Es interesante, por otra parte, ver las tensiones en torno al manejo de los discursos en cada evento, dadas las implicaciones políticas en cada uno de sus momentos. Para el 4 de febrero, las consignas fueron claras y directas contra las FARC; consignas que fueron defendidas además por los medios y los funcionarios del gobierno que la promovieron. Incluso ante la aparición de algunos disensos, los medios y el gobierno reaccionaron condenando cualquier intento “de sabotaje”. Por otra parte, los promotores de la marcha del 6 se vieron abocados a construir durante el proceso un discurso más abierto y propositivo, buscando unificar las voces en un sentido de solidaridad con las víctimas y en rechazo a la violencia de todo tipo. Inicialmente esta convocatoria se había hecho en homenaje a las víctimas del paramilitarismo y los crímenes de Estado, en tanto se trataba de una movilización ya agendada para dar inicio al “IV Encuentro del Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado” realizado en Bogotá entre el 6 y el 8 de marzo; dado el contexto, otros sectores apoyaron la convocatoria de este movimiento y concertaron ampliar la participación y sentido de la misma, proponiendo una movilización que expresara de diversas maneras solidaridad con quienes han sido víctimas de la violencia, sin distinguir actor armado o sector político.

Los matices sociales, políticos y culturales que connotan y denotan estos discursos agotarían cualquier pretensión de análisis, sin embargo no se puede pasar desapercibido por la desafortunada e incluso mortal tensión, o polarización, que existe en el país entre los sectores políticos de extrema derecha y los sectores de izquierda. Tensión que a su vez tiene contexto en el ámbito internacional de la guerra contra el terrorismo. Tal tensión interna, en combinación con la guerra internacional, parecería ser el planteamiento de una nueva versión de la guerra fría, o el descongelamiento de la misma.

El segundo contraste está en la composición de la movilización. Aunque ambas marchas, como ya lo mencioné, tuvieron un alto nivel de participación, la diferencia básica está en quiénes salieron a marchar y de qué modo lo hicieron. En términos generales, la marcha del 4 de febrero fue una movilización en masa de la ciudadanía, motivados por el cansancio frente a la violencia y las atrocidades de las FARC; mientras el 6 de marzo fue una marcha del movimiento social, disciplinado y organizado. No cabe duda de lo desbordante que fue la marcha del 4, tanto en el país como en el exterior, que en mi percepción rebasa la marchas del NO MAS en octubre de 1999. Quienes salieron el 4 lo hicieron de forma espontánea; compraron su camiseta, fueron a la calle y gritaron, con mayor o menor fervor, las consignas “contra los terroristas de las FARC”. Sin demérito de la importancia sociológica de estas expresiones, la marcha del 6 mostró otros niveles. Esta marcha fue minuciosamente preparada (no por quienes la convocaron, que es obvio para ambos casos) sino por quienes participaron desde sus organizaciones y sectores (indígenas, campesinos, negritudes, mujeres, jóvenes, sindicalistas, trabajadores, universitarios, ONG, artistas, etc). Esta preparación se vio en el nivel de elaboración de las múltiples representaciones que fueron puestas en el escenario de la calle y la plaza.

Desde esta perspectiva, la marcha del 4 fue una marcha más homogénea, tanto en el discurso como en la panorámica; no a las FARC y una masa que cubría las calles de color blanco; la marcha del 6 fue más heterogénea; recogió diversas expresiones de rechazo a la violencia, desde la generada por el paramilitarismo y el estado, hasta la generada por la guerrilla, especialmente el secuestro. Panorámicamente, el 6 fue una marcha multicolor; basta ver las fotos en ambos casos para con un golpe de vista tener una idea del carácter de cada una de ellas.

El tercero nivel de contraste está en el significado político a nivel nacional e internacional. No se duda del impacto político de ambas marchas. La marcha del 4 de febrero fue un mensaje contundente a las FARC sobre su grado de deslegitimidad en el que se encuentran. En este sentido, el gobierno nacional ha tenido éxito en su campaña. Se trató a su vez de un respaldo por parte de los sectores participantes a la política de gobierno del presidente Uribe. La versión criolla de la lucha contra el terrorismo se confirma y las FARC están sin duda en la mira de la diplomacia internacional. Por otra parte, la marcha del 4 de marzo fue una muestra de cuan afectados están los distintos sectores sociales en el país (no hay sector que se haya salvado de las atrocidades de la guerra); es una muestra de la dimensión del problema y un motivo de rechazo a toda forma de violencia, y por obvias razones a la política de guerra del actual gobierno. En el ámbito internacional reafirma y hace evidente una realidad que el gobierno nacional oculta constantemente. En este sentido, el mensaje es sobre la imperante necesidad de una mayor presencia internacional que medie en el conflicto colombiano, en la medida que el mismo gobierno es uno de los actores, junto con las guerrillas y los paramilitares, que lo incentivan.

