Precisamente, fue de este modo, con la utilización de la prensa como principal instrumento, que se procedió a darle el zarpazo final al decadente imperio español para arrebatarle en las Antillas, para no extendernos al Pacífico, a Cuba y Puerto Rico, que todavía permanece sometido al más vergonzoso colonialismo transcurridos ya casi 110 años de su invasión el 25 de julio de 1898.

Si bien la gran prensa al servicio de los poderes económicos y militares del capitalismo rapaz tiene una envidiable coordinación a la hora de levantar una campaña contra un gobierno o una nación que pretendan trazar su propia vía democrática, también es sumamente eficaz en silenciar determinados acontecimientos, como ocurre con Puerto Rico. Por eso jamás vemos en esos diarios, cadenas de radio o de televisión un retrato auténtico de la situación de subordinación a que se encuentra sometido Puerto Rico, que pasó de colonia de España a colonia de Estados Unidos con algunos retoques para el disimulo a mediados del siglo pasado, cuando se creó en 1952 el actual Estado Libre Asociado, ni mucho menos de la existencia de prisioneros políticos en cárceles norteamericanas, como son Óscar López Rivera, Carlos Alberto Torres y Haydée Beltrán, todos con más de un cuarto de siglo privados de la libertad en condiciones de frecuente tortura psicológica, a los que se ha sumado ahora Avelino González Claudio, por su presunto vínculo con el clandestino Ejército Popular Boricua (EPB-Macheteros).

Concomitantemente, se establecen campañas para destruir a aquellos gobiernos que tienen lazos reales con el pueblo, mediante acciones conducentes a quebrar la imagen internacional, mientras se socava la economía nacional con estructurados mecanismos de sabotaje que derivan en la escasez y el eventual caos.

En este sentido no se trata de simples especulaciones febriles, sino de una realidad que a lo largo de poco más de un siglo ha golpeado de un extremo a otro a los más diversos pueblos americanos. No en vano al repasar la historia, nos encontramos con la penosa situación de que con la sola excepción de Cuba, los enormes sacrificios durante el siglo XX para conquistar la plena soberanía nacional fueron truncados en la geografía continental a golpe de miles de millones de dólares robados a los propios pueblos y de cientos de miles de vidas, mientras esa prensa encubridora miraba hacia el lado contrario o cantaba loas a los criminales de uniforme y misa dominical que detentaban el poder apoyados en las bayonetas.

La situación a la que hemos asistido en los últimos meses, en un aleatorio proceder para provocar una guerra fratricida entre pueblos bolivarianos, empleando el imperialismo a fondo a Colombia como mecha del detonador bélico, forma parte de los mecanismos tradicionales utilizados por la prensa reaccionaria como instrumento propagandístico de la oligarquía económica que detenta el poder. No es de extrañar que esto suceda si damos un somero repaso a la historia de América Latina. Todavía está vívida en la memoria la campaña montada en contra de la Revolución Sandinista, desde su triunfo mismo en 1979, que convirtió a los mercenarios pagados por la CIA y al tristemente célebre coronel estadounidense Oliver North, propulsor del tráfico de drogas y de armas, en los héroes de la lucha por la libertad en Nicaragua, cuando en la práctica representaban todo lo contrario.

Las intervenciones militares de Estados Unidos se han alternado desde las postrimerías del siglo XIX hasta nuestros días con operaciones encubiertas, que los medios de comunicación se han encargado de justificar desconociendo por lo general la voluntad de lucha de los pueblos. Sería prolijo hacer un recuento de esas acciones o de las operaciones encubiertas en América Latina por parte de Washington, pero si las revisamos una a una encontramos que en 110 años, desde 1898 hasta este 2008, siempre han tenido un eco positivo en la gran prensa, como ocurrió con las ocupaciones de Cuba y Puerto Rico y las interrupciones de los procesos políticos en Haití –siempre tan olvidado–, República Dominicana, Guatemala, Nicaragua, Panamá, Brasil, Paraguay, Chile, Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Perú y un largo etcétera que desemboca en 2002 en el intento de truncar la Revolución Bolivariana que encabeza en Venezuela el Presidente Hugo Chávez Frías, sin olvidar el cataclismo que se ha intentado provocar en Cuba desde 1959, poco después de que el Ejército Rebelde entrara triunfal a La Habana con Fidel Castro a la cabeza.

Es irónico que siempre se esgrime la democracia, que en el lenguaje de los oligarcas no es más que el gobierno de unos pocos en menoscabo de las grandes mayorías, para echar abajo gobiernos progresistas, como ocurrió en 1954 con Jacobo Arbenz en Guatemala; en 1963 con Juan Bosch en República Dominicana, lo que dio pie al levantamiento popular de 1965 con el consecuente desembarco militar norteamericano; en 1973 con Salvador Allende en Chile, episodio que se pretendió repetir el 11 de abril de 2002 en Venezuela con Hugo Chávez Frías, en torno al cual todavía planea el intento de derrocamiento, como también se tiene en la mirilla a Evo Morales Ayma en Bolivia y a Rafael Correa en Ecuador.

En el caso particular de la República Bolivariana de Venezuela, pareciera que estamos ante un nuevo fenómeno de manipulación informativa por parte del imperialismo y sus aliados internos, pero la realidad es que –si bien existen hoy nuevos mecanismos de divulgación, como la Internet– se trata de un viejo método que ha tiranizado por décadas a los pueblos latinoamericanos y que, con salvadas excepciones, ha dado muy buenos resultados a la CIA y a las oligarquías económicas nacionales en su afán de truncar las aspiraciones verdaderamente democráticas de nuestros pueblos.

