Cuando el baby George Bush aún paladeaba las mieles de su descarado robo electoral, que lo encaramó en la Casa Blanca y lo puso al nivel de cualquier déspota tercermundista que ha asaltado el poder, la economía de su país se hunde en la recesión, la primera de este siglo (abarca del tercer trimestre de 2000 al mismo lapso de 2001), que acaba con la expansión heredada por William Clinton, y que es acompañada con el colapso financiero de las empresas de alta tecnología. La orgía especulativa de esas firmas, estimulada y solapada por Alan Greenspan, entonces gobernador de la Reserva Federal, desencadena la crisis bursátil cuyas secuelas rápidamente se extienden al resto del mundo. Entre abril de 2000 y el 10 de septiembre de 2001, un día antes del oscuro y hollywoodense derrumbe de las torres gemelas, el desplome bursátil mundial promedio es de 32 por ciento y la del sector de alta tecnología (Nasdaq) de 65 por ciento.

Los escombros de las simbólicas torres, cuya destrucción fue vista con placentero y morboso regocijo por aquellos a quienes Estados Unidos ha humillado por todos los rincones del planeta, no fueron suficientes para sepultar el cúmulo de escandalosas tropelías, legales e ilegales, cometidas por las grandes corporaciones (la famosa “contabilidad creativa”), amparadas por la desreglamentación financiera y la “ética” empresarial, y cuyos fraudes quedaron descubiertos al público, como los cadáveres encontrados entre los restos de concreto.

Ahora, Bush concluye su mandato en medio de otra recesión, iniciada en el último trimestre de 2008, junto con una nueva crisis originada en el mercado hipotecario que ya ha contagiado al conjunto del sistema financiero, y cuya intensidad, magnitud y secuelas son aún desconocidas, pero que, inevitablemente, repercutirán en forma negativa sobre el crecimiento mundial y los mercados financieros globalizados (de cambios, bursátil y de dinero).

México, una de las más vergonzantes colonias estadunidenses, no podrá escapar de los efectos recesivos y financieros. De hecho, ya los resiente. Pero el mayor costo de la arrogante política imperial de Bush, el mayor descrédito internacional de Estados Unidos y su decadente supremacía, será la derrota electoral de los republicanos en este año.

Con Clinton, la economía de ese país crece a una tasa media real anual de 3.7 por ciento. Con Bush sólo lo hará 2.3 y heredará una economía con graves desequilibrios, adicta y vulnerable ante sus necesidades de financiamiento externo para sostener sus exorbitantes déficit gemelos. Con Clinton, el déficit comercial pasa de 96.9 mil millones de dólares (mmdd) a 454.7 mmdd, y el de la cuenta corriente, de 50.1 mmdd a 417.4 mmdd. Bush no los corrige. Sólo los aumenta y en 2007 ambos se ubican por arriba de los 800 mmdd. Del lado fiscal, el demócrata inicia con un déficit por 290.3 mmdd y termina con un superávit por 236.2 mmdd. Bush derrocha el presupuesto con el gasto militar y la genocida agresión a Afganistán e Irak para tratar de sostener la hegemonía mundial a través del terrorismo de estado, una vez que ha perdido la superioridad productiva intercapitalista –en 2000 el gasto militar equivalió a 3 por ciento del producto interno bruto (PIB) y en 2008 será de 4.2 por ciento–. La marcha de la locura bélica costará al menos 3 billones de dólares (bdd), según el economista Joseph Stiglitz. El desequilibrio fiscal se agrava con los nuevos recortes en los impuestos a las empresas y los sectores de altos ingresos que no son compensados con la reducción de los egresos de bienestar social. Clinton empezó con una deuda del gobierno federal por 4.4 bdd y dejó la Casa Blanca con 5.6 bdd. Bush la elevará a 9.7 bdd en 2008, equivalente al 66 por ciento de su PIB.

