El Día de la Madre es una fecha clásica, que se la festeja desde siempre; al menos yo me acuerdo de ella desde cuando tenía cinco años, (ahora ya tengo ochenta); ese día me convertía en el embajador de la ternura, pues mi padre organizaba una fiesta, que no era más que un almuerzo especial, fuera de lo común del diario yantar, pero que estaba salpicado por unas copas de buen vino y que contaba con la presencia de los familiares más cercanos: abuelos, tíos, primos. En ese almuerzo, yo era la estrella de la ocasión puesto que mi abuela, la Lolita, como la llamábamos, la que me enseño a leer a los cuatro años y a recitar poemas pequeñitos pero hermosos, me preparaba, casi un mes, para que el día de la madre, en que se reunía toda la familia en nuestra casa, recitara, con mímica y todo, un poema en honor a mi madre, a la vez que le entregaba un gran ramo de flores, preparado por mi padre, con las rosas, los jazmines, las margaritas y los alelíes, que la tía Olimpia cultivaba con un amor de fraile jardinero.

Desde entonces, ese día se convirtió en el más feliz de mi vida y lo hemos seguido festejando con mucha alegría, a pesar de que los protagonistas originales de esa fiesta se marcharon, definitivamente, hace muchos años. La fiesta, para nosotros, sigue siendo igual: toda la familia alrededor de la mesa hogareña, presidida por Doña Marinita, la abuela ya ochentona, y ante un almuerzo criollo, sin sofisticaciones, pero eso sí regado con copiosas libaciones de un Close de Pirque, cabernet sauvignon, de Concha y Toro ¿no les gustó la lata, verdad? y, desde luego, con un postre de acuerdo a los tiempos modernos: un bello pastel lleno de crema y de frutas, para deleitar los ojos y el paladar.
Pero, como han cambiado los tiempos, ahora ya no se festeja así el Día de la Madre; no, ahora es más encopetado, más fastuoso y mucho, mucho más costoso. Primero, ya no es el día de la madre, ahora es el mes de la madre y los grandes consorcios comerciales nos atiborra con deslumbrantes ofertas de, ¡horror!: automóviles último modelo, viajes alrededor del mundo, conjuntos de sofisticados electro domésticos, cenas fastuosas con música de orquestas celestiales y licores que, al pobre Close de Pirque, le dejan como una chicha cualquiera y a las sufridas mamas y abuelas convertidas en inconocibles damas de la alta sociedad, salidas, olorosas y bien peinadas, de los millonarios salones de belleza.

¡Viva el día de las madres! Convertido en un millonario negocio, gracias a la imaginación de los reyes de la publicidad.

Pero yo, como soy de otros tiempos, más simples y más humanos, me contento con celebrar este día a la “antigua” y, por eso, les dedico a todas las mamás y a las queridas abuelas, un poema que escribí hace algunos años para doña Marinita, mi compañera de toda la vida, vientre engendrador de esta bella familia que me acompaña ahora, copa en mano, a brindar con ustedes, un Close de Pirque humilde, festejando a las madres de mi tierra.

Para mi compañera en la gran aventura de la vida.


La biografía del mar está en las olas,

como la vida mía hoy descansa

en el cielo sin nubes de tus ojos;

no sé hasta donde, pero estás conmigo,

en los cauces intensos de mi sangre,

en la penumbra viva de mis versos,

en la apertura escueta de mis sueños.

No hace falta llamarte

para sentir que siempre estás presente,

Olga Marina tiempo, conmigo envejecida;

eres como la hierba amanecida,

como la luz viajera y sus insomnios,

eres agua para beber toda la vida.