Ese fue el propósito de Augusto César Sandino, que en los años 20 y 30 del siglo XX, respondió al intervencionismo de Estados Unidos contra su país, Nicaragua. Su pensamiento y acción, a la sombra de Bolívar, Hidalgo, San Martín, constituyen para América Latina el paradigma de los tiempos; su ideal programático que recoge el Manifiesto Político publicado el 1 de julio de 1927, nos permite conocer que las condiciones objetivas no bastan para llevar la lucha hasta el final. Es necesario abonar nuestra conciencia mediante la investigación y estudio sobre las nuevas realidades históricas y sociales; solo con estos elementos se dan las condiciones subjetivas que nos permiten descubrir los métodos de lucha adecuados.

Para Sandino, el antimperialismo norteamericano fue su bandera ideológica. Sin embargo nunca identificó al pueblo estadounidense con el Gobierno de ese país. Enfrentó la actitud intervencionista en Latinoamérica, inclusive en detrimento del mismo pueblo. Este gran discernimiento nos aproxima a su carisma en la causa social y política.

Si bien su lucha era nacional, pero la meta era continental, como así lo sostiene en su Plan de realización del supremo sueño de Bolívar; en aquel proyecto de crear una alianza de Estados Latinoamericanos. Trazaba medidas para su consolidación mediante la cooperación múltiple, así: Igualdad absoluta de derechos y obligaciones, Creación de una Corte de Justicia Latinoamrericana, Ejército paritario, Creación del complejo económico único para asegurar el logro de la independencia económica. Sandino ponía énfasis en la unidad como un camino seguro para resolver los problemas internos de América Latina.

Hoy, cuando el ALBA nos llama al encuentro de la justicia social como patrimonio común, tiene vigencia el sueño de Bolívar y el de Sandino, su seguidor magistral, no podemos destacar una figura sin la otra. Ambos en su tiempo coincidieron en que sólo destruyendo las raíces del nuevo colonialismo se logrará el triunfo de la justicia. Aunque para ello sea preferible "morir como rebeldes, a vivir como esclavos", ya que "el derecho del débil es más sagrado que el del fuerte", pero "si este en su arrogancia no lo quiere admitir, entonces que recoja los frutos sangrientos de su violencia, y que sea castigado por su perfidia".