Esta vez los grandes medios de comunicación, incluida la glorificada CNN, han actuado en abierto contubernio para repetir a coro las mentiras para socavar la democracia bolivariana. El proceso de colaboración entre las naciones de América Latina asusta al imperialismo estadounidense y hasta incomoda a la Unión Europea, cuyos medios tratan con inaceptables calificativos al líder de la República Bolivariana de Venezuela y a otros dirigentes latinoamericanos, mientras reclaman deferencia para sus anacrónicos monarcas.

Ese esfuerzo imperialista global contra la unidad de nuestras pueblos, como tantas veces ha establecido en sus análisis la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP) desde su nacimiento hace 32 años, tiene como único propósito la apropiación permanente de las riquezas que han usufructuado las multinacionales a costa del hambre y la más inhumana miseria de los hombres y mujeres de este continente, plagado también de analfabetismo, como si cinco siglos no les bastaran para tanta barbarie.

De ahí que la infausta Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) no descanse en su estrepitosa campaña disolutiva para minar la estabilidad de la República Bolivariana de Venezuela como dínamo en este siglo XXI de la política de cooperación económica entre los gobiernos y pueblos latinoamericanos. A nadie extraña –aunque todavía hay muchos incautos– esta conducta de agresión constante de la SIP contra la voluntad popular, sobre todo si se tiene en cuenta que, en términos generales, las empresas periodísticas que cobija forman parte del entramado de explotación de las riquezas nacionales para beneficio de unos pocos.

No en balde en la larga noche de muertes y desapariciones que padeció América Latina a partir de 1960 los diarios integrantes de la SIP bailaban pegados a los usurpadores del poder político, sin registrar en sus páginas una de las más siniestras tragedias que ha vivido la humanidad y de cuya verdadera dimensión posiblemente no se tenga conciencia hasta dentro de muchas décadas, si es que algún día se tiene acceso con verdadera libertad a las toneladas de documentos elaborados por la CIA y de los que hoy se conocen fragmentos llenos de tachaduras.

Una Latinoamérica unida no sólo puede hablar un idioma común contra la agresión imperialista, sino que dificulta la explotación de sus riquezas para beneficio de unas minorías nacionales y extranjeras.

¿Qué hacer? La pregunta la legó Lenin hace más de un siglo en su emblemática obra, y es necesario que la retomemos hoy como preámbulo a la búsqueda de avenidas que permitan el avance de los movimientos democráticos en las naciones americanas y que, a la vez, impulsen el desempeño coordinado de los trabajadores de la palabra, de los periodistas, de los comunicadores sociales para que nuestras voces alcancen mayores radios de influencia.

Estamos demasiado dedicados a la divulgación individual y a la estructuración de entelequias particulares para hacer ola en esta tan necesaria batalla de ideas que libran nuestros pueblos frente a la ferocidad de los medios al servicio del imperialismo, del capital económico que lacera profundamente las aspiraciones que conduzcan a los pueblos a sacudirse del yugo mediático, de la manipulación ideológica y de la pobreza intelectual y económica.

Por eso es indispensable que analicemos la necesidad de dar un impulso mayor a las pequeñas estructuras, adaptando a nuestra realidad determinados métodos que utilizan las oligarquías mediáticas, como la creación de verdaderas redes de corresponsales profesionales, para que no se dependa de la buena voluntad de cooperación, como generalmente ocurre, pues debemos recordar que todo trabajador –independientemente de su área– tiene obligaciones económicas que cumplir. El sacrifico que conlleva un esfuerzo de esta naturaleza debe tener su compensación para el obrero, para el trabajador, para el técnico o para el intelectual.

Estoy convencido de que en cada uno de nuestros países existen mecanismos que hacen posible crear esa estructura empresarial mínima que permita establecer, a la vez, una red internacional de corresponsales que contribuya a la divulgación efectiva de la información contra hegemónica.

Esto, obviamente, no se puede dejar al voluntarismo, sino que es indispensable el análisis científico-económico que conduzca a la creación de periódicos y revistas tan bien hechos como los mejores; a la adquisición de emisoras de radio y de televisión; al desarrollo de medios en la Internet; al establecimiento de agencias de noticias o al reforzamiento de las ya existentes. En fin, a multiplicarnos en torno a un objetivo común que torne efectiva la tarea que tenemos por delante y que, contrario a como ha sucedido tantas veces, no nos cancelemos unos a otros.

De ese modo, a la par que con la colaboración económica, podemos reforzar la mediática que permita cumplir las aspiraciones de los hombres y mujeres que soñaron y sueñan con romper las cadenas de la dependencia para forjar una América Latina unida, trabajando hacia objetivos comunes.

Sólo de ese modo, organizando la verdad, derrotaremos el terrorismo mediático (ANC-UTPBA).

(**) Secretario General Adjunto de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP) y ex Presidente de la Asociación de Periodistas de Puerto Rico (ASPPRO). Intervención en el “Encuentro Latinoamericano contra el terrorismo mediático”, celebrado del 27 al 30 de marzo de 2008 en el Centro de Estudios Latinoamericanos “Rómulo Gallegos”, en Caracas, Venezuela.

(*) Nota publicada en el portal de la FELAP http://www.felap.info