Si nos referimos al capital simbólico como el universo de significaciones sociales instituido por una sociedad y que, por lo tanto, es también un sistema de interpretación del mundo, no sería exagerado considerar que como periodistas nuestro sentido de la verdad en la construcción del universo simbólico, bajo las reglas del actual poder hegemónico, está totalmente limitado. El poder establecido sabe que es fundamental controlar el capital simbólico a través del manejo de los medios de comunicación, convertidos en instrumentos centrales de disciplinamiento social.

Hagamos un rápido repaso sobre los mecanismos que utilizan las empresas periodísticas para construir el imaginario colectivo imponiendo su visión del mundo:

• Fijan la agenda. Determinan qué es noticia, cuál es el tema, qué es lo importante, verdadero y real.

• Universalizan sus principios que son establecidos como válidos para todos los ciudadanos, presentando sus intereses corporativos como de interés general (ej.: lo privado es mejor que lo público) y construyen un “real” al que presentan como la realidad objetiva.

• Repiten inagotablemente hasta el infinito una misma línea o trama argumental construyendo mitos para que a través de la cristalización de sentido, nada cambie verdaderamente.

• Sofocan cualquier divergencia verdadera no sólo ocultándola, sino haciendo de ella un fenómeno entre tantos otros, comercializado como los demás provocando que avance la insignificancia, dado que, finalmente, todo queda devorado por el negocio.

• Saturan informativamente insensibilizando a la sociedad y naturalizando hechos aberrantes. Totalizan, se apropian, trituran, invisibilizan las diferencias de sentido, la diversidad de prácticas, homogeinizan y violentan lo diverso.

• Imponen lo efímero, fragmentando los acontecimientos, dificultando la comprensión del vínculo que existe entre hechos distintos, pero relacionados entre sí, impidiendo ver la realidad como un todo y no como la suma de hechos independientes.

Es así como los medios, casi siempre, se interponen entre el sujeto y la realidad sin que seamos demasiado concientes de ello.

Ahora, volvamos al interrogante inicial:

¿Es sólo nuestro sentido de la verdad lo que está comprometido o la posibilidad misma de construir nuevas significaciones más allá de las impuestas por las empresas de comunicación?

Puede un periodista (por más honesto y bienintencionado que sea), desde la soledad de su puesto de trabajo, transformarse en un poder instituyente frente a un poder instituido, del cual los medios son una pieza fundamental?. A mi entender es imposible.

Un trabajador de prensa, desde lo individual, puede encontrar algún resquicio o fisura en el sistema para poder expresar un mensaje contrahegemónico, pero no más que eso.

Del mismo modo, los llamados medios alternativos, que en general se proponen dar una visión opuesta al mensaje que emiten los multimedios, tienen dos grandes limitaciones. La primera es su escasa llegada, inclusive sobre la realidad zonal y la segunda es que para el desarrollo de su actividad necesitan un sostenimiento económico, pudiéndose ver condicionados por empresas o gobiernos locales.

Ni aún desde una acción limitada a lo sectorial podemos contrarrestar la fuerza del discurso dominante. Discurso que emana de un poder, que atraviesa a la sociedad en su conjunto.

Considero que la única forma de instituirnos como poder es a través de la política, entendiendo a ésta como una actividad colectiva, organizativa y reflexiva que se interroga sobre la validez del sistema y se plantea transformarlo.

Sólo así estará a resguardo nuestro sentido de la verdad como constructores de capital simbólico (ANC-UTPBA).