Sin embargo, la declinación del dólar como moneda hegemónica, de reserva y medio de pago, ya incluso avizorada por el pirata financiero George Soros, empieza a eclipsarse, lo que dificultará en el tiempo la posibilidad de seguir empleando el ahorro del mundo para financiar el obsceno consumismo de la sociedad, las elites y el gobierno de Estados Unidos. Ese país se encuentra atrapado en las fuerzas económicas que contribuyó a desatar. Para financiar el parasitismo de su sociedad y los déficit fiscal y comercial, tiene que pagar altos réditos al resto del mundo. Si quiere contener las presiones inflacionarias con la única receta que conoce la Reserva Federal, tiene que castigar la demanda con el alto costo del crédito. Pero si mantiene elevados los réditos, se agravará la crisis de liquidez y solvencia y se profundizará la recesión que se inicia. Una lógica económica se ha impuesto. Han bajado las tasas. Pero no se corrige el derroche presupuestal. Por tanto, seguirán ampliándose los desequilibrios comercial y fiscal. Los menores réditos debilitan al dólar que pierde terreno ante el euro y el oro, que reflejan la desconfianza en la moneda hegemónica. Una devaluación como la que sufre el dólar ayudaría a corregir el desequilibrio externo. Sin un ajuste drástico entre el ingreso y el gasto en Estados Unidos como el que imponen el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) a nuestros países no se resolverá nada. En el mejor de los casos, se atenuará temporalmente el saldo comercial negativo. Pero sin un ajuste estructural que eleve la competitividad mundial del sector real estadunidense éste retornará con mayor vigor. Y Estados Unidos ya perdió la guerra productiva.

Esa manera de financiar al modelo de desarrollo estadunidense podrá mantenerse mientras el resto del mundo acepte el dólar como valor de reserva y de pago. Pero ese consenso empieza a fracturarse. Países que concentran las reservas mundiales, como China, Japón, Rusia o los productores de petróleo como Irán o Venezuela, tienden a diversificar su tenencia de monedas y favorecer la compra del oro para deshacerse del dólar depreciado y con menor poder de compra. Sólo los neoliberales como Felipe Calderón mantienen incólume su fidelidad de colonizados ante Estados Unidos. La recientemente creada bolsa petrolera por Irán, a la que seguirá la del gas, emplea signos monetarios distintos al estadunidense. Lo anterior es resultado de la guerra financiera y geopolítica internacional por el reparto del mundo, la emergencia de nuevas potencias regionales y los anhelos de diversos países por liberarse de la tutela de Estados Unidos. Esos procesos de reacomodo capitalista se han profundizado a raíz de las agresiones de ese país a Afganistán o Irak y la percepción de su ocaso como potencia hegemónica, que revelan que el mundo unipolar bajo su liderazgo indiscutido se encuentra en una fase terminal.

La recesión que empieza en 2008 será la séptima desde 1970, cuando Richard Nixon patea el tablero del sistema capitalista, destruye el orden mundial surgido de Bretton Woods (1944) y acaba con la relativa estabilidad y prosperidad de la posguerra. A partir de ese momento, los síntomas del desgaste del liderazgo indiscutible de Estados Unidos empiezan a ser ostensibles, sobre todo con los desajustes fiscales y macroeconómicos derivados de la criminal agresión en contra de Vietnam. Esos desórdenes se han agravado con la llamada “globalización” neoliberal impuesta por la contrarrevolución neoconservadora encabezada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, el FMI, el BM y la Organización Mundial de Comercio, que desató las formas más salvaje de la acumulación de capital y convirtió al capitalismo en un casino, en la jungla del “mercado libre”, del “dejar hacer, dejar pasar”.

