En esa época Granado era médico, y tras graduarse había laborado en un leprosorio de la provincia de Córdoba; mientras Guevara, a quien sus amigos pusieron ese sobrenombre porque se cortaba muy corta la cabellera, estudiaba medicina en Buenos Aires.

“Yo lo conocí practicando fútbol en Córdoba, antes de irse él para la principal ciudad argentina a estudiar medicina. Yo pensaba al igual que otros de sus amigos que iba a estudiar Matemática, porque tenía facilidad para esa asignatura, y nos sorprendió que escogiera la medicina.”

El entrevistado subraya que siempre se sintió atraído por viajar para conocer muchos lugares y a sus gentes, lo que también era del agrado de El Pelao.

Ambos disfrutaron de las bellezas de la naturaleza en varias excursiones en las montañas cordobesas, donde acampaban en tiendas de campaña.

“En diciembre de 1950 salimos de Buenos Aires, donde residía en ese momento la familia Guevara. El primer país recorrido fue Chile y de allí enrumbamos hacia Perú, en un camión cargado de botellas de refrescos ya que la moto estaba rota. Visitamos el Cuzco, la vieja capital del imperio incaico y en la cual habitaba un colega que conocí en un congreso internacional.”

“El doctor Antonio Pesce no me identificó inicialmente debido a mi deteriorada imagen, pero después se dio cuenta quien yo era. Le dijimos que queríamos ir a la ciudad sagrada de Machu Pichu. El nos resolvió el viaje en un tren especial sin tener que pagar los pasajes. Allí permanecimos varios días viendo la monumental obra arquitectónica construida por los incas en Los Andes.”

El Petiso estaba interesado en conocer un leprosorio ubicado en la zona de Huambo, a cuatro mil pies de altura, y hacia allí dirigieron sus pasos.

“En Huambo no había médicos y solamente atendía a los leprosos una enfermera. Allí estuvimos ayudándola pero a los pocos días determinamos seguir el periplo, no sin antes ser testigos de las acciones humillantes que cometían autoridades locales contra los indios. Yo quise intervenir para defenderlos pero El Pelao lo impidió al señalarme:

“Mirá que vos sois pelotudo porque quieres resolver solito lo que no han podido hacer ellos todavía.”

“Cuando volvimos a Lima, el doctor Pesce nos instaló a trabajar en un leprosorio; pero como la comida estaba mala, él nos invitaba a cenar todas la noches a su casa, junto a la familia.”

El anfitrión peruano de Petiso y El Pelao había escrito un libro titulado Latitudes de Silencio, y les entregó el manuscrito para que valoraran su contenido.

“En la cena de despedida, ya que el doctor nos gestionó el viaje hacia un leprosorio situado en la localidad de San Pablo, a orillas del río Amazonas, él nos expresó: -Bueno, ya están a punto de irse y todavía no me han comentado nada de mi libro“

La respuesta de Guevara no se hizo esperar: “-Mirá, doctor, parece mentira que un hombre tan inteligente como usted, y con su capacidad y valor haya escrito un libro tan mediocre. Este libro es negativo porque describe el supuesto fatalismo de los indios, que en verdad refleja el punto de vista de usted; pero no el de ellos…”

El científico agachó la cabeza, y con voz temblorosa dijo: “-Tiene razón, Ernesto.”

“Yo me molesté con lo dicho por El Pelao, y cuando estábamos lejos de la
vivienda del medico peruano, le dije: -Mira Pelao, que vos sois hijo de

…El pobre hombre nos ha dado comida, trabajo, dinero y viajes, y lo único que quería de nosotros es que le diéramos la opinión de su libro, y vos le decís algo desagradable.

Granado y Guevara marcharon hacia el leprosorio de San Pablo. Algún tiempo permanecieron en ese sitio, donde se unieron al personal médico que atendía a los enfermos, hasta que acordaron continuar el recorrido en una balsa que nombraron Mambo-Tango por la imponente y peligrosa vía fluvial hasta la localidad colombiana de Leticia.

“Allí para subsistir nos convertimos en entrenadores de fútbol durante varios días hasta que volamos en un hidroavión hasta Bogotá, donde cierto día fuimos detenidos por la policía ya que El Pelao se negó a entregar un puñal que utilizaba como corta-papeles. Gracias a la intervención del cónsul argentino nos liberaron y con la ayuda monetaria de estudiantes universitarios compramos los pasajes en ómnibus para Venezuela.”

En la patria de Bolívar concluyeron su emocionante y aleccionador periplo por varios países suramericanos. Petiso ingresó en la nómina de un leprosorio de Maiquetía; mientras El Pelao regresó en un avión de transporte de caballos de carreras a Argentina para cumplir el compromiso con su madre, Celia de la Serna, de realizar los últimos exámenes para obtener el título de médico.

“No nos vimos más hasta que volvemos a encontrarnos en Cuba, donde él había participado bajo la dirección de Fidel Castro en la guerra de guerrillas contra la tiranía batistiana, y se convirtió en comandante del Ejército Rebelde. Cuando llegué a La Habana en 1960 pregunté por él, y me informan que era Presidente del Banco Nacional de Cuba. Voy de inmediato a verlo a su oficina, y cuando estamos frente a frente, tras saludarme afectuosamente, me preguntó a boca de jarro:

 ¿Cómo está el científico? , y yo le respondí: ¿Cómo está el comandante?.
Nos reímos los dos al unísono, y nos sentamos a conversar tomando mate, como en los viejos tiempos.”

Granado, a petición del Che, se quedó en Cuba para ofrecer sus conocimientos científicos a la Revolución Cubana, y desde hace casi medio siglo es uno de los tantos argentinos y de otras nacionalidades que construyen junto al pueblo cubano la nueva sociedad que soñó su amigo El Pelao.

(Con datos del libro “Con la adarga bajo el brazo”, de Mariano Rodríguez)

Agencia Cubana de Noticias