Las constantes alusiones en contra del gobierno nacional, acusándolo de centralista y antidemocrático, pretenden crear una cortina de humo acerca de las verdades del momento histórico que atraviesa el Ecuador. Armando una serie de confusiones discursivas con un alto contenido regionalista, el alcalde de Guayaquil pretende generalizar su mensaje, para elevarse ante el pueblo como su más ferviente defensor.

Las invenciones en sus mensajes procuran alabar la regeneración de la ciudad, pero habría que considerar que su esteticismo y visión de futuro difundida por los poderosos medios de comunicación, condenan a cientos de comerciantes informales a transitar de la pobreza a la extrema pobreza; es una cuestión de marketing, para posteriormente difundir información de que Guayaquil está en marcha.

Ahora que un Gobierno democrático comienza actuar diferente a las perspectivas ideológicas y prácticas que siempre se impulsaron en esa región del país, el Alcalde exalta el sentimiento de ser guayaquileño. La maquinaria propagandística utilizada no es únicamente el concebir al ciudadano de Guayaquil como una figura de progreso, es un síntoma de las contradicciones existentes en la correlación de fuerzas; es algo que Jaime Nebot ya no puede contener. El último recurso que posee es comenzar a homogeneizar los mensajes, pues la uniformidad de mensajes, la manipulación, tienden a formar es una unidad que pretende ser asertiva.

La propaganda divulgada, según su ideología neoliberal social-cristiana, pretende enfrentar problemas que en los hechos no son de regiones ni de valores, la actitud promocional es una defensa a los intereses oligárquicos que están siendo afectados por la concienciación del pueblo. Esta actitud comienza a saturar con símbolos que enlacen un sentimiento de masas; al final es un espejismo: la bandera, los mensajes mentirosos fuera de la realidad, son solo parte del sostenimiento del poder sabiendo que se lo va a perder.
La Asamblea Constituyente, democráticamente, debate la posibilidad de poner en marcha una legitimidad: el derecho a trabajar. Este anuncio permitió el retorno de los comerciantes a los espacios públicos, dentro de la regulación municipal. En la actualidad, el alcalde de Guayaquil sentencia que de aprobarse una disposición como ésta, sería la agresión más profunda que ha recibido Guayaquil. Los medios de comunicación no esperaron para dar voz a un problema que, según ellos, es estético, de desorden: “la ciudad va a ser un caos”, “los pobladores no van a permitir que retorne el desorden”. Son habilidades de persuasión; se pretende entregar al público una aparente verdad insoportable para Guayaquil.

Ésta, una invención que denota el sufrir del dueño de Guayaquil y sus cómplices, pretende calar en la reflexión del pueblo; se dan el trabajo de construir símbolos falsos, sin saber cuáles son los movimientos reales dentro de la sociedad. Es una falacia que el pueblo, con una comunicación clara y precisa, debe revelar para descubrir el fondo del problema.

Tras la paranoia difundida por el burguomaestre “guayaquileño” y los grupos de poder en el país, el único objetivo que se pueden plantear es desviar el propósito de cambio social, exclusivamente emprenden el juego del símbolo con su significado mentiroso. Después de todo, ‘el gran Guayaquil- es una mentira de las palabras del oligarca, difundida por los mass media.