Los efectos expansivos de las invasiones militares de Estados Unidos a Afganistán e Irak ya se agotaron. Para el último trimestre de 2007 esa economía muestra los síntomas recesivos: sólo creció 0.6 por ciento, contra la declinante tasa de 1-2 por ciento esperada por los analistas. En el mismo lapso de 2006 había sido de 2.1. Dicha tasa es la menor desde 2002 (0.2). Para 2007 la tasa real anual fue de 2.2 por ciento y para 2008 el FMI estima que caerá a 1.5 (antes la había estimado en 1.9 por ciento), aunque no sería extraño que registre una variación similar a 2001 (0.8) o 2002 (1.6). En febrero la reserva Federal revaluó a la baja la meta de 1.8-2.5 por ciento a 1.3-2.0. En enero de 2008 la actividad empresarial global cayó a su nivel más bajo respecto de los meses que siguieron al ataque del 11 de septiembre de 2001. El llamado Índice Global de Producción Total, de JP Morgan y otros organismos, cayó 47.7 puntos en enero, tocando su menor nivel desde noviembre de 2001. El índice, que se había ubicado en 53.8 puntos en diciembre, cayó por debajo del nivel que separa el crecimiento de la contracción. El índice sobre los nuevos negocios en los sectores manufactureros y de servicios cayó a 47.8 puntos desde 52.9, un mínimo desde noviembre de 2001, mientras que el empleo se contrajo por primera vez desde septiembre de 2003. El Instituto de Gerencia y Abastecimiento agregó que su índice no manufacturero cayó a 41.9 puntos, con relación a su nivel de diciembre (54.4; por debajo de los 50 puntos refleja una contracción).

La evolución del desempleo abierto ya refleja la desaceleración económica. En febrero de 2007 la tasa es 4.4 por ciento (6 millones 913 mil personas) y para diciembre se eleva a 5 por ciento (7 millones 371 mil). En enero de 2008 baja a 4.9, pero afecta a 8 millones 549 mil individuos. En octubre de 2007 la Reserva Federal había estimado la tasa de desempleo en 4.8-4.9 por ciento para 2008. En febrero la elevó a 5.2-5.3.

También será una recesión inflacionaria (estanflación). Paradójicamente, la estructura de precios resiente el costo de la sanguinaria política exterior de Bush, en especial en el Medio Oriente y en Asia Central: el alza de las cotizaciones de crudos —los marcadores ya superaron los 100 dólares por barril— y sus derivados, y sus efectos sobre otras materias primas y los bienes y servicios.

En esa lógica es natural que la recesión de Estados Unidos contribuya a la declinación del crecimiento mundial. El FMI lo ha revaluado de 4.4 a 4.1 por ciento para 2008 (en 2007 fue de 4.9), aunque podría caer más. Para el grupo de los siete lo redujo de 2.2 a 1.8 por ciento; en 2007 había sido de 2.2. Para América Latina proyecta una tasa de 4.3 por ciento, contra la variación de 5.4 en 2007.

La actual crisis financiera, de liquidez, solvencia y sistémica, cuya magnitud de sus costos, duración y secuelas son todavía desconocidas, no es un fenómeno inescrutable. Para el economista estadunidense Paul A. Samuelson, “las bancarrotas y las ciénagas macroeconómicas que sufre hoy el mundo tienen relación directa con los chanchullos de ingeniería financiera que el aparato oficial aprobó e incluso estimuló durante la era de Bush. El joven George Bush no sólo metió la pata en la política de Medio Oriente. Además, la versión Bush-Rove de la democracia plutocrática logró la peculiar alquimia de convertir un ciclo normal de expansión y contracción en la vivienda en un pánico financiero mundial a la vieja usanza y difícil de controlar”. (El País, 28 de enero de 2008). Extrañamente, Samuelson omite la razón central que explica los recurrentes ciclos especulativos y las sistemáticas crisis financieras observadas desde la década de 1970 a la fecha: la eliminación de los controles públicos, la desregulación interna de los mercados de cambios, bursátil y de dinero, su apertura externa, la integración mundial y la internacionalización de los capitales, y que corresponden a las contrarreformas estructurales promovidas por los neoconservadores a escala mundial. La corrupción de las empresas y la tolerancia oficial sólo son parte del anecdotario de la actual fase del capitalismo de rapiña, el capitalismo mafioso.

