Militantes del Hizbula en una parada, Líbano.
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La «revolución del cedro», organizada por la CIA durante el primer semestre de 2005, sólo tuvo un éxito efímero. En un primer momento, la opinión pública –molesta por la interminable presencia siria– siguió el dedo que acusaba engañosamente a Damasco de haber ordenado el asesinato de Rafik Hariri y de numerosas personalidades políticas. Pero esa manipulación se interrumpió por sí misma debido a la voluntaria retirada del ejército sirio, que desmintió así la supuesta voluntad hegemónica de Damasco. Al final, no sólo los libaneses no metieron en un mismo saco al Hezbollah y a los supuestos asesinos de Hariri sino que, además, la retirada del ejército sirio otorgó al Hezbollah un papel de primera línea, convirtiéndolo en el protector del país.

El ataque israelí del verano de 2006 tenía como objetivo infligir a los chiítas del sur del Líbano sufrimientos tan grandes que se volverían en contra del Hezbollah con tal de recuperar la paz. Pero sucedió lo contrario: los chiítas consideraron que la causa de sus desgracias son los aviones israelíes y las bombas estadounidenses. Y cerraron filas junto al Partido de Dios. Además, la inesperada victoria terrestre del Hezbollah fortaleció su legitimidad –no sólo en el Líbano, sino en todo el Medio Oriente– y dañó la credibilidad del ejército israelí.

El golpe de Estado, aunque se realizó sin derramar sangre, resultó inútil. El ex primer ministro Fouad Siniora y sus amigos siguen ocupando el Palacio de la República desde la caída del gobierno constitucional, el 11 de noviembre de 2006, pero su gobierno de facto no controla prácticamente nada. Más que combatirlo frontalmente, la Alianza Nacional ha socavado su poder al vaciar las instituciones de su contenido. Al no haber Corte Constitucional, ni presidente de la República, ni Asamblea legislativa (el mandato actual del parlamento sólo le permite proceder a la elección presidencial), el gobierno de facto pasó del papel de fantoche al de fantasma. Aunque no tiene la posibilidad de percibir impuestos, el Hezbollah –financiado por Irán– ha creado instituciones sociales paralelas que han ido sustituyendo al languideciente Estado.

Durante el otoño de 2007, también fracasó el intento de sublevar a los refugiados palestinos mediante la explotación del comunitarismo sunnita. Los palestinos siguen focalizados en su propia lucha nacional y entre ellos prevalecen las ideologías laicas. La instalación de mercenarios islamistas en el campamento de Nahr el-Bared no suscitó reflejo alguno de solidaridad. En vez de defender a los islamistas uniéndose a ellos, los palestinos permitieron que el ejército libanés los eliminara destruyendo el campamento.

La quinta operación, que tuvo lugar en estos últimos días, no fue más eficaz. La constitución de las FSI, guardia pretoriana de Fouad Siniora al estilo de la de Mahmud Abbas en Cisjordania, y la creación de milicias sunnitas disfrazadas de empresas de protección permitieron alinear gente en uniforme pero no ganar los combates. A pesar de las decenas de millones de dólares invertidos en armar, entrenar y pagar sueldos a miles de hombres, estos últimos huyeron al primer disparo porque no tenían el menor deseo de chocar con la resistencia. Como resultado, el mito de un gobierno ilegal pero sostenido por un poderoso aparato de seguridad se ha desmoronado.

Queda aún una carta por jugar: el ejército libanés. Pero, después de haber visto el más reciente comunicado del Estado Mayor oponiéndose al desmantelamiento de la red de comunicaciones del Hezbollah, ¿quién puede imaginarse todavía que este ejército es independiente de la resistencia y que puede ser utilizado contra ella? Si bien el ejército se ha mantenido siempre neutral ante los debates políticos de los civiles, lo cierto es que ha defendido el país frente a los israelíes en coordinación permanente con la resistencia clandestina, o sea con el Hezbollah. Es el resultado de los esfuerzos del general Emile Lahoud y la razón por la cual los occidentales nunca dejaron de denigrarlo a lo largo de su mandato como presidente de la República.

En realidad, como siempre ha dicho Hassan Nasrallah, el único medio eficaz que tienen Washington, Tel Aviv y Riyadh de deshacerse de la resistencia libanesa es convertirla en una fuerza inútil, dejando de agredir al país.