que impugna.

¿Y los partidos políticos? En Perú no existen partidos. Sólo hay clubes electorales o cofradías que han perdido la brújula de navegación democrática. Y han abandonado, absolutamente, el anhelo revolucionario de construir una nación, libre, justa y culta. ¡Qué verguenza!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

¡Sólo el talento salvará al Perú!

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