Leer las 600 páginas del libro de José Peralta, Eloy Alfaro y sus victimarios, constituye una apasionante y fructífera lección sobre una etapa oscura y tenebrosa de la historia del Ecuador. En esta obra magistral de Peralta se corre el velo de los hechos y se deja al descubierto las manos de los asesinos de Eloy Alfaro y otros ciudadanos inocentes masacrados el 28 de enero de 1912.

“No he tenido la pretensión de escribir un libro de historia”, dice el autor. “Mi propósito ha sido salir por la honra de la nación., manifestando que los crímenes que la avergüenzan, fueron cometidos, no por el pueblo ecuatoriano, sino por una facción amoral, favorecida por un cúmulo de circunstancias desgraciadas que pusieron en sus manos el poder, contra la voluntad de las mayorías, y las protestas de la honradez y el patriotismo”.

Indigna leer un artículo escrito por Jorge Ribadeneira Araujo, bajo el título Plaza y el tren, publicado en diario EL COMERCIO el domingo 13 de julio 2008. Es como una carta llena de mentiras pasada por debajo de la puerta, pues el articulista traslada sus mensajes favorables a Leonidas Plaza de la manera más solapada y “fresca”.

Ribadeneira comenta que “Eloy Alfaro auspició inicialmente la candidatura del general Leonidas Plaza para que le sucediera en el poder, allá por 1901, y el ungido obtuvo 65.781 increíbles votos por 7.915 de su contendor, Lizardo García, también liberal”.

José Peralta anota en la obra señalada: “El general Leonidas Plaza Gutiérrez era un hombre nuevo en la política, sin compromisos y sin odiosidades… Preciábase de discípulo de Montalvo y Alfaro, y hasta pretendía contarse entre los propagadores de la doctrina liberal… Había sido protegido desde su primera juventud por el Caudillo radical y su familia. Motivos eran estos –más que suficientes- para persuadirnos de que la candidatura del general Plaza sería bien mirada por el Presidente (E. Alfaro) y los suyos… Pero nos equivocamos de medio a medio: Alfaro la rechazó con manifiesto enfado; y jamás se llegó a conseguir que el pueblo la acogiese, como tan ligeramente nos habíamos imaginado”.

 “No conocen ustedes a Placita –nos dijo el Presidente, en tono severo-: no tiene ese hombre principios ni bandera; y es muy capaz de traicionar a los liberales, como ya lo hizo en Centroamérica. Falaz, ingrato y felón, nadie puede tener confianza en él. Yo lo conozco bien y por eso lo rechazo”.

Era la voz del Viejo Luchador. Más adelante se demostrarían con creces sus afirmaciones.

Se lanzó la candidatura del general Plaza en medio de la indiferencia popular. Peralta confiesa que él mismo “fue el más empeñado en la candidatura de Plaza y que, por tanto, me corresponde gran parte de la responsabilidad en este grave error político”.

“La política placista consistía simplemente en el engaño inverecundo –escribió Peralta posteriormente-, en la trapacería ruin, en la mentira ignominiosa y pudiera decirse que se tendía con ella a extinguir la moral pública, y fundar una especie de utilitarismo monstruoso, cuya doctrina podía compendiarse en este criminal principio: Es lícito faltar a todo deber humano, para obtener el poder y conservarse en él, contra la voluntad de los pueblos”.

Ciertos cúmulos de acciones de nuestra historia siguen aún ocultos y esto da la oportunidad para que ciertos intelectuales, a título de periodistas, sociólogos o antropólogos, intenten mantener la mentira y las felonías como hechos válidos y encomiables. Es el caso de Jorge Rivadeneira, quien en el artículo mencionado, muestra a Leonidas Plaza como un excepcional hombre del liberalismo que “le correspondió nada menos que la desafiante tarea del ascenso a la cordillera andina” en la construcción de línea del tren que unía la costa con la sierra. “Total –escribe Ribadeneira- 146 bravos kilómetros, incluyendo la famosa y temida Nariz del Diablo, digna del tren más difícil del mundo”. Si bien, como dice el articulista, Plaza fue un actor importante en la construcción del ferrocarril, esa fue la obra del liberalismo radical, empeñado en hacer avances decisivos en la economía del país. No hay para qué sobredimensionar la tarea de Plaza, que en cambio fue opacada por su mañosería política, al punto de que la historia ya le ha señalado y comprobado como el orientador principal en la masacre de Alfaro y sus lugartenientes. El libro de José Peralta lo demuestra paso a paso, con innumerables documentos, cartas, artículos periodísticos, telegramas, etc.

Entre los victimarios de Eloy Alfaro Peralta señala en primer término a Leonidas Plaza, luego a la turbas clericales, y especialmente al silencio de quien era entonces Arzobispo de Quito, el famoso Federico González Suárez; además, la infaltable prensa amarilla y rojiza (por sus instigaciones al asesinato), con sus periodistas venales. Peralta señala a diario El Comercio entre otros. Reproduzco lo que escribe Peralta:

No era éste el único papel sanguinario que el Gobierno de Freile Zaldumbide sustentaba para la propaganda del asesinato. Ahí estaban también La Prensa, obra de Gonzalo Córdova, los hermanos Viteri Lafronte, Enrique Escudero y otros placistas de nota. El Comercio, propiedad de los Mantillas, y al servicio del partido clerical, se mostraba también eliminador a todo trance. Y después de la ocupación de Guayaquil por el general Plaza, El Grito del Pueblo Ecuatoriano, El Guante, y otras publicaciones ocasionales, pusieron, asimismo, cátedra de barbarie; y exigieron el exterminio de Alfaro y sus partidarios.

No es de asombrarse, entonces, que un señor Ribadeneira, perteneciente al grupo de los Mantillas, defienda a Leonidas. Plaza y encubra sus maquinaciones hasta llegar al asesinato de Alfaro. Ojalá el lector se motive y adquiera y lea el libro de Peralta.