Cuando mañana sábado, si tiene a bien aceptar la invitación de ver el programa Fuego Cruzado que le hago, usted pueda apreciar las sesudas, sabihondas, científicas expresiones de un tal Juan Prieto, que funge de cónsul del Perú en el país del sur, coincidirá conmigo que aquél es un caso único en la historia mundial: ejerce sin materia alguna en la caja craneana y regurgita lindezas como aquella de nominar a la suciedad, a la falta de civismo en las calles, a la delincuencia, a la ebriedad pública, como rasgos definitorios de la “cultura peruana”. Obvio, ¡éste debe ser enemigo del Perú! ¿Hay alguna forma de saber si está en la nómina de pagos? Porque debiera estar, de acuerdo al calibre de sus expresiones, barriendo en algún sótano anónimo o en una puna peinando pelos a los auquénidos, antes que denigrar de ese modo a un país con 28 millones de habitantes.

¿Qué aprenden en Torre Tagle? Pregunta válida, porque de un tiempo a esta parte, son varios los cónsules que transitan por las protervas avenidas del escándalo, del conchabo compadrero, de la estulticia estridente y a la que motejan de trabajo diplomático. En Barcelona, un ex involucrado en malos manejos de objetos de arte, se dio el lujo de delatar ante sus patrones a un compatricio. A posteriori, como suele ocurrir con los embragues automovilísticos, primero se presiona y luego viene el cambio, han remendado el estropicio, pero el accidente, la fractura y, en no pocos casos, las fallas y daños, son sucesos lamentables y terminales. Ahora, en un sitio como la capital chilena en que existe una tradicional observación puntillosa y hasta antipática, razón de más, para acudir y vencer los retos planteados, el despelote es descomunal. Pero no, los diplomáticos y los que no lo son, se empeñan en ser como los monitos de la caricatura: mudos, sordos, ciegos.

Si hay una fórmula o camino de avenida que nos haga reflexionar y, mucho más que aquello, cambiar drásticamente patrones aviesos de mal comportamiento, es criticarnos sin piedad y, con más dureza, si es que esos colectivos peruanos están en otro país. ¿Cómo, con qué derecho, bajo qué norma de simios atrabiliarios o palurdos sin educación alguna, se puede permitir la forja de basurales, el arrojo de botellas, la micción pública, el asalto, la monra, no sólo en Santiago sino en cualquier ciudad de Chile o del mundo? ¡Ese es un comportamiento de primitivos, de salvajes descompaginados de cualquier orden social! Pero, en lugar de corregir, orientar, educar a esos réprobos, el cónsul Juan Prieto, individuo sin un gramo de cerebro de cualquier color, especie o marca, nomina a toda esa bestialidad asquerosa: “parte de la cultura peruana”. Su mirar extraviado, cuasi tímido, con tartamudeos fronterizos, dan cuenta de un sujeto que acaso podría ser muy eficiente como picador de papeles de parque público, pero no en la delicadísima responsabilidad por la que el pueblo peruano le paga la astronómica suma de US$ 10 ó 13 mil mensuales.

No se justifica, y lo verá en el espacio televisivo, la enorme cantidad de groserías enderezadas a los peruanos y originadas en chilenos. En las sociedades, siempre hay sectores fácilmente manipulables y proclives al chillido gutural y a la escatología disfrazada de nacionalismo. Pero no debemos concluir, de ninguna manera, en el facilismo de “explicar” aberraciones que tienen que ser eliminadas del comportamiento social.

Aterra pensar a qué riscos difíciles o abismos puede llevarnos la falta de tino y la abundancia de estupidez cuando uno escucha a un cónsul de las calidades abisales y subterráneas de Juan Prieto. Definitivamente es un mal elemento, abúlico, ignorante, incapaz de producir dos o tres frases idóneas y constructivas. ¿En ese sujeto, disfrazado de cónsul, tiene Torre Tagle en Santiago de Chile, depositada su confianza? ¿qué piensa el embajador Hugo Otero?

Hasta donde sé, si se le expulsa de Santiago, mejor dicho, si se extrae de esa sede, a Juan Prieto, cuyo único mérito consiste en ser compañero de promoción de Gonzalo Gutiérrez Reinel, el archipoderoso vicecanciller que puso en ridículo al presidente Alan García y quien se auto-proclama como el sucesor fijo e indiscutible de Joselo García Belaunde, no sería un suceso nuevo en su precarísima hoja de servicios: tal parece que hay precedentes y eso es muy grave. ¿Cómo, habiendo esa presunción, enviaron a un inútil a un consulado como el de Santiago de Chile? Una prueba más de cómo los pilotos de Torre Tagle han perdido la brújula, ingirieron la bitácora, quemaron el mapa y perdieron toda clase de papeles, como años atrás en Arica, en narración que he contado. Y sobre la cual ¡jamás! he sido desmentido ¿no don Eduardo Ponce de Vivanco?

¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

¡Sólo el talento salvará al Perú!

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