Como se sabe, la crisis se inicia en el mercado hipotecario de alto riesgo de Estados Unidos, que involucra a más de 3 millones de hogares y al menos 300 mmdd, aunque se estima que puede alcanzar hasta casi 1 bdd. Se sabe asimismo que la burbuja especulativa también es responsabilidad de la Reserva Federal (Greenspan), que reduce los réditos de 6 a 1 por ciento, en un intento por atenuar los efectos de la recesión de 2000-2001, la crisis bursátil y las secuelas del ataque a las torres. Esa baja estimula la compra de viviendas que supera a la oferta, presiona a la alza el precio de los inmuebles y propicia la especulación. Parte de las hipotecas se conceden sin ninguna garantía a personas de bajos recursos o sin capacidad de pago (los llamados subprime).

Después, para atenuar las presiones inflacionarias, la Reserva Federal sube los intereses (de 1 a 5.25 por ciento), hecho que, asociado a la dudosa calidad de los créditos hipotecarios, provoca la incapacidad de pagos y la pérdida de sus viviendas de varios millones de insolventes. Se estima que alrededor del 30 por ciento de los créditos son considerados como subprime. Desde luego, esa situación era conocida por la banca, toda vez que, para protegerse de su alto riesgo, había vendido parte de esa cartera en los mercados financieros, local e internacional. La alta rentabilidad de los valores había seducido los rectos corazones de los especuladores mundiales. Las pérdidas que tuvieron que asumir bancos y otros intermediarios fueron a causa de que simplemente no lograron deshacerse a tiempo de los títulos chatarra.

Ante el pánico y la estampida de los chacales financieros que han hundido a los mercados, desde agosto de 2007 los bancos centrales se han visto obligados a inyectar miles de millones de dólares para tratar de evitar una crisis de solvencia generalizada que colapsara al sistema financiero internacional. La Reserva Federal reduce los réditos. Bush ofrece millonarios beneficios fiscales a las empresas, 300 dólares a cada trabajador con salario menor a 75 mil dólares y dinero adicional a los altos contribuyentes –otro desayuno gratis más– que no requieren ese apoyo y que posiblemente no lo gastarán ni pagarán deudas como sucederá con los pobres, lo que desvirtúa el programa, ya que, en sentido estricto, los recursos deben convertirse en gasto antirrecesivo. Como ha señalado el economista Paul Krugman, hubiera sido más efectivo ampliar los apoyos al seguro de desempleo, los cupones de comida o a los gobiernos locales y estatales, cuyas finanzas están siendo gravemente afectadas por la debilidad de la economía, propuestas que fueron aniquiladas por Bush. ¿Por qué hizo esto?, se pregunta Krugman, y se responde: porque el baby se niega a respaldar cualquier cosa a la que no pueda llamarle “recorte fiscal”; porque está comprometido a reducir los impuestos a los ricos y bloquear la ayuda a familias en problemas, compromiso que requiere mantener la premisa de que el gasto gubernamental siempre es algo malo. En esa perspectiva, la propuesta de Bush está condenada al fracaso y, en un escenario donde se desconoce cuán profunda será la depresión económica o si cumplirá con la definición técnica de “recesión”, la reducción de las tasas de interés no será suficiente para corregir el rumbo de la economía. Hoy en día, agrega Krugman domina la pérdida de la “fe”. Los consumidores, los financieros y los productores que se debaten en la crisis de liquidez, de pagos y de confianza.

