La tragedia del 79
Alfonso Bouroncle Carreón, Studium, Lima

59 - Operaciones militares

Pese a la acción de franco hostigamiento en contra de Cáceres efectuada por Piérola y Montero por medio de las fuerzas o recursos a su mando o influencia, la segunda campaña de La Breña se inició el 26 de febrero en Comas, cuando ese pueblo fue visitado por un destacamento chileno, y durante cuatro días, se dedicaron a las mayores tropelías contra la población, motivando repudio. Se organizó el pueblo a órdenes de un joven lugareño Ambrosio Salazar y la respuesta la dieron el 2 de marzo, cuando emboscaron en el cerro Sierra Lumi a dicho destacamento que regresaba de haber depredado la región, acarreando más de 600 reses y apreciables cantidades de comestibles arrebatados a los lugareños. En el encuentro, sea por bala, derrumbe de piedras o lucha cuerpo a cuerpo, murieron 15 enemigos y los demás huyeron dejando el botín que traían.

Esa primera acción señaló igualmente el inicio del actuar directo de los pueblos en defensa de sus localidades y el país, no requiriendo de líderes ni militares foráneos que los organicen y dirijan. Ellos de acuerdo a sus recursos e iniciativas se lanzaron contra el invasor, surgiendo, en esa forma, nueva faceta de la lucha contra Chile. No sólo fueron los ejércitos de línea, que prácticamente habían desaparecido o aquellos organizados por Cáceres y los oficiales del antiguo ejército que seguían actuando en las serranías, en ese momento era el pueblo que en forma espontánea se incorporó a la guerra. Era el Perú profundo emergiendo para la defensa de su terruño. Eran los eternamente olvidados e incluso despreciados por los gobiernos centrales y el enemigo, que, surgiendo de sus comarcas se alistaron espontáneamente en la cruzada nacional. Eran los "indios" despreciados por Ricardo Palma o los "protegidos" por Piérola cuando se sintió cual nuevo pontífice en la redención de esas almas, pero que nunca hizo absolutamente nada por dicha protección. Quienes surgían al clamor de la sangre y los vejámenes sufridos para defenderse y ejercitar venganza por los atropellos y asesinatos que sufrían a manos del enemigo. Y se dejaron sentir a la par que surgía nueva página en la historia de la infausta tragedia y del país.

Después de Sierra Lumi, se produjeron acciones dispersas, tales como las de Huarochirí y Tahualpuquio el 3 de abril. Ese mismo día, en forma simultánea pero sin conexión entre ellos, en la región de Pazos, casi al final sur del Mantaro, una columna chilena dedicada al saqueo y exacciones fue atacada por un grupo guerrillero. Las acciones de rechazo no sólo fueron armadas, también se produjo la negativa a pagar los cupos impuestos como ocurrió en la zona de Jauja, lo cual fue informado al comandante chileno por el alcalde de esa ciudad. En esos días, también se produjo el hostigamiento a la columna del comandante Barahona en el valle del Mantaro por fuerzas guerrilleras. Surgió, a lo largo del río, una resistencia que se incrementó de continuo y los chilenos comenzaron a dudar de su capacidad de dominio para el libre atropello y saqueo.

En el pueblo de Chupaca, al enterarse de la proximidad del enemigo, los pobladores se unieron a un grupo guerrillero y a órdenes de un lugareño Jacinto Salvatierra y el gobernador Cuevas, se enfrentaron a los chilenos, quienes frente a las bajas surgidas, se vieron obligados a solicitar refuerzos para doblegar la resistencia y una vez lograda, se dedicaron a la destrucción, saqueo e incendio de la población. Acción vandálica que continuaron realizando los invasores en los pueblos de la región, procediendo a la sistemática destrucción de ellos, surgiendo nueva resistencia en Huaripampa, donde el párroco de la localidad Buenaventura Mendoza fue quien comandó la resistencia, muriendo en ella. Durante el 21 y 22 de mayo, las guerrillas de Acostambo, Tongos y Pazos desarrollaron acción guerrillera contra una columna de trescientos efectivos apoyados con artillería de montaña, hostigándolos de continuo.

El ejército de Chile, que organizó en Huancayo su cuartel de operaciones, sintió la continua presión ejercida en su contra. No encontraron un ejército regular contra el cual combatir; pero la guerrilla, si bien incapaz de definir situaciones, los desgastaba al producirse bajas en forma continua, pese a las feroces represalias ejercidas o el arrasamiento de poblaciones que no habían mostrado acción hostil a su paso. Para el comandante Del Canto, la situación se le tornó difícil y, sus acciones de aplastamiento, no produjeron el efecto de atemorizar a las poblaciones, sometiéndolas por el terror. La respuesta fue diferente y, por el contrario, cada día encontraron nuevos elementos de oposición. En esas circunstancias entró en operación el ejército de Cáceres, al haber terminado la preparación de aproximadamente tres mil guerrilleros.

