Hasta entonces, a las 16 condenas consecutivas de la Asamblea General de la ONU al bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba contabilizadas hasta 2007, se seguirán sumando otras muchas votaciones globales de rechazo.

Justo este octubre, el día 29, por décimo séptima ocasión, la máxima tribuna mundial volverá, con toda seguridad, a censurar a Washington, cuyo cerco a la Mayor de las Antillas, que se extiende por más de 45 años, ha provocado pérdidas a la Isla por 93 mil millones de dólares, que en el valor actual de esa vapuleada moneda suponen 224 mil 600 millones.

Toda una sangría que ha lastrado la posibilidad de los cubanos de acceder a mayores niveles y calidad de vida, al tiempo que edificar una infraestructura material mucho más completa y eficiente.

Y es que precisamente ese ha sido y es el objetivo del bloqueo. Martillar sobre las carencias de la población. Agudizar la vida cotidiana de millones de personas.

Evitar que les lleguen alimentos, medicinas, ropa, calzado. Impedir que cuenten con viviendas, transporte, vías de comunicación…en fin, hacer del caos y la angustia un arma para promover las ideas y las prácticas imperiales contra un proceso revolucionario ajeno a los dictados de la Casa Blanca.

Desde luego que en los entuertos de la Isla hay cierta parte de responsabilidad interna a cuenta de errores y desatinos, pero nada de ello lastra en un ápice la multiplicada violencia y la destructiva influencia de un muro que cierra toda posibilidad de trabajar con holgura y seguridad.

Y no hay que ir muy lejos en eso de entender las intenciones y el alcance del monstruo creado por Washington.

Ahora mismo, bajo la alharaca de que la Casa Blanca promueve apoyo a la Isla luego del destructor paso de los huracanes Gustav e Ike, vuelve a pesar el bloqueo como un pivote inamovible.

Estados Unidos habla del envío de insuficientes y condicionados donativos, según los califica el propio diario norteamericano The New York Times, y al mismo tiempo insiste en rechazar la solicitud cubana de que, lejos de filantropía barata, lo que reclama este momento es de una apertura, aunque sea transitoria, de ventas de empresas estadounidenses a la ínsula en rubros muy afectados por los meteoros: alimentación y vivienda.

Desde luego, algunos voceros imperiales alegarán que ya la Casa Blanca había permitido esos suministros esencialmente alimentarios. Sin embargo, el mundo debe conocer que tales adquisiciones se abrieron a instancias de las tremendas presiones de los productores agrícolas de EE.UU. deseosos de intercambiar con un cercano y serio vecino.

Que además, el gobierno norteño ha hecho todo lo posible por poner trabas a las compras cubanas, imponiendo pagos por adelantado, negando el uso de bancos de ambas naciones para las transacciones, evitando el uso de transportes de Cuba para el acarreo de mercancías, prohibiendo toda venta de La Habana a Washington, y mil y una triquiñuelas más para sabotear una relación mutua deseada y fructífera.

Todo ese accionar imperial será denunciado una vez más por Cuba en el más elevado podio mundial, con la certeza de que la inmensa mayoría del planeta volverá a colocar su dedo acusador frente al gran reo…hasta que al final la razón se imponga definitivamente.

Agencia Cubana de Noticias