Los primeros en resentir los estragos son las inmobiliarias, la venta de viviendas nuevas –que entre 2005 y 2007 cae un 40 por ciento– y usadas, la industria de la construcción, las ramas productivas asociadas a esas actividades –cemento, acero, madera– y el empleo. En enero de 2008 las ventas de nuevas viviendas unifamiliares registran su peor ritmo en casi 13 años y los inventarios de casas aumentan pese a una caída en el precio mediano de venta. Después se contagian los bancos, aseguradoras, fondos de inversión y otros intermediarios. El pánico se extiende en los mercados bursátil, de dinero y de cambios de Estados Unidos al resto del mundo y hacia las actividades productivas. En las tres primeras semanas de enero de 2008 se esfumaron más de 5 bdd en todas las bolsas, equivalente al 40 por ciento del PIB estadunidense, según The Economist. Hacia finales de febrero las pérdidas bancarias reconocidas ascienden a 163 mmdd. Los propios bancos retroalimentan la crisis y los problemas de pagos al encarecer el costo del crédito, lo que, inevitablemente, afectarán al conjunto de la economía de Estados Unidos, ya que una parte nada despreciable del mismo depende de los préstamos al consumo (72 por ciento del PIB).

Algunos de los grupos financieros afectados por la crisis hipotecaria son: en estados Unidos, Citigroup, que reporta pérdidas por casi 10 mmdd en este renglón; Merrill Lynch, casi 8 mmdd; el Banco de América pierde todas sus ganancias en el cuarto trimestre de 2007. El banco Northern Rock, que adeuda 24 mmdd se ve obligado a declararse insolvente y solicitar ayuda financiera oficial, antes de ser nacionalizado por el gobierno inglés, la primera medida adoptada desde 1970 en la tierra donde se originó la contrarrevolución neoconservadora. El Swiss Re y UBS, en Suiza, se ven obligados a reconocer pérdidas extraordinarias y esperan quebrantos adicionales, además de que han tenido que capitalizarse para evitar la bancarrota. Lo mismo sucede con la Société Générale, en Francia, que arroja pérdidas por 4.93 mmdd en el último trimestre de 2007; el BNP Paribas informa una baja de 42 por ciento en sus ganancias en el mismo lapso, y SocGen, el segundo banco más grande de ese país arroja quebrantos por 4 mil 900 millones de euros. Para tratar de contrarrestar las pérdidas y evitar el colapso, esos y otros grupos se han visto obligados a aceptar recursos de fondos soberanos de China, Corea del Sur, Singapur, Taiwan o de las petromonarquías árabes, con el riesgo de perder su control. Será cuestión de tiempo para saber si esos y otros conglomerados logran o no evadir su derrumbe.

Frente a la recesión con que se inicia 2008 y los serios riesgos financieros, cabe preguntarse: ¿realmente la economía mexicana se encuentra fuerte y en poco resentirá la contracción estadunidense, tal y como afirma el gobierno calderonista? ¿El paquete de medidas anunciadas el 3 de marzo es realmente anticíclico?

El grado de subordinación de la economía mexicana a la de Estados Unidos es tan dramático como para suponer peregrinamente, más allá del discurso para el consumo público, que la primera no sufrirá los efectos recesivos de la segunda. Los mecanismos de transmisión son tan variados como para esperar una situación diferente. Al ajustarse oficialmente la meta de crecimiento la baja para 2008 (de 3.7 a 2.5-2.8 por ciento) y al instrumentar un supuesto paquete anticíclico, los calderonistas ya tienen la información necesaria como para estar claros que las secuelas recesivas ya se resienten, se agudizarán a lo largo del año y el crecimiento podría desplomarse hasta el 2 por ciento. Para una economía colonizada productiva, comercial, financiera y políticamente no puede esperarse un mejor destino. Más aún cuando el gobierno panista y las elites económicas están dispuestas a someterse a los dictados imperiales estadunidenses.

Como es natural, los primeros efectos se resienten en los mercados financieros. Entre 2007 y febrero de 2008 la bolsa mexicana acumula una pérdida de 8.1 por ciento. El mercado de cambios se ha visto presionado y las tasas de interés (cetes a 28 días) han sido ajustadas gradualmente a la alza desde julio pasado (de 7.19 a 7.43 por ciento en febrero), en sentido contrario a la baja registrada en Estados Unidos. Ello se debe a la necesidad de tratar de estabilizar la volatilidad de los otros mercados, los movimientos de capital y los precios.