La primera localidad que decidió atacar fue Marcavalle, efectuándolo el 9 de julio al amanecer, con el batallón Tarapacá, apoyado por otras fuerzas. Los chilenos se vieron obligados a retirarse a Pucará, donde igualmente fueron derrotados y huyeron hacia Zapallanga, donde también los obligaron a fugar precipitadamente hacia Huancayo. La falta de tropas de apoyo y caballería impidió que la derrota fuera completa. Los enemigos sufrieron alrededor de 200 bajas y dejaron en los campos de batalla armamentos y municiones, víveres, bagajes, caballos e incluso un estandarte y la caja del regimiento.

Ese 9 de julio resultó completamente adverso a los invasores, pues el mismo día, el pueblo de la Concepción fue atacado por el coronel Gastó, con un grupo de soldados y grupos guerrilleros de las inmediaciones, quedando después del combate 76 cadáveres enemigos, salvando la vida un solo efectivo, el joven Buenaventura Arenaza, quien se quedó a vivir en la localidad. Al día siguiente, el grueso de las tropas procedentes de Huancayo, arrasaron con el pueblo de Concepción, pretendiendo hacerlo desaparecer de la faz de la tierra con cargas de dinamita, pertrecho que siempre llevaron en abundancia al realizar sus correrías. La población pagó un tributo de aproximadamente 700 muertos, al ser asesinados incluso los enfermos que encontraron en sus lechos, además de todo ser viviente que se encontró por los alrededores. En ese baño de sangre efectuado sádicamente, las primeras víctimas fueron sesenta y cuatro prisioneros que llevaban, los cuales fueron, no fusilados, sino victimados con ensañamiento. Para Chile no existió tratado ni convención internacional ni de la cruz roja, que lo obligara a respetar la vida de los prisioneros ni de los no beligerantes. Ese día en Concepción y sus pueblos próximos, pagaron con sus vidas la vindicta que los chilenos necesitaron saciar, no para vengar a sus muertos, sino la revancha de haber sido derrotados en cuatro oportunidades el día anterior, además, cumplían las órdenes de sus gobierno de desangrar al Perú en la vida de sus pobladores y riquezas hasta que no quedara nada que se moviera o pudiera llevarse. Esas fueron las órdenes, y Del Canto, para cumplirla, puso de su parte todo el instinto primitivo que llevaba, pero habiéndolo refinado al máximo del encarnizamiento, que igualmente fue inculcado a sus oficiales y soldados. Los chilenos convirtieron a Concepción y sus alrededores en un matadero.

Esas acciones motivaron que la segunda expedición al centro fracasara y, Del Canto, no tuvo otra solución que abandonar, muy a su pesar, al terminarse depredaciones y saqueos, el departamento de Junín que resultó demasiado hostil a su contingente y replegarse a Lima. Medida tomada después de haber perdido aproximadamente un veinte por ciento de sus efectivos entre muertos y heridos, que para un contingente de tres mil hombres, resultó pérdida altamente significativa, sin contar las frecuentes deserciones que incrementaron de continuo y la moral de los soldados se fue deprimiendo. Al mismo tiempo el nombre de Cáceres entre sus enemigos, creció en respeto y comenzaron a rodearlo de un aura de invencibilidad, pero los más comprendieron que era un ser humano empeñado en una cruzada en defensa del país. Que no fue bandolero ni guerrillero, como lo quisieron hacer aparecer para victimarlo sin respeto, si lo tenían a mano, sino, un militar lleno de entereza y patriotismo que luchaba tesoneramente contra propios y extraños, contra los chilenos y las insidias de los peruanos, y sin embargo, seguía combatiendo y perseverando en esa lucha, mientras el invasor hollara el suelo patrio. Tesón que le fue ganando la admiración y respeto de los adversarios, quienes al mismo tiempo, propiciaron cuanta medida pudieron para hacerlo desaparecer, mediante el crimen o traición. Al respecto, Lynch no reparó en medios para lograrlo, dedicándole parte de su menester.

El Brujo de los Andes, con ese empeño en la resistencia, cambió los designios chilenos sobre el país. De ocupación permanente, ya que la riqueza nacional daba con creces para mantener el ejército de ocupación, a una retirada con tratado de paz a la fuerza, que comenzaron a buscar desesperadamente, obligándolos a dejar de lado intrigas y designios que tenían para o con Bolivia, país al cual en cualquier forma desearon colocar, en un tratado final, interpuesto entre Perú y Chile, pero, el actuar de Cáceres frustró esos intentos.