La tragedia del 79
Alfonso Bouroncle Carreón, Studium, Lima

61 - Actividades en el norte

El general Iglesias, al quedar como jefe político y militar del norte, prosiguió con la organización del ejército, que nunca llegó a ser muy numeroso, al disponer de sólo dos divisiones de infantería que, pese al nombre, no pasaban de ser simples batallones por el número de su contingente al disponer de 400 la una mandaba por Lorenzo Iglesias y 200 la otra, al mando del coronel Callirgos Quiroga. Esas tropas, en forma separada se aproximaron al pueblo de San Pablo, en la cercanía de Cajamarca, ocupado por los chilenos. Estos, enterados de la aproximación que hacía Iglesias, lo esperaron en emboscada el 13 de julio. Encuentro que lo obligó a retirarse, siendo perseguido por el mayor Saldes, jefe chileno. El coronel Callirgos, en el cerro Cardón, organizó una estratagema con los sanmiguelinos, engañando al enemigo, quienes, confiados en su victoria, se encontraron de pronto atacados por el nuevo contingente y seguidamente las tropas de Iglesias contraatacaron, motivando que Saldes saliera huido de la batalla.

Para vengarse, pidió refuerzos a Lynch, quien le envió el batallón "Coquimbo", con el cual, procediendo a la chilena, saquearon e incendiaron las ciudades y pueblos de Cajamarca, Chota, San Luis y San Pablo. Por pago de cupos evitaron ser destruidos Hualgayoc, Ichocan y San Miguel.

Iglesias, después de ese hecho de armas, se retiró de las actividades guerrilleras y, el primero de abril, lanzó una proclama en la cual expresa la necesidad de lograr la paz. En su escrito manifestó entre otros aspectos: (181)

"Llegó un momento en que aniquilados nuestros elementos de combate, vacilante la fe de los hombres verdaderamente patriotas y alterado el orden interior del país por incalificables rivalidades, le amenazaban un porvenir de desorganización y ruina.

Se trataba de una cuestión meramente interna. Se trataba de impedir que el Perú se presentase ante el mundo como una horda de insensatos devorándose entre sí, cuando precisamente reclamaba el común peligro que nuestra sociedad afianzase sus vínculos de cohesión para salvarse en un esfuerzo común, a la sombra del orden, de la justicia y de la ley.

A situación semejante yo no podía, como ningún buen peruano, permanecer indiferente. Fomentando indefinidamente la idea de una guerra insensata, después de San Juan, de Miraflores y de las crueles revueltas de Lima y Arequipa, las fuerzas nacionales se debilitan cada día, alejándose cada vez más el ambicionado período de convalecencia...

Pero mi espada no ha lucido ni lucirá jamás en los campos estériles de la anarquía, para ensangrentar el suelo patrio en servicio de pasiones personales. . .

Afortunadamente, para realizar estas nobles aspiraciones, me siento rodeado de hombres que piensan y quieren como yo; , . . consagrados están por entero a la obra santa de la rehabilitación del país. . .".

Esta primera proclama, muestra un aspecto singular del grupo que rodeó a Iglesias, la de apoderarse del poder surgiendo la pregunta, de si lo hicieron por iniciativa patriótica o empujados por los chilenos. Se debe tener presente que el cuñado y pariente de Iglesias, Mariano Castro Zaldívar Iglesias, mantenía buenas relaciones y situaciones de confidencia con los chilenos Lynch y Novoa, este último, enviado para lograr la paz en el Perú. Además, con posterioridad, surgió la noticia que alguien había recibido suma elevada de dinero de Chile para concertar la paz, y la acusación recayó en Castro Zaldívar. Hay una carta de Castro a Iglesias, fechada el 24 de mayo de 1883 que muestra las vinculaciones del primero con los chilenos, llegándose al extremo que Lynch prestó dinero a Castro en apoyo a Iglesias. De la documentación y sucesos posteriores, surge la impresión que Iglesias fue un patriota a quien sus colaboradores lo engañaron malamente. Hacerlo aparecer como salvador de la patria, mientras un pequeño grupo medró a sus espaldas, y el cerebro directriz de esas maniobras fue Castro Zaldívar.

Téngase presente que Iglesias se lanzó por cuenta propia junto a un pequeño grupo a lo que llamaron la salvación de la patria, sin más apoyo que el de las armas chilenas y, para definir la situación, en su hacienda Montán, el 31 de agosto de 1882, presentó un manifiesto, conocido como el "Grito de Montán", en el cual expresó: (182)

"Siempre he creído que no es el Perú la nación vencida, humillada, escarnecida y befada por las huestes de Chile insaciable. El Perú no ha combatido. La guerra, la debilidad y el vencimiento ha sido provocado por las pasiones, las miserias y los crímenes de una parte nomás de sus degenerados hijos".

A continuación hace una recapitulación de lo acontecido, en especial desde la batalla de San Juan. Critica a Montero por su actuar y en seguida, frente a la situación desgraciada y sangrante del país solicitó la unión, y la necesidad de terminar con el conflicto. El texto de esta proclama se presenta en el Anexo 49.

