Otros lo estiman una violación flagrante del permanente y martillado mensaje en torno a sus derechos individuales y su libertad de movimiento.

Los terceros lo rechazan porque ven perderse infinidad de negocios ventajosos y sumamente cercanos.

Pero sea cual fuese el móvil principal, lo cierto es que cada día son más los norteamericanos que denuncian el bloqueo económico, comercial y financiero a Cuba, y que insisten en el logro de una convivencia pacífica y mutuamente ventajosa entre naciones que viven puerta con puerta.

No es un fenómeno nuevo. Gente que piensa y siente de la mejor manera hay bastante en los Estados Unidos. Baste citar el caso de aquellos jóvenes y otros no tan noveles que desde 1970, integrados en los sucesivos contingentes de la Brigada Venceremos, retaron el cerco imperial y sudaron junto a los cubanos en los diferentes planes de desarrollo ejecutados en la Isla.

O los que año tras año, como parte de los Pastores por la Paz, desafían la violencia policial en las fronteras con México para viajar a La Habana con sus cargas solidarias.

O los empresarios y agricultores que han presionado a sus gobiernos estaduales y en el seno del Congreso hasta establecer precarios lazos de intercambio comercial con Cuba, aún cuando todavía resulten en un solo sentido por las absurdas regulaciones de la Casa Blanca.

O los intelectuales, artistas, o los simples turistas que se arriesgan a venir por terceros países para conocer la Isla a la que les pintan como hostil, brutal, enemiga y carente de valores.

Y es que el genocida bloqueo oficial de la Casa Blanca contra Cuba no tiene solo como víctimas a los ciudadanos de la Antilla Mayor. Los propios norteamericanos sufren los desafueros de semejante engendro al privárseles de todo contacto con la ínsula, y con un pueblo que nunca ha dado muestras de irrespeto, violencia u odio a ultranza hacia huésped alguno, proceda de donde proceda.

De manera que el costo de la guerra económica de Washington contra los cubanos no solo se mide por los más de 90 mil millones de dólares en pérdidas ocasionadas al pequeño y rebelde país, sino también por la represalia a todo gesto de amistad y entendimiento sincero entre gentes de ambos lados del Estrecho de La Florida.

A semejante torva criatura hay que cargarle el corte brutal del conocimiento mutuo entre colectivos humanos que la geografía colocó cara a cara, y no precisamente para estigmatizarse, herirse o minar sus entendederas con injustificados recelos y esquemas.

Agencia Cubana de Noticias