De 2006 para acá los estudios de Hollywood estrenaron películas más o menos críticas como Soldado anónimo, de Sam Mendes, con sus elocuentes escenas con pozos petrolíferos en llamas; El sospechoso, de Gavin Hood, centrada en las vacilaciones morales de un joven agente de la CIA que debe supervisar el violento interrogatorio de un ingeniero egipcio sospechado de terrorismo; y Leones por corderos, de Robert Redford, que presentaba paralelamente los argumentos del lobby republicano, y los de un par de jóvenes estudiantes para ofrecerse para ir al frente. Películas que de una u otra manera y con mayor o menor eficacia apuntaron al espectador norteamericano, incluso al más ferviente opositor a Bush y su política exterior; aquél tironeado entre la condena a la violación de derechos humanos en Abu Grahib y Guantánamo, y la convicción de que su país no podía dejar de dar una respuesta militar tras el 11-S.

De todas las películas de ficción sobre la guerra en Medio Oriente estrenadas masivamente en los últimos tiempos, las dos más contundentes fueron La conspiración, de Paul Haggis, y Redacted, de Brian De Palma, que aún espera estreno argentino. Ambas narran casos de crímenes cometidos por jóvenes reclutas norteamericanos que, enclavados en un lugar al que son enviados sin haber comprendido jamás las razones profundas de la guerra, pierden –según una expresión norteamericana común– “su brújula moral”. La conspiración lo narra desde el punto de vista de los esfuerzos “oficiales” por encubrir estos crímenes , pero quien de verdad sacudió a crítica y público fue De Palma, con una obra que filmó con bajo presupuesto y cámaras digitales y con una premisa que la convierte en una virtual remake de su propia Pecados de guerra, de 1989.

Pero si aquella película trataba el caso de un crimen real perpetrado por soldados norteamericanos en Vietnam, Redacted aborda un hecho parecido, también verdadero y atroz, pero apenas un año después de ocurrido: el de la violación de una adolescente iraquí y su asesinato y el de toda su familia por una tropa estadounidense. Narrada como si fuera un documental, la película constituye una suerte de ensayo sobre la multiplicidad de puntos de vista, armado con fragmentos de blogs, websites, medios norteamericanos y árabes, video-camaritas no profesionales, cámaras de seguridad, y un amplio archivo de imágenes googleables.

Su propósito es claro: cargar sobre las corporaciones mediáticas y las grandes agencias de noticias, mostrando al menos un parte de todo aquello que se le está escamoteando a la opinión pública. Cruda, directa, imperfecta pero ambiciosa y arriesgada, es de todas las películas sobre Irak la que asume más enérgicamente su misión de denuncia y agitación. Eso le ha valido la indignación de muchos periodistas de su país, pero, con un puño en alto, como el realizador surgido de los 60 que es, De Palma no se echa atrás sino que sigue abriendo fuego. Y así ha dicho: “Estamos lidiando con la violación de un país entero. Lo estamos destruyendo, con una enorme máquina militar que dice: bombardeen, destruyan. Ya distinguiremos buenos de malos entre los cadáveres”.

Nota publicada en la revista Acción número 1005, primera quincena de julio de 2008