La magnitud de la crisis no permite, ni siquiera a los expertos, de aquí y allí, armar fuegos de artificio, cortinas de humo, distracciones masivas. A tal punto que hasta los más empecinados en agitar la famosa valijita del soplón del FBI y la CIA, Antonini Wilson, han tenido que achicar el espacio en los medios de comunicación con el temita de los ochocientos mil dólares. No es para menos, el cimbronazo del capitalismo, en su recamara –EE.UU.- es, dicen, admiten, aseguran, e intentan convencernos, de setecientos mil millones de dólares. Sin embargo, las malas lenguas, de los “perros comunistas”, hablan de algo más: una cifra aproximada al millón de millones de dólares. Entonces, claro, toda prestidigitación alrededor de la valijita de Antonini se desvanece frente al despatarre financiero producido en el centro del universo, punto neurálgico de las más refinadas corrupciones a escala planetaria. La valijita del soplón del FBI y la CIA se reduce a cenizas. Pero ni así deja de ser alumbrada por el foco de la “transparencia”. Empeño emprendido por hombres, mujeres y organizaciones que, con el estandarte de la “ética” y la “moral” dominante, rinden tributo, directa o indirectamente, a lo que EE.UU, hace aparecer y desaparecer como por arte de mafia: una valijita –la de Antonini- que sale, incesante, de la galera y otras dos sepultadas bajo siete llaves.

La valijita del soplón del FBI y la CIA, vale recordar, cobró un impulso inusitado, mientras por otra parte otras dos valijas, de alto poder explosivo, no alcanzaron ni remotamente un tiempo horario considerable en el espacio mediático. Ambas valijas, con cargamento letal, se perdieron detrás del telón de la “ética” y la “moral” que riegan por el mundo la Casa Blanca y el Pentágono, con sus líneas informativas comunicacionales y sus organismos transnacionales de espías y torturadores.

Recordemos: en la valijita del soplón del FBI y la CIA había ochocientos mil dólares. En las dos de escasa prensa: quinientas balas, en una, y seis detonadores nucleares, en la otra. Dos valijas, dos cargamentos, con implicados de alto rango del actual gobierno de Estados Unidos y el Pentágono. Reiteramos: tiembla la tierra y oscurece el horizonte. ¿Alguien dio la orden de callar? Puede que sí y puede que no. La mentira y el silencio conforman una unidad de sentido en el proceso de reproducción del capital, tanto material como simbólico.

Con la valijita del soplón, Antonini Wilson, se mantiene el asedio –política de desgaste- sobre la presidenta de la Argentina, Cristina Fernández de Kirchner y el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez Frías. En cambio con la valija que contenía 500 balas –enviada desde Nueva York a La Paz-, y la que transportó 6 detonadores nucleares –desde EE.UU. a Taiwán, para ponerlos delante de las narices de China- ningún acoso, nada de alboroto, ningún desgaste. Sí, asquerosas censuras y autocensuras. El cargamento con las 500 balas, que pasó diferentes controles aéreos sin dificultades, se topó en el Aeropuerto de La Paz con un retén aduanero y al quedar descubierta la señorita encargada de la encomienda, apareció un justificativo irrisorio y ofensivo: “Los proyectiles son para la práctica deportiva” (Autor: Philip Goldberg, quien por muchos otros motivos más graves todavía, fuera expulsado, como embajador de EE.UU. en Bolivia, a instancia de una firme decisión del gobierno de Evo Morales).

Acerca de la valija, con el sello de la “guerra preventiva” y, por ende, con olor a sangre humana, el Pentágono dijo, de manera escueta, que los militares a cargo del operativo –apuntar a China desde Taiwán-, habían incumplido con algunas de sus responsabilidades. ¿Tan sólo eso?

Philip Goldberg se fue de Bolivia advirtiéndole a Evo Morales que había cometido un error al expulsarlo. Lo que en buen romance, en el diccionario de la diplomacia yanki, significa hacer explícita, a los cuatro vientos, una amenaza, también con olor a sangre humana.

Por su parte el Pentágono, “contrariado” por las “irregularidades” de algunos de sus miembros, afectos al terrorismo nuclear, presenta excusas de ocasión, sin modificar un ápice su despliegue guerrerista. El que, es de sencilla deducción, se intensificará siguiendo los pasos del descalabro financiero. A más crisis interna, más barbarie externa. Regla de oro de las metrópolis imperialistas.

En síntesis: la valijita de Antonini Wilson, las valijas de la muerte –una en La Paz, otra en Taiwán-, la amenaza de Philip Goldberg a Evo Morales y las insultantes “disculpas” del Pentágono, son conejos de una misma galera. Todo, como por arte de mafia.

Presidente de la Federación Latinoamericana de Periodistas
(FELAP)