por César Hildebrandt
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Ya a las 9 de la mañana el señor Aurelio Pastor aseguraba en RPP que el paro había sido un fracaso y que la lección que podíamos sacar era que la democracia prevalece, los comunistas fracasan y los trabajadores quieren trabajar. Lo dijo con el mismo énfasis con el que alguna vez se fue del Apra tirando un portazo porque “algunos compañeros” le robaron en mesa la silla de diputado ganada con el sudor de su frente (popular).

Pero ahora resultaba que esos ladrones de votos fraternos habían triunfado en toda la línea, para beneplácito de Raúl Vargas, que ya empieza a ser, gracias a su talento culinario, algo así como la Teresa Ocampo del oficialismo sucesivo.

Ese parte de guerra dado antes de la guerra por Aurelio Pastor lo repitió muy temprano por la tarde, don Jorge del Castillo, investido de capitán de Burgos al final de la batalla del Ebro. Este señor enterró al paro poniéndole lunares de diversos colores a un mapa del Perú y diciendo que en los lunares rojos (que eran muy pocos) el paro había sido parcial, “aunque de cierto impacto”, pero no por la voluntad huelguística “sino por el bloqueo de las carreteras”.

Añadió que los lunares amarillos (también pocos) señalaban los lugares donde el paro se había notado muy discretamente (también a causa del bloqueo de carreteras, recalcó). Y remató su análisis ya no como capitán falangista sino como médico forense diciendo que los puntos azules (que eran un montón, como si los Pitufos hubiesen hecho escala en el Perú) describían aquellas ciudades –todas importantes, empezando por Lima– donde el paro no sólo había fracasado sino que casi podía hablarse de una jornada especial de trabajo, una suerte de festival del esfuerzo estajanovista con el que los trabajadores le guiñaban el ojo al gobierno y le enseñaban el dedo medio a Mario Huamán y camaradas.

A mí me dio ganas de llamar a Huamán y darle el pésame, llamar a Olmedo Auris y saludarlo con carácter póstumo, llamar a Manuel Dammert y preguntarle si no estaban pensando seriamente en el suicidio tipo Guyana.

Y estuve yo mismo pensando en la autoeutanasia compasiva cuando vi al horneado doctor Alva Castro hablar con jefes policiales que no le contestaban y que, por lo tanto, también decían que los mítines habían sido escasos, señor ministro, y los pocos piquetes fácilmente reprimidos, mi general Salazar, y los saboteadores a la fiscalía –todo ello deducido de la estática por los desencriptadores de Haifa que deben asesorar al muy ministro–. Entonces empecé a sospechar.

En eso se me ocurrió abrir las páginas de RPP, CPN y El Comercio, que funcionan de Senamhi del régimen, y reparé en que en ninguna de ellas se había usado las palabras fracaso, derrota, frustración. Todos hablaban del incendio vandálico en Madre de Dios, de la condenable agresión a una periodista de Canal 4 y del ilegal bloqueo de carreteras en diversos puntos del país. Pero nadie calificaba a la jornada.

Así que me puse a hacer algunas llamadas, a ver entre líneas alguna tele y a revisar Andina, que también hablaba del vandalismo pero no se atrevía –hasta las 8 de la noche y resistiendo presiones, me imagino- a llamar fracaso al 9-J.

Ninguna agencia de noticias y ningún periódico serio del mundo repetían a pie juntillas la precocidad del alemán Pastor ni el responso de Jorge del Castillo. “El País” tituló: “Más de 200 detenidos en la segunda jornada de huelga en Perú”. Y la agencia Reuters, en un extenso despacho, dijo que “el ministerio de Trabajo informó de una asistencia laboral del 98 por ciento mientras que según los organizadores de la protesta el paro fue exitoso”.

Lo que más se acerca a la verdad es que el paro fue débil en Lima y entre fuerte y muy fuerte en los departamentos de la sierra y en los del oriente. Eso no se puede llamar fracaso y así pareció entenderlo hasta el presidente de la República, que habló por la tarde antes de Jorge del Castillo y lo hizo en un tono conciliador admitiendo que, en muchos casos, “hay razones para estar descontento”.

Con lo que Jorge del Castillo queda haciendo el papel de ultrapapista y vengador beligerante, algo que lo inhabilita para seguir siendo bombero y componedor. Ayer puede haber sido la despedida con ceño fruncido de un primer ministro que, en vez de serenidad, demostró una intolerancia peligrosa frente a lo que es, sin duda alguna, legítima defensa social.

Ha sido triste ver a Jorge del Castillo en el papel de “general victorioso” y sumándose al coro de Gonzales Posada y Aurelio Pastor, dos de las histerias más teatrales y esas sí que chillonas de los últimos tiempos.

El paro se dio, a pesar de amenazas y de ese spot que la mafia aprista hizo aparecer como a cuenta del Pnud (¿habrá investigación o el fujimorismo volverá a canjear algo con el alemán Pastor). Imprescindible es decir, sin embargo, que este paro de poco servirá en el pliego de las reivindicaciones.

Sí será un hito de autonomía sindical y conciencia de los propios intereses frente a un régimen que quiere todos los poderes y sueña con la pesadilla de la unanimidad.

Escuchando a algunos dirigentes apristas hablar desde ese púlpito imaginario en el que ensayan remedar a García y homenajear a Haya, algunos jóvenes quizá entiendan por qué un partido tan masivo y popular fue odiado, en sus mejores momentos y más allá de la resistencia que podujo en la oligarquía, por dos tercios del Perú.

Dos tercios de peruanos que, desde el pueblo, odiaron asidua y pulcramente a esa Apra de asalto y catapulta que ayer asomó su entraña. Y es que la mezcla de arrogancia y matonería es, como la intrusión de Evo Morales, sencillamente repulsiva. Hoy, en efecto, es 10 de Julio. Pero habría sido un 10 de Julio muy distinto sin la demostración de resistencia de ayer.