Seis años y 100 números de Contralínea –revista fundamentalmente de reporteros aplicados al periodismo de investigación–, dedicaron la edición anterior a reflexionar sobre el poder político de quienes detentan el ejercicio de los órganos legislativos, judiciales y ejecutivos del Estado (y del poder económico que incide en el poder político) y del contrapoder de los medios de comunicación, en el contexto de las libertades constitucionales duramente conquistadas y diariamente defendidas. Y es que contra la tradición, para alimentar la vanidad de que la prensa es el cuarto poder, se alza el postulado, amparado en la concepción democrática y republicana del liberalismo político, de que informar y criticar es una función de contrapoder.

“La prensa, los medios de comunicación, no son un poder, sino, en todo caso, un contrapoder... De manera que, junto a la función esencial del periodismo, que es dar noticia de las cosas, dar noticia de los hechos, existe esa otra función, que es una función sustancial, que es una función también esencial, la del ejercicio del contrapoder... Entre elección y elección, el ciudadano, en ocasiones, quiere elogiar al poder, porque el poder ha acertado; en ocasiones quiere criticar al poder, porque el poder se ha equivocado; en ocasiones quiere denunciar al poder, porque el poder ha abusado... Somos el contrapoder del poder político, somos el contrapoder del poder religioso, somos el contrapoder del poder universitario, somos el contrapoder del poder financiero, del poder económico, del poder cultural. Es decir, estamos al servicio de la sociedad para elogiar al poder cuando el poder acierte (y éste es un punto especialmente difícil, porque es tal vez lo que más nos cuesta a los profesionales del periodismo); para criticar al poder cuando el poder se equivoca y para denunciar al poder cuando el poder abusa” (Luis María Anson: La prensa como contrapoder).

La información veraz sustentada en los hechos, capturada en una entrevista, amparada documentalmente y que logra ser contrastada es ya contrapoder. Análisis, opiniones y crítica sobre esa información, refuerza la función de contrapoder. Y más en las democracias elementales, como la nuestra que, tras el autoritarismo presidencialista del antiguo régimen, se resiste a dejar las persistencias del autoritarismo para, “condenadas a repetir el pasado”, ejercer inquisiciones administrativas, judiciales y censura previa, por medio de la asignación de la publicidad oficial. La alternancia panista, que no ha ido más allá de un relevo de las elites, carece de una política de comunicación democrática, republicana y constitucional. Por el contrario, mantiene, desde la oscuridad de Los Pinos, una intimidante política de los timbiriches de Max Cortázar al son de las baterías con las que orquestan a los directores de comunicación de las secretarías del despacho presidencial y el resto de las dependencias descentralizadas, desconcentradas y hasta con autonomía.

En las 31 entidades, como en la capital del país, continúan las presiones del poder político de gobernadores, presidentes municipales, jefe de gobierno del Distrito Federal y del, más que presidente de la República, inquilino en turno de Los Pinos para manipular la información, negarla y suavizar, censurar y hasta impedir la crítica y el análisis, para que la opinión pública no tenga la más completa información. El colapso del presidencialismo antiguo dejó muchas puertas abiertas y en el derecho a la información, con todas sus limitaciones para impedir la transparencia, hay logros.

Los medios de comunicación, la prensa escrita, que es el caso, cuyo factor común es el binomio: información y crítica, han de resistir las embestidas del poder político, sus amenazas, el condicionamiento para dar publicidad y su desinterés, en el Ministerio Público federal, ante las denuncias contra los abusos de funcionarios. Y resistir las venganzas del poder económico que interpone demandas civiles contra reporteros y sus medios de comunicación, contra la información y la crítica. E insistir en maximizar las libertades constitucionales, con el cumplimiento de sus obligaciones y límites, para no ceder terreno al poder político. La única manera es ejercer esas libertades, esos derechos, como contrapoder. Un contrapoder para informar sin concesiones de ninguna especie.

En una sentencia judicial se estableció: “Una prensa fastidiosa, una prensa obstinada, una prensa agresiva es algo que debe ser soportado por aquellos que ejercen la autoridad, con el fin de preservar nuestros mayores valores: la libertad de expresión y el derecho de la gente a estar informada (y ésta) lo que protege es el libre flujo de información que permite al público estar al tanto de las acciones del gobierno. Éstos son tiempos problemáticos. No hay mayor válvula de seguridad ante el descontento y el cinismo respecto al gobierno que la libertad de expresión en cualquiera de sus formas (...). (Y) la libertad de prensa significa libertad para obtener noticias, escribirlas, publicarlas y hacerlas circular. Cuando una de éstas queda obstaculizada, la libertad de prensa se convierte en un río sin agua”.

Se trata de la libertad de expresión como contrapoder del poder político y la exigencia diaria de las máximas libertades para informar y criticar. En el entendido de que “las fauces del poder están siempre abiertas para devorar y su brazo siempre extendido para destruir, si se puede, la libertad de pensamiento y de palabra hablada y escrita..., no os sintáis intimidados, pues, por cualquier amenaza que os impidan publicar con la mayor libertad todo aquello que autoricen las leyes de vuestro país; ni permitáis que se os despoje de vuestra libertad por cualesquiera pretextos de cortesía, delicadeza o decencia. Estas palabras, como se las emplea con frecuencia, son únicamente tres nombres diferentes de la hipocresía, la trapacería y la cobardía”.
Trayendo al presente lo de si es preferible un gobierno sin libertad de prensa o libertad de prensa sin gobierno, está claro, con el estadista que planteó la alternativa, que es preferible la libertad de información sin gobierno.

Contralínea, periodismo de reporteros, asida al clavo ardiente de las libertades de prensa como contrapoder frente al poder político y económico, cumple con su deber de publicar o perecer y no rendirse.

John Stuart Mill, en su ensayo Sobre la libertad, dice que “Es de esperar que han pasado ya los tiempos en que era necesario defender la libertad de prensa, contra la corrupción del gobierno y el autoritarismo”. No es así en nuestro país y los medios de comunicación, dispuestos a ejercer esas libertades, saben que ahora más que nunca es necesario reconquistarlas con su ejercicio pleno para informar y criticar hasta sus últimas consecuencias.

Revista Contralínea / México
Fecha de publicación: 1 de Mayo de 2008