Esther nació y creció por allá en Tenguel, un pueblito del Ecuador, en donde la gente convivía alegre, tranquila, en armonía consigo misma, con los demás y con sus bosques, ríos, montañas...

Pero un día, como mensajero del diablo apareció él oro, y con el los concesionarios mineros; desde ese día los ríos Gala, Chico, Tenguel y Siete, que bañan el pueblo, se han transformado en sus peores enemigos. “Ahora los ríos son una fuente de contaminación, ya tenemos dos ríos muertos, nuestros niños se enferman, y se enferman también nuestros animales, nuestro aire y nuestra comida”.

Esther como madre no podía soportar esto, y fue ella la que inició la lucha por su pueblo, conversando con los vecinos, convocando a reuniones, informándose, formando comités en defensa de sus ríos, exigiendo a las autoridades que realicen estudios de las aguas, denunciando la amenaza que representa para las poblaciones la expansión de la actividad minera y el funcionamiento de enormes plantas cianuradoras, y fue Esther la que junto con cientos de hombres y mujeres formaron la Asamblea en Defensa de Nuestros Ríos, filial de la Coordinadora Nacional por la Defensa de la Vida y la Soberanía del Ecuador.

Por supuesto que ella ha estado al frente de las numerosas jornadas de capacitación, protestas, marchas, paros, plantones, movilizaciones… convocados por la Coordinadora Nacional.

Este andar por la libertad, la salud y la vida le ha significado el cariño, el aprecio y respeto de todos los luchadores populares, pero también el odio de los empresarios mineros, odio que se transforma en persecución y amenazas de muerte para ella y su familia, por lo que se ha visto obligada a salir de su casa para proteger su vida.

Sin embargo, nada detiene la decisión de esta mujer para que se haga justicia por tantos años de impunidad. Aun estando en la clandestinidad continúa exigiendo, gestionando, impulsando, alentando la lucha por la dignidad y la vida.

Esther es una guerrera incansable, una Defensora de la Pachamama, una amante fiel de su tierra, una enamorada de sus ríos que "eran" limpios, que tenían peces, que recibían a los niños en sus remansos sin químicos, sin metales pesados. "Podrán matarme a mí pero no detener a un pueblo", "pase lo que pase conmigo, ustedes tienen que seguir adelante con nuestra lucha", repite a cada momento.

Entonces, cuestionamos con furia: ¿por qué esos amados ríos de Esther son hoy agua muerta que envenena?

El oro de los mineros no vale una sola lágrima de Esther, lágrima de mujer, de madre, de hija, de hermana, de Defensora de la Pachamama.

Pero que vayan sabiendo los invasores y sus lacayos que Esther es como aquel colibrí que dando amor, provocando ternura, se transformó en un guerrero invencible, vigilante y protector de lo bello y hermoso de la vida.

Esther, compañera defensora de la salud y la vida, estamos contigo…