Llegar a Montecristi el 23 de julio, cuando faltaban apenas tres días para que el proceso constituyente llegue a su fin, era encontrase con un cúmulo de emociones difícilmente descriptibles. Había ansiedad en los asambleístas y sus equipos de asesores y colaboradores, así como en los periodistas que cubrían desde el primer día el evento.

Se notaba en sus rostros la alegría de regresar a casa, puesto que si bien Montecristi no era una Academia de Guerra como la que albergó a la anterior Asamblea, que pudiera constituirse en una especie de bunquer al que nadie podía entrar y del que nadie podía salir, sí se convertía en una especie de isla de difícil acceso. Ciudad Alfaro está ubicada a 12 kilómetros de la ciudad de Manta, en pleno cerro Montecristi, que tiene una altura máxima de 620 metros sobre el nivel del mar, y donde la neblina, acompañada de pequeñas lloviznas y fuertes vientos volvían muy difícil el trabajo diario. Estando en plena Costa, no era extraño mirar que la gente use chompas o buzos abrigados.

Pero el ambiente también era de nostalgia. Mientras los cartones de documentos y pertenencias personales se iban acumulando en las estrechas oficinas, las anécdotas se tomaban cada rincón del edificio Luis Vargas Torres. Las había divertidas y tristes, pero también llenas de contenido político. Lo que Ciudad Alfaro había experimentado era el proceso más democrático de la historia del país en materia constituyente, que no era pobre: 19 Constituciones en 173 años. Todos los días al pie del cerro se encontraba gente en vigilia para demandar la inclusión de sus propuestas. Toda la semana se producía por lo menos una marcha, cada una más diversa y multitudinaria, con diversos contenidos y significaciones. Se calcula que por lo menos 400 organizaciones visitaron Ciudad Alfaro en todo este tiempo, lo cual significa que miles de personas vivieron de cerca este proceso. Sin tomar en cuenta las que participaron en cada una de las mesas itinerantes que el organismo organizó en varias provincias del país.

Se llegaba al final de una intensa jornada de confrontación entre lo viejo y lo nuevo, entre las visiones conservadoras más radicales y las visiones más liberales y progresistas. Se escribió una Constitución en medio de una pugna abierta entre los grupos de poder tradicionales y las fuerzas populares, democraticas,patroticas y de izqiuerda, que han venido labrando poco a poco este camino, en medio de luchas radicales, derrocando gobiernos y arrancando conquistas valiosas al neoliberalismo.

La pregunta ahora era: al tener al fin una nueva Constitución que sera propuesta al pueblo para que la apruebe en plebiscito, ¿qué sigue?, ¿se ha llegado ya al final del camino para la Patria Nueva? La respuesta estuvo ahí siempre: no; se inicia un nuevo escenario de luchas, en los que se tendrá que pelear para que la nueva normativa se aplique en beneficio de los sectores populares e incluso se profundice, porque la experiencia nos dice que una Constitución o una ley no son la garantía del cambio, sino quién ejerce el poder.

Lo que se viene ahora, entonces, es un proceso de lucha frontal para desplazar aún más a los poderes tradicionales e ir construyendo una institucionalidad diferente, democrática y de avanzada, que mire el futuro como una oportunidad solidaria y equitativa para las mayorías y no para un reducido grupo de poderosos empresaurios.

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