Uribe acerca gasolina al fuego para alejar, bien lejos, los esfuerzos
por la paz. Recalienta la región y da oxígeno al al Plan Colombia-Plan
Patriota y a la estrategia militar estadounidense-colombiana de caotizar
Latinoamérica y el Caribe, en consonancia con los intereses hegemonistas
que se cocinan y re cocinan en Washington.

EE.UU. manda a matar y Uribe mata, dando rienda suelta al macabro
proyecto imperialista de llevar la guerra allí donde le sea funcional a
su escalada global. Contrariando, así, sin escrúpulos, las reiteradas
demandas —y también, exigencias- de respeto a la soberanía y a la
integración que la mayoría de los gobiernos y pueblos latinoamericanos y
caribeños, hacen en procura de vivir con dignidad.

EE.UU. manda a matar y Álvaro Uribe obedece. No sólo porque es un peón
de Bush, sino porque ideológicamente es un calco, en miniatura, del
criminal de guerra con asiento en la Casa Blanca.

Hace un tiempo ya que Álvaro Uribe grita a los cuatro vientos por la
paz en Colombia y por la vida de las personas prisioneras de las FARC.
Sin embargo, cuando más se entusiasmó con ser el abanderado de "los
rescates de rehenes" tuvo que soportar el protagonismo de Chávez, metido
a garante de los canjes humanitarios que, hasta aquí, no fueron canjes
sino decisiones unilaterales de las FARC.

Salvo con mentiras y un simulado aplomo de rostro casi lívido, Uribe
ocupó —especialmente durante la liberación de las primeras prisioneras
de las FARC- un costado del escenario político y mediático, aunque no
como lo esperaban y deseaban sus mandantes norteamericanos.

Con algunos magullones diplomáticos y sin poder sacarle debido provecho
al "retorno de las rehenes a su vida familiar", Uribe partió rumbo a
Europa. A continuar el plan impuesto: alzar la voz por la paz y a seguir
tejiendo la guerra detrás del telón.

Prometió el oro y el moro, y mucho más que eso, a Nicolás Sarkozy,
presidente de Francia. Fundamentalmente ofreció no entorpecer las
gestiones por la liberación de Ingrid Betancourt. Y a renglón seguido
mató a Raúl Reyes, quien a decir del canciller francés, Bernard
Kouchner, era el hombre con el que el gobierno de su país "mantenía
contactos para la liberación de los rehenes". Entre ellos, Ingrid
Betancourt. Brutal.

Lo de Uribe es el zigzag de un cínico que no encuadra en ningún código,
siquiera el del accionar mafioso. No respeta acuerdos, mucho menos la
vida de los que dice defender. En su condición de anillo al dedo de
EE.UU., asume toda tarea sucia, en momentos en que no pocos ilusos
supusieron a los yankis volviendo su mirada hacia Latinoamérica y el
Caribe para "reparar olvidos" económicos-sociales.

Más de una vez, Uribe le hizo eco a EE.UU. preocupado por la "política
armamentista de Chávez". Otro acto de cinismo absoluto: Colombia tiene
aproximadamente unos trescientos mil hombres armados más que la
República Bolivariana de Venezuela y un presupuesto militar varias veces
superior, incrementado a canilla libre por EE.UU. mediante distintas
vías. Una: la que se manifiesta públicamente, con aprobación del
Senado. Dos: la que se conoce que fuera desviada de un presupuesto
fijado para "la lucha contra el narcotráfico". Tres: la que a
"escondidas" Washington lleva a cabo —al igual que lo hace con países
de Europa del Este, países árabes amigos e Israel- para el desarrollo,
en este caso, del más grande enclave militar del terrorismo de Estado en
la región.

Y no es todo. Uribe tiene indicaciones precisas: nunca descomprimir el
conflicto con "los populistas radicales, tipo Chávez", obstáculos no
menores a las pretensiones imperialistas de quedarse con las reservas
petrolíferas, gasíferas y acuíferas del continente. Uribe tiene que
cumplir con un mandato de hierro: "afirmar a Colombia" como un Estado
guerrerista, espía y gendarme de los movimientos populares y de
gobiernos insumisos ante el imperio.

Zigzagueante, con la bandera de la paz en la retórica y el cuchillo
asesino entre los dientes, Uribe hace gala de un cinismo a prueba de
balas. Y sabe que cuenta con apoyo irrestricto: es "la niña mimada" a la
cual se privilegia con la parte del león del presupuesto
militar-policial conque EE.UU. "ayuda" a las fuerzas represivas de
Latinoamérica y el Caribe.

Ni lerdo, ni perezoso, respetando el libreto, Uribe incentiva ahora
— mientras se lo acusa de violar territorios, asesinar por la espalda y
traicionar la palabra empeñada con los familiares de los "rehenes"- la
sospecha de que las FARC serían poseedoras de uranio para fines non
santos. Lo mismo que hizo, en su momento, EE.UU. para justificar su
invasión a Irak. Con lo cual, de seguir el hilo del discurso de Uribe,
estaríamos asistiendo a un cambio no tan sutil de la línea de
interpretación que hacía, hasta no hace tanto, el Comando Sur del
Ejercito de Estados Unidos, respecto de la región.

Para el Comando Sur la región era, ayer mismo, una zona
desnuclearizada, sin armas de destrucción masiva. "La principal amenaza
emergente, según el general James Hill, ex comandante del Southcom
— Comando Sur-, es el populismo radical que socava el proceso
democrático y restringe los derechos individuales en lugar de
protegerlos". **(Le Monde diplomatique, diciembre 2007).

El cinismo de Uribe no tiene límites. Eso, en si mismo, se convierte en
un recurso inagotable para la inestabilidad regional, con el fin de
perpetuar la injusticia y el saqueo imperial. No hay que buscar debajo
del agua lo que está en la superficie.

(*)Presidente de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP)