Quizás el Vasco no viera hoy con malos ojos este título. Quizás (1).

Tal vez sea obra de la casualidad: en el mismo momento en que los periodistas-trabajadores de prensa y comunicadores sociales nos acercamos al 7 de junio, nuestro día, los editores de todo el mundo se reúnen en Suecia para decirse entre ellos que la nueva cultura del trabajo se construye integrando las redacciones on line y de diarios, y que eso alentará la extensión horaria, permitiendo aprovechar mejor “los recursos humanos”.

De esa conclusión, más del 50% ni siquiera toma nota porque ya lo aplica y el resto sabe que tiene apenas dos años para sumarse a ese club.

El genérico “periodistas” –en cuyo nombre se permiten hablar aquellos que, como los que se reúnen en Suecia, en una especie de Davos de la comunicación, diseñan estrategias de empresas o grupos comunicacionales capitalistas, o sea de defensa de un cierto tipo de interés que dista de ser el que contiene o representa a las mayorías- puede confundir tanto como el de “chacareros”, para usar una comparación a tono con el momento.

Claro que el poder de manejo y alcance de llegada de los dueños del entramado comunicacional-cultural-entretenimiento impregna a “periodistas” de su interés, que lejos está de ser genérico: ya sea para extender sobre el resto de los “periodistas” la preocupación y/o indignación por sentirse “atacados” cada vez que sectores de la sociedad sin capacidad de impacto semejante señalan sus intenciones políticas, económicas, tipo y calidad de mensaje o, también, para que se asimile, sin ningún ruido, su concepto acerca de qué es información y libertad de expresión, vieja muletilla que no merece ser citada más que en estas dos líneas.

Los días que transcurren, desde marzo hasta aquí, son un ejemplo cuya contundencia no debe hacer olvidar ni a quienes que lo advirtieron –como consecuencia de un proceso inédito de concentración económica y comunicacional a nivel mundial- ni a aquellos que habiendo sido funcionales durante años a esos que hoy descubren como actores principalísimos de la dictadura mediática, se suben al tren del cuestionamiento con un olor a oportunismo que apesta.

La difusa cuando no imperceptible imagen de esos apropiadores de la comunicación, con una gama de negocios que va desde un medio hasta ser un protagonista activo y clave de por qué la soja en función de inversiones propias y, también, de pares, pareció impedir arribar a conclusiones como las de hoy; sin embargo nada de eso dejó –ni dejará- de estar presente para miradas atentas que expresan –y expresarán- intereses contrapuestos a esos apropiadores: sólo estuvieron –y estarán- ausentes cuando desde una autoproclamada “independencia” se milite, desde esa compleja trama empresarial con orificio de salida en lo mediático, para defender los intereses de las minorías, arrastrando, no tan paradójicamente, audiencias masivas.

Apunta correctamente la reciente Carta Abierta firmada por un grupo importante de intelectuales respecto de la comunicación y el poder de los medios “...se trata de reconocer su capacidad para recoger, organizar y devolver legitimadas, en especial, las formas más maniqueas, más silvestres y más ansiógenas del propio sentido común de las capas medidas y sus elementales fantasmas. Esta es la lógica de los medios masivos... simplemente se llama búsqueda del lucro en el capitalismo avanzado”.

Nada de eso nos es ajeno a los periodistas (como tampoco a todos los trabajadores de la comunicación, ni a organizaciones sociales postergadas o ninguneadas, ni a los estudiantes, portadores del peligroso virus de ser jóvenes, ni a los organismos de derechos humanos, sospechadas cabezas en la lucha contra la dictadura, ni a los gremios que lucharon y luchan defendiendo a los trabajadores, estigmatizados todos como la lacra de la rapiña, la corrupción), por eso vamos, como fuimos, por democratizar la comunicación pero decimos que a ese objetivo no se llega sino se democratiza la economía.

En esa disputa, en esa confrontación, no hay conciliación con los dueños de esa maquinaria en el sentido de cómo y qué se pretende comunicar.

Es que Periodistas son aquellos que ya padecen –en su salud, en su imaginario profesional, en sus condiciones de trabajo- aquello que más de la mitad de los editores de diarios reunidos en Suecia aplican en sus empresas, sin que jamás permitan que esas condiciones de explotación sean llamadas así cuando de ellos se trata, denominación que siempre rechazarán por panfletaria; y que ya están perfeccionando con vistas a las nuevas generaciones.

Periodistas son aquellos a los que nadie llama periodistas porque una vestimenta difícil de asociar, un estilo casi oficinesco o más bien proletario (en otro momento cabría pedir perdón por la palabra, pero se trata sólo de un panfleto) los “desperfila”, no dan el target, pero que forman parte de aquellos que todos los días producen y transmiten información.

Periodistas, aquellos que bajo la presión de los años 90 (donde los dueños del genérico impusieron todo tipo de condiciones, incluso a pesar de valiosas resistencias) conservaron su puesto de trabajo ganados por el miedo a la participación y que, comprendidos por aquellos que nunca la abandonaron, no aportan excusas.

Periodistas son los que antes y hoy defienden el Estatuto y los Convenios Colectivos, panfletos mayores, reliquias, obras rescatadas de la antigüedad, que resistieron embates memorables y que hoy son retomados cada vez que de una necesidad surge el derecho que nos asiste, no el que hay que crear.

Periodistas, los que en muchas redacciones elaboran pliegos con los incumplimientos empresarios, infinidad, juntan firmas, se organizan y saben que para los grupos empresarios la fiesta de la impunidad no terminó, de ahí las prevenciones.

Periodistas, aquellos que ganan salarios de mierda –palabra panfletaria si las hay- y que pelean por aumentos, o que no pelean porque tienen miedo a las represalias y putean por lo bajo; son los que descubren hoy que las horas de trabajo son 6, que les corresponden dos francos por semana, que nadie es un tirabomba por pedir la aplicación del convenio.

Periodistas, los que se quedaron sin trabajo o están a punto a hacerlo, producto del juego de la rentabilidad al que acceden los que hegemonizan el genérico “periodistas”, que en estos casos se desvanece para dar lugar a la reformulación empresaria (el caso del grupo mexicano CIE es, en estos días, el ejemplo último). Periodistas que, junto a otros trabajadores, luchan, verbo panfletario hoy utilizado en páginas y suplementos del agro para realzar la acción del “campo”.

Periodistas son los miles de colaboradores, monotributistas forzados, cuya existencia se niega en la discusión colectiva en cada medio, donde las empresas evitan atender todo tipo de reclamo, salarial, laboral, profesional, tratando de convertir en kelpers a compañeros que son periodistas, de hecho y de derecho.

Periodistas, los que transitan por los medios alternativos defendiendo estilos y mensajes y que, desde siempre, bregaron por una comunicación democrática en medio de la más feroz persecución empresaria y política, que coptó, incluso, organizaciones que ahora se suben al reclamo por una nueva Ley de Radiodifusión, reclamo que es absolutamente legítimo por parte de aquellos que siempre dinamizaron ese planteo, sin necesidad de que alguien les dé permiso. Tanta disponibilidad a la confrontación, protegida, requiere no olvidar que algunos fueron socios de los grupos privados que se presentaron a la licitación de los canales en la era Menem y/o funcionales para que la ley de Bienes Culturales fuera aprobada.

Periodistas, los que van a todo tipo de cobertura con el micrófono, los que llevan la cámara, los ayudantes, que cuando se apaga la luz coinciden en que así no se puede trabajar, mientras algunos se disponen a dar respuestas colectivas junto a los compañeros de los medios en los que trabajan.

Periodistas son los pasantes, forzados por las patronales a no integrarse a la redacción, inducidos al desarrollo individual y a ignorar sus derechos como principal garantía de su continuidad laboral. Y los que desde el otro extremo etario lucen como periodistas jubilados su convicción de que no son pasivos.

Periodistas, aquellos para los cuales el compromiso profesional no está desligado del compromiso con sus pares y con aquellos otros pares que integran la mayoría de la sociedad, los que tienen como único capital su capacidad de trabajo y que quieren un mundo más justo, sin desigualdades que ofenden la condición humana.

Periodistas son aquellos que no tienen que hacerse ninguna autocrítica respecto de cómo atravesaron la peor dictadura y que reconocen la impronta imborrable de Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Paco Urondo, Enrique Raab, Miguel Angel Bustos, el Negro Demarchi, que hicieron de la calidad y la entrega absoluta la síntesis más bella, donde miles, después de aquellos años siniestros, buscaron y buscan reflejarse: mal, bien, regular, parcialmente.

La consecuencia y convicción acerca de qué define el otro sentido genérico de “periodista” permite que hoy, y desde hace algunos años, esos nombres y el de los más de 100 periodistas desaparecidos hayan dejado de ser la expresión limitada de un panfleto para convertirse en una reivindicación insoslayable (2)

Periodista, el que salió a romper el techo y la censura empresaria, para denunciar e investigar al poder económico, sea este nacional o transnacional, a través de distintos soportes comunicacionales, que luego, en muchos casos, se transforma en aporte de luchas sociales; periodista también el que en los medios tradicionales crea el resquicio para decirlo.

Periodista, el que escribe, relata, muestra una historia con la calidad que obliga; el que intenta organizar a sus compañeros para enfrentar las injusticias, arbitrariedades, discriminaciones empresarias: precisamente aquellas que son parte del lucimiento de los dueños de la comunicación en Suecia, donde se juntaron para apurar a los retrasados y adelantar el futuro, que sienten que les pertenece. Aunque el mundo que ellos hegemonizan sea el de mil millones de hambrientos, al que se sumará otra cifra pavorosa en poco tiempo más, en el planeta que ellos y otros pocos y poderosísimos barones construyeron y controlan.

En el día del periodista un panfleto. Apenas un panfleto (3).

(*) Periodista. Secretario General de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA)
(1) El original de aquel volante, con su corrección respectiva, soportó hasta hoy las inclemencias de la historia.
(2) Para algunos tan insoslayable como las de Aldo Comotto, Enrique Tortosa, el Vasco Urzagasti, Pedro Uzquiza, Pedrito Durrels, los Osos Sulleiro. Y, por supuesto, Mario Bonino.
(3) El que busque a la UTPBA en el panfleto no tiene más que detenerse en cada párrafo. Sí, ahí. Y en el otro. Y en el otro. Una cosa es el panfleto y otra el abuso.