Otros indicadores muestran los efectos de la tendencia declinante de la economía. Uno de ellos es el empleo. A diferencia de otros periodos donde por razones estacionales aumentan las plazas creadas, entre noviembre y diciembre de 2007 éstas disminuyeron en su ritmo. Los trabajadores registrados en el Instituto Mexicano del Seguro Social fueron: 142 mil 209 en septiembre, 137 mil 614 en octubre, 98 mil 324 en noviembre y en diciembre se perdieron 199 mil 123, de las cuales 105 mil 394 fueron permanentes. Aunque en enero se recuperaron 53 mil 848, no se compensaron las canceladas el mes anterior y aún se perdieron otras 105 mil 394. Asimismo, la tasa de desempleo abierto subió de 3.42 a 4.12 por ciento entre diciembre y enero. Lo anterior se explica por la desaceleración, los síntomas contractivos de algunas actividades y la recesión que ya sufren otras. Los cuatro trimestres de 2007 (2.7, 2.9, 3.7 y 3.8 por ciento) crecieron a un menor ritmo comparado con 2006 (5.6, 5, 4.5 y 4.3 por ciento). En el último trimestre de 2007 el sector agropecuario ya muestra una declinación. La minería posiblemente ya se encuentre en recesión (en el tercer trimestre tiene una tasa negativa de 0.3 y positiva de 0.3 por ciento en el cuarto). La industria manufacturera apenas creció 1 por ciento en 2007 contra una tasa de 4.7 en el año anterior. La producción de alimentos, bebidas y tabaco se estancó en la segunda mitad de 2007. La textil se encuentra en recesión desde 2006, al igual que otras manufacturas. Lo mismo ocurre con la industria de la madera, pese a su mejoría del último trimestre de 2007. La química, productos minerales no metálicos, metálicas básicas y maquinaria y equipo se han debilitado. En suma, las manufacturas muestran un cuadro recesivo al que le seguirá las industrias de la construcción y electricidad y los servicios que generalmente decaen con cierto retraso.

Las remesas también manifiestan la política antiinmigrante de Estados Unidos y su declinación productiva. En octubre de 2006 fueron por 2 mil 164 millones de dólares y en noviembre y diciembre por 1 mil 808 millones. La inversión extranjera directa proveniente de ese país cayó de 11 mmdd en 2006 a 9.3 mmdd en 2007. Dado el alto grado de concentración de las exportaciones totales destinadas a Estados Unidos (82 por ciento del total y casi la mitad de las maquiladoras), las importaciones (50 por ciento), inevitablemente la contracción estadunidense se resentirá más que proporcionalmente y arrastrará a nuestra economía a la recesión. Hasta el momento la tendencia de los diversos componentes de las exportaciones mexicanas no muestran una clara tendencia declinante, pero probablemente ello se presentará en los meses subsecuentes.

En esa lógica, el paquete “anticrisis” calderonista nada podrá evitar que la economía mexicana se hunda en recesión. Los estímulos no lograrán eliminar la desconfianza y la incertidumbre que priva entre los empresarios. Más aún cuando no existe una coordinación con el banco central, que está más preocupado por sostener un nivel del tipo de cambio y bajar la inflación y sólo conoce una estrategia que en gran medida explica en semiestancamiento de la economía: las altas tasas de interés, que inhiben el clima de negocios y la dinámica económica en el largo plazo.

En el horizonte de corto plazo se avizora un solo panorama: la recesión con mayor desempleo abierto, mayores problemas en empleo formal, mayores flujos migratorios y un ascendente malestar sociopolítico de la población que agravará los problemas de gobernabilidad, que ya sufre el neoliberalismo calderonista.