Por supuesto no es un universo pulcro, homogéneo. En tamaña muchedumbre, y ante situaciones límite -donde la reproducción material de la existencia se torna calvario y leyenda- se agravan y dimensionan las conductas. Surgirán los héroes y los mártires; también la depravación y la crueldad esculpirán sus significados sobre cuerpos humanos.

En el agrio espacio de la exclusión social conviven aguantaderos surtidos con las drogas más atroces, y comedores infantiles (para paliar el hambre de miles y miles de condenados por haber nacido en un tiempo que la historia recogerá como atroz, pero la palabra ante ellos ya será inútil), se alquilan cuevas para cualquier fechoría, y se levantan humildes dispensarios que ponen un mínimo coto a la enfermedad y la muerte.

También la conciencia juega su propia partida. Unos buscan construir el mañana (la esperanza es dialéctica); otros se aferran a los códigos de la muerte (incluso parodiando los usos y costumbres del poder). Es que la vida, más que una sombra, se presenta como una oscuridad profunda, cuya lengua no se entiende y sus brazos sólo rechazan...

Hay otra situación de crueldad y conflictos, que en algunos momentos el Poder magnifica para justificar su potencial represivo (que incluye al Verdugo Político y al Verdugo Policial), pero que sin dudas tiñe de angustia la realidad social. Es la presencia manifiesta del crimen organizado, que crece a caballo de la impunidad fundada por la dictadura militar, con activa participación judicial, que se nutre hoy con las mafias policiales y se financia y fusiona con el tráfico de drogas y la trata de blancas. Es una trama compleja que amenaza devorarse a quienes de distintas formas, económicas y políticas, se beneficiaron en el origen.

En el desmadre de la violencia se unen las legítimas resistencia sociales con las conductas individuales tachadas de delictivas, que responden a la necesidad, y otras veces al deseo que exacerba el consumismo. La relación en cantidad y calidad de violencia con la marginación y la indigencia extrema, también con la designación cultural, son evidentes y remiten en su génesis a una brutal desigualdad estructural.

Se llega por ese camino a respuestas crueles, agónicas y precarias, incluso de violencia gratuita, por parte del poder y de quienes haciendo del crimen su discurso habitual se ponen por fuera del circuito amoroso de la vida, al punto de destruir su propia existencia como paso inicial de un proceso que termina con la existencia del otro. Víctima y victimario se unen en la hoguera del desvarío social...

II

En esta trama mortífera que representa la defensa de una cosmovisión de clase, el Verdugo ocupa un rol indispensable, aunque tenga dependencia de otros personajes, y en tanto actor pueda ser sustituido (cuando pierda eficacia o bien acceda a un papel superior). Su discurso y su praxis son simples y están bien urdidos: provocar la muerte social con impunidad jurídica. Así expresa y defiende un orden que vehiculiza el “bien común”, basado en la cláusula de paz de un contrato social que sataniza la violencia del oprimido y proclama “natural” la violencia del opresor. El privado de todo derecho debe aceptar mansamente su destino de tragedia, sin otra posibilidad que la del ruego, la oración, la prostitución, o bien el limosneo en alguna de sus múltiples formas.

La estrategia del poder culmina convirtiendo al verdugo en defensor, o protector, de los valores fundamentales de la comunidad.

Nacerá un estilo parodiante de la esencialidad humanística, casi siempre grotesco, y sin embargo doloroso, pues hay una materialidad de vida que fue afectada.

Mientras abunda el “gatillo fácil” y la picana eléctrica, y aumentan las reclusiones en penales cada vez más terribles (para que las marcas sean eternas y la muerte un paraíso), el discurso oficial ubica a la “seguridad” como prioridad política del Estado. A la par, día a día, el buen ciudadano se va convirtiendo en cómplice de un nuevo autoritarismo. El poder, al que legalizó con su voto, y el Verdugo, al que legitimó con su demanda de seguridad a cualquier costo, cerrando sus ojos culposamente a las causas reales de la violencia social (cuya superación remiten, en síntesis y prioritariamente, a la igualdad en el gozo material de la existencia, y en la educación, en pos de un espíritu que viva en la libertad como exigían los antiguos maestros griegos para evitar “grandes males” y dar sentido a la política), harán del crimen sin castigo la práctica cotidiana de resolución de los conflictos.

Se matará y torturará en nombre de los inocentes. Hablo de aquellos que con más grosería que malicia intentan reflejarse en el espejo del poder.

Hay una sociedad enferma que no se redime. Se dejó llevar a sus hijos vivos y hoy entierra con los ojos cerrados a sus hijos muertos de gatillo fácil.

Nota publicada en el portal de la agencia de noticias Pelota de Trapo