El Grito de Montán dividió aún más al país. Unos buscando la paz a los cuales Chile les dio el mayor apoyo para lograr sus propósitos expansionistas y desligarse al mismo tiempo de la guerrilla que le fue minando sus fuerzas. Otros rechazaron y repudiaron el manifiesto, expresando la necesidad de continuar la resistencia hasta lograr que el enemigo se retire del país; resultando los líderes antagónicos Iglesias y Cáceres. Y el Grito de Montán, en medio de la guerra, da lugar al inicio de una franca guerra civil que duraría hasta fines de 1885. Epílogo que formó parte de la horrorosa pesadilla que constituyó la tragedia del 79, cuando el Perú fue desangrado y asolado por los invasores y en medio de esa conflagración, surgió la peor de todas las guerras, la confrontación fratricida. Duro precio que se pagó por la incapacidad de los gobiernos y clases dirigentes que sólo miraron al país como elemento a usufructuar sus riquezas. La guerra civil entre Cáceres e Iglesias no fue sino la continuación, aunque con diferentes personajes, de la iniciada entre Pardo y Piérola. De la confrontación permanente entre caudillos que asolaron al país desde que emergió a la vida republicana pero con hondas raíces fratricidas en la conquista e incario. Tormento que acompañó al Perú desde sus orígenes, y del cual pareciera que es muy difícil desprenderse. Páginas dolorosas de la historia que no llaman a vituperaciones ni vindicaciones, sino a profunda reflexión que permita encontrar el camino que mejor corresponda al desarrollo integral de la nación.

El manifiesto de Iglesias publicado por el "Diario Oficial" y en especial la proclama del 31 de agosto, determinaron que algunos grupos se pronunciaran a su favor, como el coronel Vento en Canta, quien, no sólo apoyó la celebración de la paz que pudiera lograrse, sino que desde ese momento se convirtió en fiel apoyo a los chilenos, traición execrable que permitió el paso franco del invasor por una de las dos rutas de acceso a la sierra.

Cáceres por su parte, rechazó dichos documentos, en los cuales se insultaba su actuar, por lo que se sintió obligado a responder con una carta que la convierte en circular dirigida a las autoridades de la jurisdicción de su mando: (183)

"Los pueblos del Perú —decía en el último párrafo de esta circular— y en particular los pueblos del centro, que me obedecen, no hacen la guerra por el deseo de continuarla y llenar el territorio de luto y de miseria; no derraman la sangre preciosa de sus hijos por el incesante placer de sacrificar estérilmente víctimas en los altares de la patria; prosiguen la guerra y hostilizan infatigablemente al enemigo con el único objeto que se proponen los pueblos y que prescriben las leyes eternas del derecho internacional respecto de la guerra, con el fin de alcanzar el desagravio de sus derechos, por medio de un tratado que no esté en pugna con su dignidad y soberanía nacional".

Esa comunicación es reiterada en la "Memoria" enviada al gobierno de Arequipa en enero de 1883: (184)

"El infortunio sufrido con nobleza y dignidad es preferible a un cobarde y vergonzoso abatimiento; si la guerra impone sacrificios, fuerza es apurarlos hasta la última gota de sangre, cuando la paz no ofrece mas expectativa que un porvenir sombrío. En vez de legar a las generaciones venideras la herencia de una transacción oprobiosa condenada por la conciencia nacional, es preferible sucumbir en la demanda, dejando abierto el campo de la lucha, para que nuestros hijos se encarguen de vengar la sangre de sus antepasados..."

En esa forma terminó el año 1882, con el Perú ensangrentado y postrado, y su representación dividida en tres gobiernos y un pretendiente a tal. Iglesias en Cajamarca inició sus actividades gubernamentales orientadas a conseguir la paz, había cesado de enfrentarse al enemigo y por el contrario, éste se convirtió en su fuerza defensora. García Calderón prisionero en el exilio y prácticamente sin comunicación con el país, ya que estas eran filtradas y calificadas por sus carceleros, el gobierno de Santiago. Y Montero, que como primer vicepresidente del anterior, actuó para lo que le interesaba, como presidente. Así como en Cajamarca, en Arequipa igualmente mostró su completa y total inoperancia, tanto en el manejo de la cosa pública, como, sobre todo, en la defensa de la patria. No realizó ni una sola intentona de atacar a los enemigos posesionados de Tacna; tampoco hizo ningún esfuerzo por apoyar o ayudar a Cáceres que denodadamente luchaba en el centro y, por último, tampoco organizó las defensas de la ciudad de Arequipa o mejoró las deplorables condiciones del ejército acantonado en esa ciudad. Es más, los sillares donados por la población para construir las fortificaciones que se requerían y poder repeler exitosamente cualquier ataque enemigo, por disposición gubernamental fueron cedidos a la Beneficencia de la localidad y utilizados en la construcción o refacción de asilos y locales de esa institución, apreciándose que no sólo hubo incuria o desidia para actuar como soldado o gobernante, sino que, igualmente, se atentó por inercia o deliberadamente a debilitar o disminuir la resistencia del país frente al invasor.

Frente al caos nacional representado por los tres gobiernos enumerados, a la distancia, el pretendiente Piérola no perdió oportunidad de hacerse presente en cualquier forma que pudiera, deseoso de recuperar el derecho a la cortesanía en la ciudad virreinal y satisfacer su paranoia convertida en delirio de grandeza. En medio de ese desorden gubernamental con un país humillado, postrado y vejado, el único hombre que siguió manteniendo en alto la defensa del país y se respetara la dignidad que el Perú requería fue Cáceres, quien, rodeado de un selecto grupo de colaboradores, se enfrentó al enemigo externo que, en ese momento, contaba con el apoyo decidido o tolerado de Iglesias, Montero y Piérola.