Finalmente, algunos otros aspectos particulares sobre la marcha del 6 de marzo. Esta marcha podemos verla sobre todo como una movilización de símbolos. En este sentido, salir a la calle o ir a la plaza, fue una nueva forma de participación; se trató de leer y ser leído; de expresar y ser visto, escuchado, sentido, incluso palpado. Un momento y un espacio en el que las personas se encontraron como mutuos significados y significantes.

Un primer valor simbólico para destacar, dado su carácter plural y propositivo, fue el intento que esta marcha representó ante la necesidad de superar la polarización social y política que vive el país. Polarización que no contribuye al surgimiento de alternativas pacíficas al conflicto armado ni, en general, a la violencia. Aun en medio de la exacerbación de los ánimos sociales y políticos y de las tensiones con los países vecinos que se vivieron durante esos días, una convocatoria en clave positiva, de indignación frente a la violencia, de solidaridad con las víctimas, resulta fundamental para aunar los esfuerzos de la sociedad en torno a soluciones políticas pacíficas (en tanto están en práctica soluciones políticas violentas). No se trata de seguir los pasos hacia la guerra, sino de elevar expresiones para que esta cese. Colombia requiere de forma inmediata un cambio de dinámica; de la guerra a la paz; de la injusticia a la justicia; de la inequidad a la equidad; de la exclusión a la inclusión. El sentido político de la marcha reafirmó la idea de un llamado a la superación de las polarizaciones en que nos hemos visto envueltos durante los últimos años. En este orden habría que enfocar los esfuerzos de movilización social venideros.

Un segundo valor simbólico está en su expresión de lo humano. Quizás lo más digno y unificador del 6 de marzo fue el sentido de lo humano que lo caracterizó. Un sentido profundo, que es reconocer en el otro al semejante, con quien hago unidad en tanto soy consciente de su existencia. Así, ver símbolos y ser símbolos es una forma de hacer conciencia del otro. Muchos de los manifestantes recurrieron al arte para expresar su dolor, rabia, cansancio y solidaridad. En todas las plazas y calles se expresó, de diversas maneras, un sentimiento de solidaridad con millones de colombianas y colombianos, mujeres, niñas y niños, hombres, jóvenes, ancianos, que han sufrido los golpes de la violencia, venga esta de donde venga.

Ya para finalizar, un tercer valor simbólico, es la evidencia de las víctimas de la violencia en Colombia. Desde el año anterior las víctimas han ganado mayor protagonismo ante la opinión pública nacional e internacional. Contextos como los procesos del paramilitarismo ante la Ley de Justicia y Paz, la marcha del profesor Moncayo, el asesinato de los ex diputados del Valle, la gestión del gobierno de Francia para la liberación de Ingrid, entre otros, han favorecido que se tome conciencia de la existencia del problema de las víctimas. La marcha del 6 corrobora esta presencia de las víctimas, no en un papel pasivo, sino activo y organizado de exigibilidad de sus derechos.

Que se haya puesto en la escena este tipo de situaciones pone en evidencia la incomodidad del gobierno central, particularmente en contextos como la negociación del TLC, en donde las exigencias en materia de DDHH a Colombia no se hacen esperar. Los intentos de funcionarios del gobierno, particularmente el asesor presidencial, por desacreditar la marcha, y las posteriores amenazas, e incluso asesinatos, que se derivaron contra sus promotores por parte de grupos paramilitares aún existentes constituyen la reacción a lo sucedido el 6 de marzo. Se trata de un absurdo atentado contra la vida y la integridad de las personas. Una forma de la política que recurre a la violencia directa como mecanismo para contrarrestar o anular la oposición. Es bastante preocupante esta situación y considero que el gobierno colombiano es poco inteligente al plantear tales mecanismos, cuando en el fondo es observado con atención por los sectores de oposición en los Estados Unidos y otros países y organizaciones del mundo en materia de violación a los derechos fundamentales.